viernes, 23 de septiembre de 2011

México se escribe con J en Celebrate Mexico Now

El 21 de septiembre de 2011, en el evento inaugural del festival Celebrate México Now, en muy grata compañía.
Michael Schuessler, Earl Dax, Nayar Rivera y Alejandro Varderi.

Nayar Rivera al micrófono

Claudia Norman tras recibir un premio del gobierno de la ciudad de Nueva York

Aquí en plena inauguración del festival, al micrófono Rafael Ascencio con Claudia Norman, directora del Festival, y Laura Turégano,  directora del Centro Rey Juan Carlos I

Quiero ir a la playa



Faro de Bucerías
¿Qué habrá sido de las playas que visitaba yo de niño? ¿Cuál es el imparto ecológico que tuve entonces y tengo ahora? Entonces viajaba en autobús, llegaba con toda mi familia a una terminal de autobuses y emprendíamos una aventura que acababa frecuentemente en Puerto Vallarta, en San Blas, en La Tovara, en Rincón de Guayabitos, en Los Ayala, en Novillero, en el Faro de Bucerías (todas en Nayarit), o en otros estados: en Mazatlán (Sinaloa), en el Faro de Bucerías (Michoacán), en Puerto Escondido (Oaxaca), en Zihuatanejo (Guerrero) y del otro lado del mar de Cortés, en los Cabos o en Pichilingue (Baja California Sur), o del otro lado de México, en Cozumel o en Akumal (Quintana Roo).
Recuerdo que acampábamos mucho o nos quedábamos en hoteles baratos, pues era parte de la aventura, mi madre prefería gastar en eso el presupuesto familiar en vez de viajar menos pero con más comodidades. De hecho podría decir que en vez de lujos teníamos libros y viajes, en vez de cosas, experiencias.
Los Ayala era especial porque la bahía era muy cerrada y el oleaje tranquilo, así que nos metíamos en una lancha inflable hasta el centro y veíamos como debajo de nosotros pasaban las mantarrayas. Allí comprábamos pescado directamente de las lanchas de los pescadores y lo hacíamos ahumado en una fogata junto a la tienda de campaña. No usábamos bronceador, ni repelente contra los mosquitos, y los remedios universales eran la aspirina y el jugo de limón.
Teníamos un equipo para acampar francés, de segunda mano, que mi madre le compró a una amiga suya, y algunas otras cosas que trajimos de “importación” desde La Paz, como un equipo de aletas y esnórquel italiano que nos robaron en Puerto Escondido abriendo la tienda con un cuchillo para ver que sacaban.
No sé cómo se construyó semejante vida y de donde salía dinero suficiente para todo, la verdad. Mi madre era profesora universitaria y no ganaba tanto, pero siempre que había un par de días libres salíamos a algún lado.
Después de eso fui mucho a Zipolite, Mazunte, Huatulco y demás playas oaxaqueñas, pero todavía sueño con ir a lugares que no conozco, o no recuerdo: Campeche, la Laguna de Términos, Bacalar, Xilitla…
No me arriesgaré a decir que mi vida fue mejor que otras gracias a esos viajes de mi infancia, pero sí puedo afirmar que definieron al que soy ahora y como construyo mi relación con el mundo, y por eso, desde mi pequeña dimensión de turista de la ciudad de México, deseo que se resuelva el horror cotidiano de las carreteras: ahora resulta familiar escuchar que a alguien que fue de paseo por tierra a Ixtapa le tocó un retén de los Zetas y perdió la vida. No imagino lo que será vivir así todo el tiempo, entre masacres, toques de queda y amenazas constantes. Qué triste.
Espero que las narraciones sean exageradas, y sobre todo, no confirmar lo contrario en carne propia.

