lunes, 28 de diciembre de 2009

EL ARTE DE LA TELENOVELA


Texto publicado en Replicante 20


when slaves love each other, it’s not love
Phil Collins

Hace poco se festejó en Nueva York el 5 de mayo. La MASA (Mexican American Student Asociation) de Columbia festejó desde el domingo anterior con bailes tradicionales del norte de México. La cultura mexicana que predomina en la ciudad, la más visible y real, es la cultura de los trabajadores poco calificados y sus descendientes. Es, de hecho, la misma que predomina en México, pero allí está subyugada por su contraparte criolla y europeizante.

¿Qué implicaciones tiene esto a los ojos de un artista como Phil Collins, que no tiene origen mexicano?

Recientemente, el Museo de Arte de Aspen le comisionó una pieza que atrajera a un público amplio, y el resultado es when slaves love each other, it’s not love, que se exhibe actualmente en la galería Tanya Bonakdar de Manhattan.

La parte principal de la pieza, titulada Yo soy mi madre, es un video de ficción que aparentemente sigue las convenciones genéricas de una telenovela.

Filmado con actores mexicanos, el video narra la historia truculenta de una mujer rica, su esposo, su amante y sus criadas. La mujer, insensible al sufrimiento de sus fieles empleadas, las maltrata hasta la crueldad, cuando en realidad una de ellas es su propia madre y el esposo de la otra criada (su hermana) es su amante secreto.

Los personajes actúan en el estilo sobreactuado típico de la televisión mexicana de los años ochenta, que todavía se mantiene vigente; el maquillaje, los escenarios, la ropa y la historia parecen tomados de María la del Barrio, y hasta tiene un tema musical que es un típica balada romántica latinoamericana.

Sin embargo, hay algo que no cuadra. No es la caricatura del género (la señora usa un tratamiento facial de huevos de halcón), sino tal vez el intento de aproximarse demasiado al género para hacerlo parte de la voluntad del artista.

En primera instancia, los actores. En la ficha técnica de la exposición se dice que todos son actores protagónicos de la televisión mexicana. Sin embargo, salvo Patricia Reyes Espíndola, que a pesar de su inmensa fama es más bien lo que se llama una “primera actriz”, los otros intérpretes que aparecen no son rostros ineludibles de la televisión mexicana. Por el contrario, la tradición mexicana dicta que Silvia Pinal y Adela Noriega son las típicas indígenas, y Patricia Navidad ya es el extremo del folclor.

El tipo físico de las actrices seleccionadas por Phil Collins es, en cambio, más cercano a la realidad mestiza e indígena de México, y más aún de los trabajadores mexicanos de Aspen a los que intenta acercarse.

Por otro lado, Collins también retoma el hipertexto más obvio de la historia, Las criadas de Genet. En cada escena crea el juego de la escenificación dentro de la escenificación, exhibiendo el equipo de filmación y haciendo que actúen personas diferentes en los mismos papeles. Por si fuera poco, los personajes se llaman Clara y Solana. Pero tal vez lo que más coquetea con Genet es el intento de mostrar la violencia y el rencor contenido de las criadas que quieren ser iguales a la señora y la señora que es, en el fondo, una impostora, pues es igual que ellas: un deseo neurótico sin resolver.

Al final del video Solana obliga a la señora a la señora a recoger los pedazos de un jarrón roto a punta de pistola, mientras repite que todas ellas son iguales.

Si la pieza está dirigida al vasto público mexicano de habitantes no reconocidos de Aspen, los que trabajan limpiando los hoteles de lujo y las casas de campo, entonces se carga instantáneamente de una retórica política que no profundiza mucho en los intereses y conflictos reales de esa comunidad, sino que, por el contrario, los banaliza.

Las otras piezas de la exposición son en cambio una serie de retratos fotográficos amplificados y un carrusel con diapositivas, provenientes de distintas ciudades del mundo, que el artista compró a sus dueños antes de ser reveladas, con el permiso de usarlas como propias. Las imágenes del carrusel se convierten en arte por decisión del artista, pero dejan intacta la mirada que las animó, y su poder evocativo.

