jueves, 21 de octubre de 2010

Costumbres del ojo 15┇Lo que tengo que decir sobre la repetición


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Esta semana brotó por generación espontánea una columna, una torre, una cascada, un ramalazo de palabras. Rotas. Líneas rotas. Ideas pobladas de aristas, esclavas de formas desconocidas que retoñan como brugos en los encinos. Exploración de la misma idea, reflejo. Iteración, reiteración.

Palabras reiteradas, fórmulas, números reiterados, abrazo, gesto, abrazo, gesto, reiteración, amnesia, reiteración, repetición, salto hacia atrás, reiterativo, pasivo agresivo: tartamudo, aterido, robotizado, astado, encumbrado, adamantino. Azalea azulenca, cerúlea.

Allá, desde allá, desde donde la línea es una llama, horizonte de expectativas, hacia adelante, leit motiv, la rosa se hace un pétalo continuo, helicoidal, desgastado, atrapado en un movimiento perpetuo, anquilosado, tocado por la muerte mecánica de los reflejos a la fuerza, asintomático, disimulado, argentino, campaña y cetro, asta, adiós a las alas oída, trampa tan aburrida.

Fuimos a la reiteración, y venimos. Brotamos desde el rizoma, aguerridos por el número áureo, párvulo infinito en el ruido del mar que se nombra, sugerido.

Padre, padre, padre, me angustian tus influencias, tus patrones asmáticos, irrespirables. Allende el axioma me adentro, en la cueva bajo el árbol, en el manglar. A punto estará del regreso, a flor de labios, ala, lila, loa, la carpa de plástico sobrevive sin aire en el librero, estática, sofocada, una vez más.

Imagen original de www.inmanencia.net

domingo, 17 de octubre de 2010

Costumbres del ojo 14┇ La fantasía de la Europa unida y la auto regulación de las democracias liberales


Hace un par de días me enteré en una conversación de que Margaret Thatcher y François Mitterrand le pidieron a Gorbachov que no permitiera la reunificación de Alemania. Esta postura de los dos jefes de estado es exactamente la contraria a la que se hizo pública durante el fin de la Guerra Fría y arroja nueva luz sobre viabilidad de la Unión Europea. La razón era que si las dos Alemanias volvían a ser una sola, ese país sería una nueva potencia, que eventualmente sería la mayor de Europa, como de hecho sucedió. La reunificación, según la revista Der Spiegel, estuvo condicionada a la renuncia al marco y la aceptación de una moneda europea.

La conversación de la que hablo era parte de una discusión permanente más amplia sobre la idea de que el modelo democrático liberal tiende a auto regularse en pro del bien común, y sobre la eficacia de esa regulación. Los puntos álgidos de ese proceso, y por lo tanto de la discusión, ocurren cuando se descubre información clasificada como la que cité.

Otra información que se dio a conocer recientemente es que entre 1946 y 1948 el Servicio de Salud Pública estadounidense infectó y propició la infección con sífilis y gonorrea de 696 personas en Guatemala para estudiar el mecanismo de la infección y la posibilidad de usar la penicilina como profilaxis contra esas enfermedades. La investigación de Susan Reverby, de la Universidad de Wellesley, hizo que el gobierno estadounidense pidiera perdón de manera oficial al gobierno de Guatemala.

Independientemente de los hechos, el punto central es que el descubrimiento de Susan Reverby fue llevada a cabo en una universidad estadounidense, y que la secretaria de Estado de los Estados Unidos, Hillary Clinton, lejos de tratar de acallar la investigación, llamó personalmente a al presidente guatemalteco para pedirle perdón a Guatemala.

Si bien me parece excelente que en una sociedad transparente las atrocidades salgan eventualmente a la luz, es también cierto que el hecho de que salgan a la luz y se pida perdón o se castigue a los culpables no cambia el hecho de que en su momento fueran posibles y que alguien de un gobierno democrático ordenó o aprobó que se llevaran a cabo.

De la misma manera, el hecho de que pueda saberse que el presidente francés y la primera ministra británica trataron de impedir la reunificación de Alemania no hace sino destacar la contradicción entre el discurso político oficial y los hechos.

