Texto publicado en Replicante 20
when slaves love each other, it’s not love
Phil Collins
Hace poco se festejó en Nueva York el 5 de mayo. La MASA (Mexican American Student Asociation) de Columbia festejó desde el domingo anterior con bailes tradicionales del norte de México. La cultura mexicana que predomina en la ciudad, la más visible y real, es la cultura de los trabajadores poco calificados y sus descendientes. Es, de hecho, la misma que predomina en México, pero allí está subyugada por su contraparte criolla y europeizante.
¿Qué implicaciones tiene esto a los ojos de un artista como Phil Collins, que no tiene origen mexicano?
Recientemente, el Museo de Arte de Aspen le comisionó una pieza que atrajera a un público amplio, y el resultado es when slaves love each other, it’s not love, que se exhibe actualmente en la galería Tanya Bonakdar de Manhattan.
La parte principal de la pieza, titulada Yo soy mi madre, es un video de ficción que aparentemente sigue las convenciones genéricas de una telenovela.
Filmado con actores mexicanos, el video narra la historia truculenta de una mujer rica, su esposo, su amante y sus criadas. La mujer, insensible al sufrimiento de sus fieles empleadas, las maltrata hasta la crueldad, cuando en realidad una de ellas es su propia madre y el esposo de la otra criada (su hermana) es su amante secreto.
Los personajes actúan en el estilo sobreactuado típico de la televisión mexicana de los años ochenta, que todavía se mantiene vigente; el maquillaje, los escenarios, la ropa y la historia parecen tomados de María la del Barrio, y hasta tiene un tema musical que es un típica balada romántica latinoamericana.
Sin embargo, hay algo que no cuadra. No es la caricatura del género (la señora usa un tratamiento facial de huevos de halcón), sino tal vez el intento de aproximarse demasiado al género para hacerlo parte de la voluntad del artista.
En primera instancia, los actores. En la ficha técnica de la exposición se dice que todos son actores protagónicos de la televisión mexicana. Sin embargo, salvo Patricia Reyes Espíndola, que a pesar de su inmensa fama es más bien lo que se llama una “primera actriz”, los otros intérpretes que aparecen no son rostros ineludibles de la televisión mexicana. Por el contrario, la tradición mexicana dicta que Silvia Pinal y Adela Noriega son las típicas indígenas, y Patricia Navidad ya es el extremo del folclor.
El tipo físico de las actrices seleccionadas por Phil Collins es, en cambio, más cercano a la realidad mestiza e indígena de México, y más aún de los trabajadores mexicanos de Aspen a los que intenta acercarse.
Por otro lado, Collins también retoma el hipertexto más obvio de la historia, Las criadas de Genet. En cada escena crea el juego de la escenificación dentro de la escenificación, exhibiendo el equipo de filmación y haciendo que actúen personas diferentes en los mismos papeles. Por si fuera poco, los personajes se llaman Clara y Solana. Pero tal vez lo que más coquetea con Genet es el intento de mostrar la violencia y el rencor contenido de las criadas que quieren ser iguales a la señora y la señora que es, en el fondo, una impostora, pues es igual que ellas: un deseo neurótico sin resolver.
Al final del video Solana obliga a la señora a la señora a recoger los pedazos de un jarrón roto a punta de pistola, mientras repite que todas ellas son iguales.
Si la pieza está dirigida al vasto público mexicano de habitantes no reconocidos de Aspen, los que trabajan limpiando los hoteles de lujo y las casas de campo, entonces se carga instantáneamente de una retórica política que no profundiza mucho en los intereses y conflictos reales de esa comunidad, sino que, por el contrario, los banaliza.
Las otras piezas de la exposición son en cambio una serie de retratos fotográficos amplificados y un carrusel con diapositivas, provenientes de distintas ciudades del mundo, que el artista compró a sus dueños antes de ser reveladas, con el permiso de usarlas como propias. Las imágenes del carrusel se convierten en arte por decisión del artista, pero dejan intacta la mirada que las animó, y su poder evocativo.
Su trabajo anterior, the world won’t listen, presentado en el Museo de Arte de Dallas en 2007 y 2008, consistió también en una serie de retratos de personas de distintos países, cantando canciones del grupo inglés The Smiths. El propósito de la pieza, filmada en Colombia, Turquía e Indonesia, era proponer retratos más verdaderos de la gente al ponerla fuera de su contexto cultural.
Pero, ¿a quién está retratando Collins en Yo soy mi madre? ¿A las actrices mexicanas jugando a ser actrices, con papeles mejores que los que realmente pueden tener en su propio país por el racismo, pero que finalmente están muy lejos de ser afanadoras ilegales en Aspen? ¿O a los sueños autorredentores de esas mismas trabajadoras?
Como mexicano, tal vez le añado demasiada información propia al video, pero me parece que se trata de una producción demasiado elaborada para tener tantos cabos sueltos.