jueves, 22 de septiembre de 2011

Los cuentos de hadas, entre el desprestigio y la libertad


Los cuentos de hadas, entre el desprestigio y la libertad


Ilustración del siglo XIX para Las preciosas ridículas
En una de sus célebres cartas sobre la vida en la corte de Versalles que data de 1677, Madame de Sévigné se divirtió narrando uno de los pasatiempos típicos de las damas de su medio: contar historias plagadas de hadas y princesas encantadas, que a pesar de ser criadas por campesinos o pastores no perdían un ápice de su belleza ni de su delicadeza. Estos cuentos, bagatelas absurdas y fantásticas, carecían de prestigio literario y contrastaban profundamente con las tragedias de tema clásico de los grandes autores del siglo del Rey Sol.
Los cuentos de hadas estaban emparentados con un estilo que causaba horror en Francia: el Barroco, y su variante nacional extrema, el preciosismo. Este ensalzaba la exquisitez como valor supremo y tenía como enemigo principal al ridículo. Por eso Molière tuvo tanto éxito con Las preciosas ridículas: “El estilo precioso –dice allí un personaje– no sólo ha infestado París, sino que también se ha extendido por las provincias, y nuestras ridículas doncellas han absorbido su buena dosis”.
Pero hubo que esperar hasta la última década del siglo XVII para que los cuentos de hadas se pusieran realmente de moda, marcando así una tendencia que siguió a lo largo del siglo XVIII.
El estilo en el que fueron escritos los cuentos reflejaba fielmente los valores cortesanos: había en ellos poemas barrocos, descripciones detalladísimas de los vestidos, las joyas, los bailes, los palacios, los banquetes, los postres, los chismes, los mohines, los absurdos y las formas de comunicarse de los cortesanos. Las hadas vivían en palacios de cristal cortado y volaban en carros tirados por cisnes, dragones o serpientes. La falta de clase y estilo al vestir y comportarse era peor que la misma fealdad, y pasaba por ser un verdadero defecto moral.
Uno de los cuentos que sigue fielmente esta tendencia es “Gracieuse y Percinet”, de Mme. d’Aulnoy, la pionera del género. En el cuento, un rey se casa en segundas nupcias con una mujer coja, jorobada, tuerta, gorda y cubierta de acné, pero riquísima, por lo cual el rey no tiene inconveniente en dejar que torture a su hija, la princesa Gracieuse, de todas las maneras imaginables.
Lo destacable es que la princesa prefiere sufrir que la entierren viva antes que casarse con el hombre del que está enamorada, el príncipe mágico Percinet. Esta manera de ver el matrimonio corresponde fielmente a este diálogo entre la una de las preciosas de Molière y su padre:
MADELÓN.- ¿Y qué estima, padre mío, queréis que hagamos de la conducta irregular de esas gentes?
GORGIBUS.- ¿Qué tenéis que decir de ellas?
MADELÓN.- ¡Linda galantería la suya! ¡Cómo! ¿Empezar lo primero por el casamiento?
GORGIBUS.- ¿Y por dónde quieres entonces que empiecen? ¿Por el concubinato?
De más está decir que Percinet corteja a Gracieuse del modo más cortesano que sea posible imaginar.
Otra paladina de los cuentos de hadas fue Mlle. L’Héritier, cuyo cuento “Marmoisan” exhibe todas las convenciones del género, desde el marco narrativo hasta las intrigas más absurdas: un noble tiene cinco hijas y un hijo, que encarnan todos los defectos y virtudes de su tiempo. La mayor es mojigata, amargada y fea, y además le repugna la compañía de los hombres. La segunda es bonita, pero jugadora e indolente. La tercera es coqueta y frívola, rodeada por un entourage de galanes, adicta a la moda y tan despilfarradora como su hermana con problemas de adicción al juego.
Luego siguen dos guapísimos gemelos: Leonore, una morena picante, capaz de montar, tirar y cazar, noble y valiente pero obsesionada por la limpieza, y su hermano Marmoisan, igualito pero dueño de todos los defectos de las otras hermanas. La hermana menor vive encerrada en un convento desde los tres años.
Marmoisan, que se las da de seductor, trata de violar a una vecina, pero el marido de esta lo mata. Leonore se disfraza entonces de su hermano para ir a la guerra, acompañada de su hermana menor, que le sirve de paje.
El hijo del rey, a cuyas órdenes debe servir Leonor transformada en Marmoisan, es un tanto sospechoso, pues “su padre temía que cogiera el hábito de dejarse obsesionar por su favoritos”.
Por supuesto, lo primero que hace el príncipe es enamorarse del nuevo favorito. Aunque circulan los rumores de que Marmoisan es mujer, no logra probarse nada. Cuando el príncipe trata de hacer que se bañe en un río, suena en el aire una voz mágica que dice: “¡Marsoisan, mientras tú te bañas, tu padre se muere!”. Finalmente, se descubre todo el enredo y el hijo de rey se casa con su fantasía erótica, en un apoteósico final feliz, lleno de bodas entre las chicas disfrazadas de chicos y sus enamorados. Pero el cuento, a la vez feminista, queer y camp, termina con una nota moral, pues las hermanas de Marmoisan son recluidas en un convento.
El autor más famoso de la moda de los cuentos de hadas fue Charles Perrault, que mezcló en sus cuentos las voces de los grupos sociales más desprestigiados de su tiempo: los infantes y el pueblo.
En un poema contemporáneo se hacía escarnio del escritor y de su hijo Pierre, al que se le atribuían los cuentos, diciendo que, si seguía así, el joven Perrault llegaría tan lejos como el padre “en el camino del sinsentido”.
Todos conocemos los cuentos de Perrault, que van de la nota roja erótica (Barba azul y Caperucita roja) hasta las típicas fantasías cortesanas (La bella durmiente y Riquete el del copete), pasando por otros personajes crueles como el Gato con botas y Pulgarcito. Han sido y siguen siendo un surtidor inagotable de versiones, desde Mujer bonita hasta comerciales de toallas femeninas que sirven para quitarle lo rojo a la caperuza y cómics pornográficos.
Al carecer de prestigio, los cuentos de hadas le han hecho un favor a la imaginación. Expandieron los límites de la literatura al representar zonas de imaginación exuberante y subversiva y permitieron el despliegue de una libertad creativa que extiende su influencia hasta hoy.