jueves, 24 de marzo de 2011

Se acerca el deshielo


Estoy pensando en El Deshielo, mi nuevo libro. Se presentará el 5 de mayo, totalmente a tono con la batalla de Puebla y con la fiesta más paradigmáticamente mexicana de los Estados Unidos.




















Los preparativos para ponerlo guapo y presentable son más difíciles que la escritura misma, si no por otra razón, por la costumbre de escribir, pues comencé a escribir hace unos quince años y sólo llevo, en cambio, cuatro libros publicados, así que tengo más experiencia en lo primero que en lo segundo.
















La mayoría de las obras escritas en México sobre la relación entre México y Estados Unidos son estudios académicos que emplean herramientas lingüísticas y discursivas técnicas, o panfletos en los que Estados Unidos aparece como un enemigo al cual al hay que oponerse o como un modelo al cual hay que imitar.


El libro se desarrolla a partir de algunos conceptos básicos que se entrecruzan y completan entre sí, como el gusto común por la hipérbole y la confesión, la idea de nación en los dos países, las fuentes de la animosidad y los conflictos constantes, el arte como fuerza motriz, la convivencia diaria y la mirada del otro como mito y espejismo.


El deshielo tiene en cambio un objetivo completamente literario, se trata de una aproximación personal a las relaciones de parentesco entre los dos países como experiencia vívida.


El deshielo se acerca así a otras obras literarias sobre la relación entre México y Estados Unidos como Days of Obligation: An Argument With My Mexican Father de Richard Rodríguez y el Laberinto de la Soledad de Octavio Paz, así como a miradas personales sobre los Estados Unidos, como In the american grain de Williams Carlos Williams, La estrategia de la ilusión de Umberto Eco o América de Jean Baudrillard.

Sin embargo, se distingue de todos ellos por el intento de escribir una narrativa fragmentaria abierta, que invita al lector a armar las piezas como un enigma literario y encontrar así sus propias huellas en la historia.

lunes, 21 de marzo de 2011

Poema: 21 de marzo de 2011

No quiero que vengas.
Te hablé, te llamé, y ahora, por estas razones inciertas,
por estos incentivos que no ocurrirán, no te quiero aquí.
Quiero lo de siempre, otras cosas que no puedes darme, que no puedo darme.
Todas las islas, todas las tardes inmaculadas,
Arrecian los cuartos de alquiler, me llamo de mano casta,
me llamo heredero, testamentado.
El envoltorio no se rinde al placer o la ignorancia
Dentro de unos días, dentro de unas horas vendrás
hasta mi puerta laxa
con tu propia llave, con tu felpudo a cuestas, con el dedo
que señala, abunda, moja, intuye, asume, coquetea.
Por el ojo de la cerradura, por el aire cambiado por el horóscopo del día,
por la herrumbre de las tuberías, por el arroz instantáneo, por la cara larga
derramando llegadas anteriores, vendrás,
será como antes, será como nunca, un tanto malsano, un tanto suave
como la corteza de un hongo, como un comentario político,
y no sabré –y no sabrás– si hay un tesoro,
si todos estos días de pena,
si hay algo de cierto en la llegada
y las ofrendas.




















Imagen en su contexto original

viernes, 18 de marzo de 2011

Algunas mujeres







En las fiestas, usaba flores blancas en el pelo, como un personaje salido de un lai, como las hadas que usaban túnicas de púrpura en una competencia sin fin por la belleza.

Era Scherezada, salvando a todas las muertas en vida, a todas las víctimas posibles con fuerzas ocultas y poderosas, con carne y con virtud, con la belleza de las palabras brillando más que la belleza imposible de mi cuerpo.

Era una niña. Me llamaba Rosita. Lo recuerdo brumosamente, pero lo recuerdo. Tenía el pelo largo, rubio, y usaba vestidos cortos.

Era Anna, la princesa tártara de la ciudad de la corte al borde del Báltico, Anna que se escurría debajo de la silla y que pasó de ser la poetisa de la gloria del talento juvenil y la pose frívola a ser la mater dolorosa llorando a su hijo y a su marido en las colas de las cárceles. “Nos encontramos en un año monstruoso, /cuando las fuerzas del mundo se habían agotado, / todo estaba marchito y enlutado por la desgracia, / y solo las tumbas eran frescas. /El talud del Neva, sin faroles, era negro azabache.

Era Lady Lazarus, de piel menos resistente que la voz acerada, acérrima, radical, cáustica, bipolar, hurgando el fondo del fondo, rascando tu miedo con mi raíz tuberculosa.

Era toda de polvo, desnuda bajo el abrigo de pieles, blandiendo a mis amantes como excusas para ser lo que ya era, oscura, sola, loca, bella por siempre y por anticipado, muerta y viva, polvo, nada, tomando la tarde y la noche por asalto, vencida por mi única enemiga.

Era Gabriela humilde, necesaria, rezando cada día: “Maestro, hazme perdurable el fervor y pasajero el desencanto. Arranca de mí este impuro deseo de justicia que aún me turba, la mezquina insinuación de protesta que sube de mí cuando me hieren. No me duela la incomprensión ni me entristezca el olvido de las que enseñe”.

Era una reina de la fantasía, vestida de soldado, enamorando a seres inferiores con talentos inéditos. Lucía en la frente un lucero y la luna adornaba mi trenza, llevaba en la mano una calavera de ojos que calcinan, era tres y una, Hécate, Artemisa, Afrodita.