Lo primero que me pasó por la cabeza al hablar de este tema fue un cuento del escritor francés Alphonse Daudet titulado “La última lección”. El cuento narra, desde el recuerdo de un niño alsaciano, la última clase de francés antes de que Prusia impusiera el alemán como lengua oficial en Alsacia tras el Tratado de Frankfurt-am-Main de 1871, que devolvía esa provincia al dominio alemán.

El cuento invoca la nostalgia por la pérdida de un idioma natal (el francés), en una zona donde el protagonista es el pequeño Franz, y todos los otros personajes ostentan nombres alemanes. El relato se puede ver como una inteligente estrategia de manipulación nacionalista de Daudet (el cuento casi termina con la frase Vive la France!).

Un siglo y treinta y nueve años después, cuando se cuestionan acuerdos hechos en la ciudad alsaciana de Estrasburgo sobre la reunificación de Alemania, vale la pena revisar este cuento y las ideas y sentimientos que despiertan en el lector. El cuento destaca a la vez la estrecha conexión que existe entre las diferentes culturas que conforman la Unión Europea y la fragilidad esencial de esos mismos lazos a pesar de miles de años de historia común.

No sé si hay una moraleja o una lección en esta historia, por el contrario, yo tengo más preguntas. Tal vez desde la distancia las estrellas de la bandera de Europa brillan más que desde adentro. Después de todo, hace apenas unos años hubo una guerra de limpieza étnica en un país que parecía estar a una distancia segura de la OTAN y del Pacto de Varsovia.

El comentario de un historiador francés en el sitio Presseurop es que el gobierno alemán se está haciendo la víctima ahora que tras la crisis griega a Alemania le tocó salvar la economía europea.

Habrá que pensar mucho más, y leer más y discutir más. Por lo pronto los invito a leer al bloguero Pierre Sogol, que es quien me informa de todos estos temas, y conocer su polémico punto de vista en cuestiones políticas.

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Costumbres del ojo 13┇ Las palabras y la distancia relativa

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Las palabras y las cosas. Las palabras y lo que nombran. Tengo dos tareas de escritura para el mismo día y las dos tratan de las palabras y las cosas. La primera es esta columna y la segunda trata del cuarto vacío, pero para mí el cuarto vacío es, antes que cualquier otra cosa, el primer capítulo de la novela “Las cosas” del escritor francés Georges Perec. Curiosa manera de hablar del vacío: por medio de las cosas.

Vacío existencial, vacío de sentimientos y emociones. ¿O no? Hay un sentimiento prevaleciente en el vacío debajo o detrás de las cosas: el deseo. Las cosas, acomodadas en un orden perfecto, pero imaginario, nombran el deseo, y el deseo es ausencia, es decir, vacío. Pero las cosas, ¿existen o no existen sin alguien que las nombre? ¿Flotan en el mundo alrededor de nosotros? ¿O son una ilusión que se vuelve material sólo a medida que alguien (yo, tú) las nombra?

Esta vez, más que otras veces, tengo más preguntas (palabras, cosas) que nada. Las cosas nos eluden y las palabras son garfios que intentan alcanzarlas. ¿Qué cosa quiero decir con este galimatías? ¿Que a fin de cuentas las palabras son cosas y las cosas eluden sentimientos, pero a la vez los contienen, que son materiales y la vez inmateriales, que en ellas ocurre la verdadera y única transubstanciación (por mí) conocida? ¿O sea que las palabras, esas palabras que nos remiten a objetos que nos remiten a sentimientos son parte de un dogma religioso? Tal vez sí, tal vez no…

Que alguien me diga por favor en que versión de la Biblia se dice que en el principio era el verbo y luego todo lo demás desde allí derivado. Lo busqué en internet, que a fin de cuentas es mi cosa de elección, y mi mayor fuente de palabras, y me mandó directamente a una página de estudio filológico de la Biblia que se lleva a cabo para sustentar el estudio teológico.

¿O sea que las palabras siempre remiten a algo más? ¿No puedo leer a Ramón López Velarde y asombrarme y arrobarme de placer sólo porque mi poema favorito habla de las que “cruzan como botellas alambradas”? ¿Tengo que extender el alcance de esas palabras, que yo considero hermosas, hasta el mujerío mexicano y desde allí a la imagen de la patria como una mujer modosa de Zacatecas? ¿Y si soy extranjero, estadounidense, chino, venezolano, ruso? ¿Qué me añade ese contexto de la patria mexicana si no vivo en México?

