sábado, 6 de agosto de 2011

Algunas cosas que hacer en Nueva York




Jamaica Bay vista desde Rockaway
No voy a hablar acá de lo de siempre, de las vistas desde el Empire State o el Rockefeller Center, las tiendas de Madison y Soho, el West Village, Tribeca y la “milla de los museos”. Esa información es fácil de obtener en todas partes. Más bien les hablaré de mi experiencia en algunos lugares tal vez menos conocidos, y que para algunos pueden ser decepcionantes. Sobre aviso no hay engaño.
1. Jamaica Bay. En lugar de tomar el metro desde el aeropuerto en Howard Beach hacia Manhattan, abórdalo en la dirección opuesta y visita Jamaica Bay. Es el único santuario de la vida silvestre de la ciudad, una bahía poco profunda de aguas apacibles en donde pasean las garzas y las gaviotas y se aparean las limulas. La brisa es fuerte y la gente aprovecha para hacer kiteboarding. La única playa real de la bahía, Plum Beach, tiene la fama terrible de que hay sexo en las dunas, drogas e incluso crímenes, y de que está llena de gente de lo más rara. Como quien dice, una Nueva York que dejó hace mucho el East Village, en donde hace treinta años había prostíbulos ambulantes y adictos al crack en cada esquina, hasta que llegaron los yuppies y se volvió una zona de lujo. Pero a Plum Beach no he ido, así que no prometo nada. Desde el metro se ven en cambio a la distancia las casas sobre pilotes, las islas de hierba a la mitad de la bahía y el aeropuerto JFK a la distancia, lo cual no está nada mal. El metro parece volar encima del agua y del otro lado está la península de Rockaway, que tiene una playa de muchísimos kilómetros para tomar el sol y jugar en las olas. La parte más tranquila para nadar está en el extremo este, donde termina la línea A.
2. City Island. Esta pequeña isla tiene como principal encanto que está en el extremo del Bronx, una zona que nadie considera especialmente atractiva en Nueva York. Sin embargo, es un pequeño oasis al que se puede llegar muy fácilmente. Al final de la línea 6, la verde, se toma un autobús y en diez minutos está uno en la isla. Al final de la ruta, donde termina la calle principal, hay un restaurante de mariscos verdaderamente horroroso y siempre lleno que tiene vista al mar y vende toda clase de platillos rápidos preparados con productos locales, desde ostras y ostiones frescos hasta langosta y aros de calamar, clam chowder y helados de maquinita, que uno puede disfrutar por poco dinero apreciando al mismo tiempo la diversidad cultural de Nueva York en toda su gloria. Para los que quieran algo menos popular, lo único que tienen que hacer es dirigirse a cualquiera de los muchos otros locales de la misma calle.
La isla se puede recorrer a pie, aunque la mayoría de las calles son callejones ciegos que terminan en el mar, y uno tiene la sensación de estar violando la intimidad de los habitantes, pues las casas, de un estilo entre pueblerino y suburbano, están totalmente a la vista. Recomiendo visitar el cementerio, pues me gustan las piedras y los parques con vista a un mar lleno de yates de todos los estilos. Por allí mismo hay varias casas victorianas, que si bien no son excepcionales, le dan su sabor único a esta comunidad.
Casi al lado de la isla, en tierra firme, está Orchard Beach, una playa artificial creada por Robert Moses (un tipo sobre el que vale la pena leer), que no conozco, pero que parece tranquilísima e ideal para nadar y que tiene todos los servicios necesarios.
3. La ribera del Hudson. Si te gusta caminar y ya te sabes de memoria el Met, el MoMA, el Whitney, el New Museum y la colección Frick recorre a pie Manhattan por el río desde el puente Washington hasta Battery Park. La parte norte es un parque cubierto de cerezos, así que vale la pena verlo en primavera, cuando los árboles están en flor y las mañanas parecen sonrojadas. En verano la gente pesca, toma el sol, camina o se mueve en patines o en bicicleta, con muy poca ropa y buen actitud, así que se presta para disfrutar del dolce far niente. Cuando uno va por la mitad, en lo que ahora se ha dado en llamar MiMa para darle un toque de glamur, la cosa se vuelve más fea, pero eso también es la ciudad, así que vale la pena: hay autopista, helipuerto, el centro de convenciones y restos de muelles. Si perseveras, llegarás al museo “intrépido” o sea un enorme portaviones que se puede visitar (las cuotas son caras, como en todos) y el muelle se vuelve mucho más bonito, con baldosas de granito y barandales de acero. Abajito está la zona de las galerías de Chelsea y el Highline, y más abajo el Meatpacking District y el West Village, y más abajo aún se distingue ya el sitio donde se construyen las nuevas torres del WTC. Si sigues el paseo hasta donde da la vuelta, pronto llegarás, molido pero contento, a la hermosa biblioteca de la Casa del Poeta, que tiene todos los libros de poesía que se publican al año en los Estados Unidos (o al menos eso afirman ellos). El lugar es precioso e ideal para trabajar, aunque por la tarde tiene demasiado sol, pues está orientado hacia el oeste, con vista al río. Si te parece que recorrer todo esto a pie es demasiado maratónico (son como once millas y tres horas y media de camino), hazlo en bicicleta, merece la pena.
Imagen: © Nayar Rivera.

Un desmayo


Trevor subió las escaleras de emergencia detrás del elevador hasta el último piso. Llevaba tres semanas tomando un nuevo medicamento contra la depresión que causaba confusión y aturdimiento. Llegó al techo del edificio, trepó por el parapeos un momento para olvidlástico verde, a que pensar en cómo resolver la situación y se sintió de pronto relajado y feliz. Eran las siete de la noche en la esquina de Bpaso en falso, tropezó y cayó. Pasó en cámara lenta frente a la fachada del edificio de ladrillo y sintió todo su cuerpo que crujía de dolor en el balcón de sus vecinos dos pisos más abajo. Arriba había nubes en lugar de estrellas, las luces estaban apagadas, y no podía volver a entrar a entrar al edificio. Estaba atrapado afuera, molido. Cerró los ojos un momento para olvidarse de que tenía que p-width: 0px; border-color: initial; border-left-width: 0px; border-right-width: 0px; border-style: initial; border-top-widthowery con Bond y alrededor había una fiesta. Eran los clientes del CBGB que se pinchaban los brazos en la calle. Patty Smith pasó flotando en una foto con Robert Mapplethorpe, bidimensional y plástica. The Ramones y The Clash rompían guitarras en una nube de diamantina suspendida en el aire y un coro de polacos ucranianos bailaba una mazurka con las bocas llenas de pizza.
Era el círculo exterior del infierno, donde se mezclaban el recuerdo y el olvido, una ciudad multicolor con tiendas de diseño en cada esquina y cafés gratuitos para todos en tazas de porcelana pintadas como vasos desechables.
Cuando se levantó llevaba un saco holgado de lana ligera de color gris claro, una camisa de cuello Mao y un pantalón de tiro bajo. Todavía medio aturdido cruzó la calle, saludó al portero de librea roja y subió a su nuevo departamento en el centro de Noho (North of Houston), un condominio único de 2100 pies cuadrados (195.1 metros cuadrados) con una terraza privada casi del mismo tamaño. Allí tenía todo lo que quería, desde la cocina Poggenpohl de acero inoxidable con el lavavajillas Bosch y estufa Viking hasta una alcoba con vestidor y baño de tina y regadera separadas y mucho espacio para guardar todas sus cremas y tratamientos innecesarios, pues la vejez no llegar tiempo lo alcanzó, a Houston.