—Nayar Rivera
© Derechos reservados RGRV, S. A. de C. V., 2004
Phil Collins
Hace poco se festejó en Nueva York el 5 de mayo. La MASA (Mexican American Student Asociation) de Columbia festejó desde el domingo anterior con bailes tradicionales del norte de México. La cultura mexicana que predomina en la ciudad, la más visible y real, es la cultura de los trabajadores poco calificados y sus descendientes. Es, de hecho, la misma que predomina en México, pero allí está subyugada por su contraparte criolla y europeizante.
¿Qué implicaciones tiene esto a los ojos de un artista como Phil Collins, que no tiene origen mexicano?
Recientemente, el Museo de Arte de Aspen le comisionó una pieza que atrajera a un público amplio, y el resultado es when slaves love each other, it’s not love, que se exhibe actualmente en la galería Tanya Bonakdar de Manhattan.
La parte principal de la pieza, titulada Yo soy mi madre, es un video de ficción que aparentemente sigue las convenciones genéricas de una telenovela.
Filmado con actores mexicanos, el video narra la historia truculenta de una mujer rica, su esposo, su amante y sus criadas. La mujer, insensible al sufrimiento de sus fieles empleadas, las maltrata hasta la crueldad, cuando en realidad una de ellas es su propia madre y el esposo de la otra criada (su hermana) es su amante secreto.
Los personajes actúan en el estilo sobreactuado típico de la televisión mexicana de los años ochenta, que todavía se mantiene vigente; el maquillaje, los escenarios, la ropa y la historia parecen tomados de María la del Barrio, y hasta tiene un tema musical que es un típica balada romántica latinoamericana.
Sin embargo, hay algo que no cuadra. No es la caricatura del género (la señora usa un tratamiento facial de huevos de halcón), sino tal vez el intento de aproximarse demasiado al género para hacerlo parte de la voluntad del artista.
En primera instancia, los actores. En la ficha técnica de la exposición se dice que todos son actores protagónicos de la televisión mexicana. Sin embargo, salvo Patricia Reyes Espíndola, que a pesar de su inmensa fama es más bien lo que se llama una “primera actriz”, los otros intérpretes que aparecen no son rostros ineludibles de la televisión mexicana. Por el contrario, la tradición mexicana dicta que Silvia Pinal y Adela Noriega son las típicas indígenas, y Patricia Navidad ya es el extremo del folclor.
El tipo físico de las actrices seleccionadas por Phil Collins es, en cambio, más cercano a la realidad mestiza e indígena de México, y más aún de los trabajadores mexicanos de Aspen a los que intenta acercarse.
Por otro lado, Collins también retoma el hipertexto más obvio de la historia, Las criadas de Genet. En cada escena crea el juego de la escenificación dentro de la escenificación, exhibiendo el equipo de filmación y haciendo que actúen personas diferentes en los mismos papeles. Por si fuera poco, los personajes se llaman Clara y Solana. Pero tal vez lo que más coquetea con Genet es el intento de mostrar la violencia y el rencor contenido de las criadas que quieren ser iguales a la señora y la señora que es, en el fondo, una impostora, pues es igual que ellas: un deseo neurótico sin resolver.
Al final del video Solana obliga a la señora a la señora a recoger los pedazos de un jarrón roto a punta de pistola, mientras repite que todas ellas son iguales.
Si la pieza está dirigida al vasto público mexicano de habitantes no reconocidos de Aspen, los que trabajan limpiando los hoteles de lujo y las casas de campo, entonces se carga instantáneamente de una retórica política que no profundiza mucho en los intereses y conflictos reales de esa comunidad, sino que, por el contrario, los banaliza.
Las otras piezas de la exposición son en cambio una serie de retratos fotográficos amplificados y un carrusel con diapositivas, provenientes de distintas ciudades del mundo, que el artista compró a sus dueños antes de ser reveladas, con el permiso de usarlas como propias. Las imágenes del carrusel se convierten en arte por decisión del artista, pero dejan intacta la mirada que las animó, y su poder evocativo.
Su trabajo anterior, the world won’t listen, presentado en el Museo de Arte de Dallas en 2007 y 2008, consistió también en una serie de retratos de personas de distintos países, cantando canciones del grupo inglés The Smiths. El propósito de la pieza, filmada en Colombia, Turquía e Indonesia, era proponer retratos más verdaderos de la gente al ponerla fuera de su contexto cultural.
Pero, ¿a quién está retratando Collins en Yo soy mi madre? ¿A las actrices mexicanas jugando a ser actrices, con papeles mejores que los que realmente pueden tener en su propio país por el racismo, pero que finalmente están muy lejos de ser afanadoras ilegales en Aspen? ¿O a los sueños autorredentores de esas mismas trabajadoras?
Como mexicano, tal vez le añado demasiada información propia al video, pero me parece que se trata de una producción demasiado elaborada para tener tantos cabos sueltos.
—Nayar Rivera
© Derechos reservados RGRV, S. A. de C. V., 2004