domingo, 17 de octubre de 2010

Costumbres del ojo 10 ┇ Nayar Rivera


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De frases hechas, inspiración y libertad


Una manera general pero precisa de entender la literatura es como una tensión entre lo que se ha dicho y lo que todavía está por decir. Esta concepción del arte poética está ligada con la teoría de la gramática generativa, que preconiza que el ser humano puede generar un número infinito de frases nuevas a partir de un número limitado de reglas y unidades fijados en su entendimiento.

Al relacionar de esta manera literatura y lenguaje afirmamos la herencia cultural como un elemento constitutivo básico de un modo de ser del lenguaje, a la vez que nos alejamos de la tentación de encontrar el valor de verdad o la esencia del arte en la literatura. A partir de ese punto, la cuestión es la manera en que se organiza cada palabra en la literatura, es decir, vamos de lo más sencillo a lo más complejo.

La palabra “danza”, por ejemplo, contiene en sí la idea de movimiento organizado, pero es a su vez una decisión tomada respecto a “baile”, una palabra menos “artística” (o pretenciosa). Al haber organización, se insinúa también la idea de voluntad, lo que nos guía a la vez en la dirección de la mente, que a su vez puede ser humana o supra humana, colectiva o divina. A partir de la elección de una simple palabra invocamos el mundo.

A “danza” podemos sumarle “la” y tenemos “la danza”, no “una danza”, “cualquier danza” o “mi danza”, sino la manera más general o universal de enunciar la danza. Después podemos ir más lejos y relacionar “la danza” con una palabra que proviene que otro entorno: “espadas”. Al sumarles “las” tenemos “las espadas” (otra categoría general). Finalmente tenemos “la danza de las espadas”, que abarca la idea de movimiento organizado, artístico y dirigido por la voluntad, ligado a una serie de instrumentos de guerra y muerte que a su vez deben ser deben ser empuñados y dirigidos en movimiento organizado.

“La danza de las espadas” se refiere a la batalla, pero a un tipo de batalla que podemos justificadamente asumir como una forma de arte; esta manera de referirse a una batalla proviene de Beowulf, un poema épico anglosajón que narra las proezas guerreras de un héroe. Pero “la danza de las espadas” no era un invento único de un autor poseído por la inspiración, sino una frase hecha, un tipo de metáfora, metonimia o epíteto conocido como “kenning”, típico de la poesía épica anglosajona.

Tenemos así “la casa de los pájaros” (el aire”), “la llama del fragor de los dardos” (la espada), “los destructores del hambre de las águilas” (el que permite a las águilas alimentarse, o sea, el guerrero) o “el camino del cisne” (el mar).

Estas frases servían al poeta que las recitaba de memoria tanto para recordarlo como para embellecerlo. Frases similares eran empleadas en un pasado anterior, por ejemplo, en la épica homérica (“la aurora de rosáceos dedos” es un buen ejemplo), así como en un pasado más reciente (los “espejos de alma”, es decir, los ojos, son una frase hecha del barroco francés).

En el extremo opuesto de esta manera de escribir estuvieron los “cadáveres exquisitos” de los surrealistas, textos de creación colectiva en los que cualquiera escribía lo primero que le pasaba por la cabeza. Sin embargo, en el mismo siglo XX que valoró tanto la renovación formal y la libertad encontramos voces radicalmente opuestas a la idea misma de la inspiración pura.

Raymond Queneau (el poeta francés que creó un libro de sonetos subdivididos que permite crear, por medio de su combinación, la friolera de cien mil millones de nuevos sonetos), abogó por una literatura controlada por leyes claras, pues para él, el poeta clásico francés que escribía sus tragedias bajo reglas claras que conocía era mucho más libre que el surrealista que escribía esclavizado por otras reglas que ignoraba.

Habrá que preguntarse entonces si debemos entonces la “la falda bajada hasta el huesito” a Ramón López Velarde o a la tradición católica criolla de su natal Zacatecas, y así sucesivamente con los nuevos poetas y sus creaciones.

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