Las palabras son garfios. Las palabras son objetos. Las palabras remiten a objetos. O los crean. Pero hacia qué objeto me manda la palabra “favor”. ¿Las acciones también son objetos? ¿Y si lo pido “por favor”? Ya no es un sentimiento, ni una acción, ni me da ninguna información… Híjole, tengo que revisar con urgencia mis apuntes de lingüística, y de filosofía, y de antropología, y la enciclopedia…

Por lo pronto me quedo con el recuerdo de un libro que está escrito con lo no dicho, lo que subyace a las palabras: la capa inmediatamente inferior a la pública, social, del ser humano. Sí, ya se. Se llama “Tropismos” y es de Nathalie Sarraute, escritora rusa afincada en Francia.

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Costumbres del ojo 12┇ La terrible resaca emocional de las fiestas


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La palabra en francés es “malaise”. Es la palabra que mejor suena para describir lo que me provocan las fiestas multitudinarias, la navidad, acción de gracias, las ocasiones en donde todos se reúnen para celebrar. Entiendo perfectamente que la gente se suicide, entiendo perfectamente que la gente se deprima, pues yo he estado allí, yo lo he vivido, yo soy parte de la masa sufriente y dolorosa sin amor, con la auto conmiseración acechando todo el tiempo.

Las fiestas del bicentenario me han dado la ocasión perfecta para sufrir mi soledad hasta el tope, y para volver a machacar las palabras amargadas de siempre: la nación es un peligro, la unidad nacional no existe, los actores que se ríen juntos y felices y corren por los campos y las ciudad y agitan banderas tricolores con alegría inusitadas son sólo eso: actores, gente pagada para fingir que siente algo que no siente.

Tal vez sólo es que no tengo amigos que me llamen y me inviten a compartir su vida, tal vez es que no siento que los mexicanos de verdad tengamos ganas de abrazarnos en la calle y aplaudir que seguimos siendo un “estado fallido” y toda la serie de lugares comunes de rigor que vienen a cuento (la pobreza, la mala calidad de la educación, la fractura social y racial que todavía nos carcome, la victoria tenaz de una delincuencia organizada que no deja de ser exitosa porque está en los huesos de este país).

Pero la verdad es que yo no tengo de qué quejarme, como no tienen de qué quejarse la mayoría de los lectores de esta columna (“— Hypocrite lecteur, — mon semblable, — mon frère!”) que sólo habla de libros y películas de arte, de cosas en las que sólo puede pensar la gente que no tiene hambre de verdad, esa hambre profunda y sistémica que termina nunca de saciarse.

Y a pesar de todo, los rusos, que son expertos en el arte del sufrimiento, tienen un dicho que reza que algunos sufren porque las perlas de su collar son muy chicas, y otros porque su sopa está muy agüada. Como quien dice, los ricos (y los rusos) también lloran.

Hace poco leí que las últimas investigaciones permiten suponer que Emily Dickinson no era rara, sino epiléptica, y probablemente, lesbiana. Vivió aislada la mayor parte de su vida, y en vez de amargarse, escribió versos:

Soy nadie. ¿Tú quién eres?
¿Eres tú también nadie?
Ya somos dos entonces. No lo digas:
lo contarían, sabes.

Qué tristeza ser alguien,
qué público: como una rana
decir el propio nombre junio entero
para una charca que admire.

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Costumbres del ojo 11┇ El deseo infinito como regla para contar en la novela Las cosas de Georges Perec


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Nos encontramos en un departamento vacío. Una mirada detallada, podríamos decir cinematográfica, guía el recorrido en un espacio donde no hay huellas de vida, sino únicamente objetos: “La mirada, primero, se deslizaría sobre la moqueta gris de un largo corredor, alto y estrecho”.

Los indicios de la voz que narra están disimulados, de modo que son las cosas mismas las que guían la mirada: “La segunda puerta descubriría un despacho […] de cada lado de la mesa, casi enfrente uno del otro, habría dos sillones de madera y cuero […] un sillón-club de cuero verde botella conduciría a los clasificadores metálicos”.

El espacio se construye con la perspectiva, de arriba abajo, de derecha a izquierda, con la precisión de un catálogo detalladísimo. Pero algo nos causa la sensación de imposibilidad, a pesar de que la descripción fue creada bajo los parámetros de una descripción realista, que se basa en la construcción de la ilusión de realidad.