Su trabajo anterior, the world won’t listen, presentado en el Museo de Arte de Dallas en 2007 y 2008, consistió también en una serie de retratos de personas de distintos países, cantando canciones del grupo inglés The Smiths. El propósito de la pieza, filmada en Colombia, Turquía e Indonesia, era proponer retratos más verdaderos de la gente al ponerla fuera de su contexto cultural.

Pero, ¿a quién está retratando Collins en Yo soy mi madre? ¿A las actrices mexicanas jugando a ser actrices, con papeles mejores que los que realmente pueden tener en su propio país por el racismo, pero que finalmente están muy lejos de ser afanadoras ilegales en Aspen? ¿O a los sueños autorredentores de esas mismas trabajadoras?

Como mexicano, tal vez le añado demasiada información propia al video, pero me parece que se trata de una producción demasiado elaborada para tener tantos cabos sueltos.


—Nayar Rivera
© Derechos reservados RGRV, S. A. de C. V., 2004

jueves, 17 de diciembre de 2009

Primera escena de Las Cartas

Primer Acto

Interior de un estudio muy claro, muy cómodo, moderno y lleno de libros.
En medio, sentados en tres sillones, están los Sor Juan, San Ignacio y San Sebastián. Sor Juana lleva el traje de monja jerónima, pero tiene el pelo largo, suelto, que peina lenta y concienzudamente con un lujoso peine de carey.
San Ignacio, vestido de monje jesuita, teje una larguísima tela negra de punto.
San Sebastián, que solo viste un pareo africano, está sentado en flor de loto y agita de cuando en cuando una campanita.

Escena I

Sor Juana: Así me has pagado.
San Sebastián: Con el desconcierto.
San Ignacio: Con la devoción.
Sor Juana: Con la duda.
San Ignacio: Te dejé abajo, te dejé vivo, te dejé atrás. A la llegada de los días claros cantó la rosa de los vientos el momento de nuestra separación.
Sor Juana: A la mitad no quise dejarme, era un proceso, era una canción pública, casi un concierto.
San Ignacio: No se vale mentir respecto al compromiso crítico. Algunos, se dice, tienen facilidad para el alemán y la ingeniería.
San Sebastián: Tantas veces que de verdad estuve a punto de amarte. Intenté dejando un viaje, viviendo para ti un destino escogido.
Sor Juana: Un desierto donde cada grano era de amor.
San Ignacio: Me manchaste la vida de blanco y no toleré, te agregaste como una carencia, un gusto adquirido, un genio del deseo, cardinal, atento.
Sor Juana: Esperaba tu muerte por testimonio indirectos, algo más que los demás, como si también los demás.
San Sebastián: Marcas de agua, acentos indeseados, allí siempre los ojos azules, el gen recesivo. Dios, dame omnipotencia para cambiar los factores sociales que no puedo cambiar, déjame fingir que no me gusta el sexo con amor.
San Ignacio: Cara lavada, como todas las de hombre, a punto de las verdades absolutas; una serie y la farsa del alcoholismo se derrumba.
Sor Juana: Me escribiste una carta que era una copia, sabiendo que yo lo sabía, como si no hubiera leído Casa de muñecas.
San Sebastián: Como si no hubiera leído Peer Gynt.
San Ignacio: Como si no hubiera leído los libros de Próspero, las cartas del naufragio de Robinson Crusoe, como si no me hubiera preguntado por qué no sirven las religiones.
San Sebastián: Cuando me llevaste a comer al restorán francés y pediste vista al mar y sólo había vista a la terraza, cuando me llevaste a Cuernavaca a la casa de tu esposa muerta, cuando me hablaste de la edad espeleológica de tus hijos. (Como rezando, en secreto) Padre, me desposaré con aquel que adivine mi nombre, que no tenga que quemar la piel de mi destino auto infligido, con aquel que me dé argumentos válidos contra Robert Venturi. (En voz alta) Padre, me desposaré con la historia, me desposaré con la realidad que pruebe no ser travestida, con la montaña, con el pozo, con la prueba; padre, tú serás mi prueba.
Sor Juana: Aguzaste lanzas y flechas, llamaste sin éxito al terror.
San Ignacio: Y entonces juré que no amaría porque me desgarró la máscara de cera, porque me desgarró por dentro, porque se había matado para mí sin mí, porque había favores que hacer y huecos que llenar, porque en realidad había que aprender la tolerancia y el respeto. “Lo que los hombres llaman amor es demasiado pequeño, demasiado restringido y demasiado débil, comparado con la inefable orgía, la santa prostitución del alma que se da entera, poesía y caridad, a lo que imprevistamente aparece, al desconocido que pasa”.
Sor Juana: Pero queremos aire.