Podemos identificar un departamento. La ilusión referencial se produce por el inventario de objetos presentes en la habitación y sus atributos de forma, color, etc. Más importante aún es el valor cultural y simbólico de las cosas, aun disimulado.

Los grabados, dibujos y fotografías mencionados disfrazan su verdadero valor bajo la forma de un comentario aparte: “—el San Jerónimo de Antonello de Messina, un detalle del Triunfo de San Jorge, una cárcel de Piranesi, un retrato de Ingres, un pequeño paisaje a pluma de Klee, una fotografía amarillenta de Renan en su gabinete de trabajo en el Colegio de Francia, un gran almacén de Steinberg, el Melanchthon de Cranach—”. El comentario nos informa del interés de los habitantes virtuales del departamento por el arte y la cultura en tanto que autoridades simbólicas, provechosas en términos de economía del poder.

Los campos lexicales propios del despacho, tales como las publicaciones, (libros, revistas, lomos de encuadernaciones) y los artículos de escritorio (lápices, clips, grapas, pinzas) se integran por su materialidad con el de la decoración para remitirnos al campo semántico de las condiciones materiales de la vida y de allí al deseo de obtenerlas.

Pero este deseo de riqueza es también un deseo de pertenencia contrariado por la soledad de la descripción. Esa soledad funciona entonces como una síntesis de los personajes y como una indicación de su destino posible: su perspectiva en el mundo es guiada por el deseo, deseo inagotable de cosas que simbolizan otros tantos valores y sentimientos, siempre fuera de su alcance, siempre distantes, siempre ajenas.

El rol del observador, entenderemos más adelante, corresponde a la imaginación de los personajes, aunque su punto de vista está expresado en la voz de un narrador invisible que describe un departamento que los personajes quisieran poseer. Los verbos se expresan de forma impersonal: “habría”, “se vendría”, “sería agradable…”

Hay también marcas de orientación temporal estrechamente unidas a ciertos objetos de la casa, y aun a seres vivos que no trascienden a la categoría de personajes, por ejemplo la presencia completamente instrumental de una mujer de la limpieza que “estaría allí cada mañana” y otros que marcan una tendencia narrativa en el interior de la descripción: “habría una cocina vasta y clara […] sería agradable venir y sentarse allí cada mañana, después de una ducha, a medio vestir todavía. […] Sería temprano: el comienzo de un largo día de mayo”.

Las marcas temporales nos remiten en la misma medida al humor de los personajes que a las relaciones con ideas del mundo más generales y lejanas que el lector puede descubrir: la mañana de mayo remite al topos medieval de la primavera, el temps clar, el tiempo de la juventud y el amor, y se vuelve evidente más adelante, cuando el narrador introduce a los personajes, una joven pareja en busca de la felicidad.

Durante todo el primer capítulo, el tiempo utilizado es el condicional, un tiempo que denota un futuro virtual que existe sólo en el deseo. Así, al final de la novela, cuando los personajes han alcanzado en alguna medida la posesión material de los objetos, esta no les produce satisfacción.

Para concluir el texto, Perec no nos da una explicación, en cambio nos ofrece una cita de Karl Marx que explica por qué el deseo no se extingue, sino que permanece: “No solo el resultado sino también el camino son parte de la verdad. La investigación de la verdad debe ser verdadera ella misma; la verdadera investigación es la verdad desplegada, cuyos miembros dislocados se unen en el resultado”.

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Costumbres del ojo 10 ┇ Nayar Rivera


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De frases hechas, inspiración y libertad


Una manera general pero precisa de entender la literatura es como una tensión entre lo que se ha dicho y lo que todavía está por decir. Esta concepción del arte poética está ligada con la teoría de la gramática generativa, que preconiza que el ser humano puede generar un número infinito de frases nuevas a partir de un número limitado de reglas y unidades fijados en su entendimiento.

Al relacionar de esta manera literatura y lenguaje afirmamos la herencia cultural como un elemento constitutivo básico de un modo de ser del lenguaje, a la vez que nos alejamos de la tentación de encontrar el valor de verdad o la esencia del arte en la literatura. A partir de ese punto, la cuestión es la manera en que se organiza cada palabra en la literatura, es decir, vamos de lo más sencillo a lo más complejo.

La palabra “danza”, por ejemplo, contiene en sí la idea de movimiento organizado, pero es a su vez una decisión tomada respecto a “baile”, una palabra menos “artística” (o pretenciosa). Al haber organización, se insinúa también la idea de voluntad, lo que nos guía a la vez en la dirección de la mente, que a su vez puede ser humana o supra humana, colectiva o divina. A partir de la elección de una simple palabra invocamos el mundo.

A “danza” podemos sumarle “la” y tenemos “la danza”, no “una danza”, “cualquier danza” o “mi danza”, sino la manera más general o universal de enunciar la danza. Después podemos ir más lejos y relacionar “la danza” con una palabra que proviene que otro entorno: “espadas”. Al sumarles “las” tenemos “las espadas” (otra categoría general). Finalmente tenemos “la danza de las espadas”, que abarca la idea de movimiento organizado, artístico y dirigido por la voluntad, ligado a una serie de instrumentos de guerra y muerte que a su vez deben ser deben ser empuñados y dirigidos en movimiento organizado.

“La danza de las espadas” se refiere a la batalla, pero a un tipo de batalla que podemos justificadamente asumir como una forma de arte; esta manera de referirse a una batalla proviene de Beowulf, un poema épico anglosajón que narra las proezas guerreras de un héroe. Pero “la danza de las espadas” no era un invento único de un autor poseído por la inspiración, sino una frase hecha, un tipo de metáfora, metonimia o epíteto conocido como “kenning”, típico de la poesía épica anglosajona.

Tenemos así “la casa de los pájaros” (el aire”), “la llama del fragor de los dardos” (la espada), “los destructores del hambre de las águilas” (el que permite a las águilas alimentarse, o sea, el guerrero) o “el camino del cisne” (el mar).

Estas frases servían al poeta que las recitaba de memoria tanto para recordarlo como para embellecerlo. Frases similares eran empleadas en un pasado anterior, por ejemplo, en la épica homérica (“la aurora de rosáceos dedos” es un buen ejemplo), así como en un pasado más reciente (los “espejos de alma”, es decir, los ojos, son una frase hecha del barroco francés).

En el extremo opuesto de esta manera de escribir estuvieron los “cadáveres exquisitos” de los surrealistas, textos de creación colectiva en los que cualquiera escribía lo primero que le pasaba por la cabeza. Sin embargo, en el mismo siglo XX que valoró tanto la renovación formal y la libertad encontramos voces radicalmente opuestas a la idea misma de la inspiración pura.

Raymond Queneau (el poeta francés que creó un libro de sonetos subdivididos que permite crear, por medio de su combinación, la friolera de cien mil millones de nuevos sonetos), abogó por una literatura controlada por leyes claras, pues para él, el poeta clásico francés que escribía sus tragedias bajo reglas claras que conocía era mucho más libre que el surrealista que escribía esclavizado por otras reglas que ignoraba.

Habrá que preguntarse entonces si debemos entonces la “la falda bajada hasta el huesito” a Ramón López Velarde o a la tradición católica criolla de su natal Zacatecas, y así sucesivamente con los nuevos poetas y sus creaciones.

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jueves, 14 de octubre de 2010

¿Ya terminó la Bella Época?


¿Ya terminó la Bella Época?

Una visita casual a la Librería Rosario Castellanos me hizo descubrir que, con sólo 4 años de vida, ya vivió tiempos mejores

La librería Rosario Castellanos del Fondo de Cultura Económica es un lugar soleado, amplio, acogedor. Para mí, bellísimo y arquitectónicamente bien logrado. Mi segundo hogar. Siempre he planeado hacer allí la presentación de mi siguiente libro.

Allí se hizo la Primera Feria del Libro Independiente, a la que tuve el honor de ser invitado. Allí he pasado tardes enteras leyendo, estudiando, trabajando en mis textos. Esa experiencia no es sólo mía, muchos amigos y conocidos sienten lo mismo por ese lugar maravilloso que fue el resultado del rescate del viejo cine Bella Época.

Por todas esas razones me pareció increíble el estado actual de la administración del lugar cuando lo visité hace unos días. Tras pasar por los sensores antirrobo, el policía que cuida la puerta me exigió que dejara mis bolsas en los casilleros. Yo entiendo que el problema del robo hormiga puede afectar seriamente a la librería, sin embargo me pareció un poco extremo obligarme a optar entre dejar la bolsa contra mi voluntad o largarme.