Todo se pone oscuro, sólo se ve a San Sebastián que camina seguido por la luz y recita

viernes, 4 de diciembre de 2009

Algunos de mis libros favoritos

1. Las mil y una noches (colectivo)
2. El libro de Job (¿?)
3. Rayuela (Cortázar)
4. La morfología del cuento (Propp)
5. El libro de la almohada (Shoganon)
6. La novela de Genji (Murasaki)
7. Seis propuestas para el próximo milenio (Calvino)
8. Las ciudades invisibles (Calvino)
9. Poesía reunida de Emily Dickinson
10. Una ola (Ashbery)
11. Poesía reunida de (ee cummings)
12. Los años con Laura Díaz (Fuentes) (sí, y qué!!!)
13. Cuentos populares rusos (tradición oral)
14. Réquiem (Ajmátova)
15. Esperando a Godot (Beckett)
16. Lo bello y lo triste (Kawabata)
17. El halcón maltés (Hammet)
18. El asno de oro (Apuleyo)
19. La Ilíada (Homero)
20. Una temporada en el infierno (Rimbaud)
21. El cementerio marino (Valéry)
22. Viernes o los limbos del pacífico (Tournier)
23. Poesía amorosa (Sor Juana)
24. De lunes todo el año (Morábito)
25. Mrs Dalloway (Woolf)
26. El cielo protector (Bowles)
27. Tao te king (¿?)

mi primer cuento... de hace muchos, muchos años

A ti


Desde que me has abierto la puerta, me regocijo de la gota oscura fétida que escurre lentamente por la comisura de mis labios torcidos en bobalicona mueca (sonrisa de placer extinto, de renovada decadencia).

Desde entonces, pellizco con fruición.

Bajo todas las noches a hurgar en los botes de basura de los vecinos, y gozo resistiendo cada vez más débilmente el impulso de arrojarme sobre los pañales, las toallas y los tampones. Mi máximo gozo es deshojar con arte, delicadamente, un papelito blanco y sedoso como una magnolia, e ir descubriendo la deliciosa sorpresa navideña en su interior.

Tú me enseñaste el verdadero sabor de la verdadera carne. Y tenías razón, los niños pequeños son los seres más cercanos a Cristo, como dijiste en aquella memorable celebración.

Mis manos blancas siguen así. Mi pececillo corrosivo sigue su recorrido normalmente, flanqueando cada vez más barreras y barriendo cada vez más recuerdos. Crece muy sano, porque sus aguas han aumentado su dulce y carnoso, podridito aroma, y su consistencia se gelatiniza.

Siempre fui una mártir. ¿Recuerdas el primer bocado? Me convulsioné de terror, tanto que para vencerlo, el instinto y el reflejo condicionado se unieron rápidamente e hice lo que siempre me dijo mi mamá : Si tienes miedo de hacer algo, hazlo hasta que se te quite. Y yo no sé si ya se me quitó, o si todavía no se me quita, pero después de nuestro fruto y de ti, las ganas de seguir regalándome con tales preseas conmemorativas no se me han quitado, y todavía me compadezco.

Nuestro blanco mito del blanco cisne surcador de frescos remansos entre blancas flores, fue transitando a la inversa el del gris polluelo que triunfó finalmente en la vida, hasta acabar bullendo en una sartén bien aceitada -la clara siempre blanca-, como en el anuncio televisivo del remedio antiagruras.

Siempre es por candor que suceden estas cosas. ¡Si alguien nos hubiese dicho que de perseguir perfumes se pasa a descubrir sus fuentes y de allí a querer poseerlas con todos los sentidos!

Es tan delicado, el amor...