Por si eso fuera poco, junto a los casilleros hay un letrero que señala que no se recomienda dejar allí computadoras y otros objetos valiosos pues la administración no se hace responsable por ellos. Al hacérselo notar al policía me dijo que sólo tenía que dejar la bolsa, que podía en cambio introducir mi computadora. Como si las bolsas no fueran para evitar la incomodidad de cargar en la mano la computadora, el cuaderno, la pluma, y los libros que traje para estar “cómodamente” instalado en el café.

Mientras dejaba mis cosas, un señor que salía fue detenido por otro policía que le pidió que se sacara los libros que llevaba guardados en el pantalón, junto a la espalda. El señor accedió a sacar lo que llevaba, un periódico usado, que difícilmente se puede confundir con un libro (que además habría detonado la alarma, supongo).

La política de vigilancia me pareció indignante, por lo que pregunté por el encargado para aclarar las cosas y me dijeron que se había retirado una hora antes, es decir a las 8 de la noche, aunque la librería cierra a las 11 y los policías hacen ronda hasta esa hora.

Con mis cosas a cuestas fui a revisar la sección de historia, para ver si tenían algún libro de historia de Inglaterra que necesitaba. Como no lo encontré por mi cuenta, me acerqué al módulo computarizado más cercano y me dirigí al empleado. Este buscó muy amablemente libros de historia de Inglaterra, de las islas británicas, de historia medieval y por ultimo de historia de Europa, sin éxito. Eso significa que el libro “El mediterráneo y el mundo mediterráneo en la época de Felipe II” de Fernand Braudel (editado por el Fondo de Cultura Económica), que acababa de ver en la estantería, no está clasificado en ninguna de las categorías mencionadas.

Dado que no podía adquirir ni revisar ningún libro del tema que me interesaba, decidí tomar un café y buscar en internet la información. En ese momento descubrí que para poder conectarme a internet no podía simplemente sentarme y pedir un café y la contraseña. Tenía que pagar el café antes de consumirlo (aunque la cafetería no es un mostrador en el cual uno recoge su café, sino una cafetería con un mesero que atiende las mesas), y luego ir a un módulo, con la computadora a cuestas, para pedir una clave individual que sólo sirve por dos horas. En los pasillos superiores de la librería, dos policías uniformados montaban guardia permanente.

¿Qué significa todo esto? Que hay una contradicción fundamental entre la razón de ser del centro cultural como punto de reunión, catalizador del conocimiento y la creatividad, y la política de administración y vigilancia que lo gobierna.

Cuando se anunció la apertura del centro, el gerente general del Fondo de Cultura Económica, Ricardo Nudelman, afirmó: "Es un espacio que no tiene separaciones, no hay muros, todo es abierto, con lugares de lectura donde la gente se podrá sentar a leer y nadie le va a cuestionar nada, o irá a comprar un libro o a encontrarse con los amigos y tomar un café, ver una película, escuchar música. Todos los muebles de la librería tienen ruedas y se podrán desplazar y cambiar la estructura de una sección, por si se quisiera abrir una espacio para que una persona lea su poesía o para un conjunto de cámara" (Clara Grande Paz, El Universal, Jueves 20 de abril de 2006).

En otra entrevista al mismo funcionario, concedida al Boletín de la Red Latinoamericana de Librerías, este aseguró que aun si no era posible, por obvias razones, tener siempre a la mano el libro solicitado, sí se debería en cambio “tener un librero capacitado, y un sistema eficiente que nos permita ubicar y conseguir el libro que nos piden y que no tenemos en el momento.”

Estas son las políticas que nos gustaría tener efectivamente en la librería más grande del Fondo, en este lugar que se sentía, hace tan poco tiempo, como un segundo hogar.

En un primer momento, la indignación puede hacernos pensar en boicotear la librería. Cuando subí por primera vez mis comentarios a Facebook y a Twitter, alguien sugirió dejar de ir a las librerías y denunciar “a esos ojetes”.

Sin embargo, yo no quiero dejar de ir a la librería, ni a la cafetería, ni dejar de reunirme allí con mis amigos. Los 33 millones de pesos que costó la compra y los 60 millones asignados para la remodelación del lugar salieron de nuestros impuestos, no de un inversionista privado. Este lugar, que no voy a dejar de visitar y de querer, es de todos, y lo que querría que cambiara es la política actual que lo gobierna.

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