Adentro de la casa, en el jardín trasero, entre las abejas y las serpientes, arrugada en las cartas, rodeada de rumores lentos, permanente: “We never know how high we are / Till we are called to rise; /And then, if we are true to plan, / Our statures touch the skies”.

Ver en Territorio Liberado

Imagen original

Pushkin










Cuando pienso en escritores de origen africano (aunque finalmente todos somos de origen africano, ¿no?) pienso de inmediato en Aleksander Pushkin.

Este escritor, considerado el padre de la literatura
moderna rusa, es famoso por muchas razones: la primera, desde luego, es su literatura, que va del poema herético "Gavrilíada" a la novela en verso "Evgueni Oneguin", pasando por muchas versiones literarias de cuentos populares rusos tan célebres como el Zar Saltán y por supuesto, numerosos poemas.

Pero también encarna el estereotipo del poeta romántico al estilo de Byron: de cuna muy noble y gran fortuna (el apellido Pushkin se remonta al siglo XII), rebelde, enamoradizo, fascinante, viajero, metido en movimientos sediciosos, de erudición universal mezclada con el interés por las culturas vernáculas. En vida fue exilado varias veces, y murió en un duelo defendiendo el honor de su esposa, Natalia Goncharova, una de las grandes bellezas de su tiempo.

¿Qué tiene todo esto que ver con su origen africano? Pues poco, en realidad, y ese es justamente el punto. El abuelo de Pushkin, sobre el cual el poeta empezó pero no terminó una novela, era un esclavo africano que llegó a Rusia en tiempos de Pedro I el Grande. Según algunos, provenía de Etiopía. Según otros, de Camerún, al otro lado de África. Lo que parece cierto es que fue llevado de niño a la corte otomana de Istanbul y desde allí pasó a Vilnius. Fue bautizado, en la iglesia de la Iglesia de Santa Paraskeva de esa ciudad, con el nombre de Abram Petróvich (es decir, hijo de Pedro, el zar) Gannibal.

La historia que yo escuche de niño tenía tientes más heroicos: según dicha versión, Abram era un esclavo al servicio de uno de los jóvenes aristócratas que Pedro enviaba a Occidente a estudiar para así modernizar Rusia. Sin embargo, el muchacho no aprendió nada, pues en su lugar estudiaba su esclavo, que tenía su misma edad y mucha más inteligencia y nobleza, pues era un príncipe africano. Cuando Pedro se dio cuenta, lo liberó y lo invitó a vivir en su corte, en la que llegó a ser un destacado ingeniero militar, general de división, e incluso gobernador de Tallin. De su segundo matrimonio, con la noble de origen alemán y escandinavo Cristina Regina Siöberg, tuvo diez hijos. De esa descendencia, su hijo Osip tuvo a su vez una hija, Nadezhda, la madre de Pushkin.

La fotografía que ilustra esta nota proviene de un blog donde se describe con lujo de detalles la descendencia de Abram Petróvich hasta la novena generación. La mujer alta y pelirroja que está parada detrás del Príncipe Carlos, es Natalia Ayesha Phillipps, madrina del príncipe William y casada con el 6º duque de Westminster, el sexto hombre más rico de Inglaterra. Es, por supuesto, descendiente directa del susodicho esclavo.

Citar esta historia típica de la nobleza europea es probablemente suficiente para probar la irrelevancia relativa del origen de un escritor determinado, pero los invito a hacer un ejercicio. Miren atentamente la fotografía de la sexta duquesa de Westminster y amiga íntima de Diana de Gales, y reciten al mismo tiempo estos versos de la escritora norteamericana June Jordan, a ver qué sensación les produce:

Incluso esta noche necesito caminar y despejar
mi cabeza en relación a este poema sobre por qué no puedo
salir sin cambiarme de ropa de zapatos
ni la posición de mi cuerpo o la identidad de mi género mi edad
mi status de mujer sola al atardecer/
sola en las calles/ sola no siendo el caso/
el caso es que no puedo hacer lo que quiero
con mi propio cuerpo porque soy del sexo
equivocado de la edad equivocada del color de piel equivocado y
supón que no es aquí en la ciudad sino allá en la playa/
o en la profundidad del bosque y quisiese ir
sola mi alma ahí a divagar sobre Dios/ o
los niños o a pensar sobre el mundo/ todo eso
revelado por las estrellas y el silencio:
no podía ir y no podía pensar y no podía
quedarme ahí
sola
como lo necesito
sólo porque no puedo hacer lo que quiero con mi propio
cuerpo y
quién mierda hizo las cosas así
de este modo y en Francia dicen que si el tipo penetra
pero no eyacula entonces no me violó
y si después de acuchillarlo si después de los gritos si
después de rogarle al bastardo y si incluso después de darlecon un martillo sobre la cabeza si incluso después de eso él
y sus amigotes me fornican después de eso
entonces yo lo permití y no hubo
ninguna violación porque finalmente entiendes finalmente
me fornicaron porque yo estaba equivocada yo estaba
equivocada nuevamente por ser yo siendo yo donde estaba /equivocada
de ser quién soy
lo que es exactamente como Sudáfrica
penetrando en Namibia penetrando en
Angola y acaso eso significa quiero decir cómo sabes si
Pretoria eyacula cómo es que se reconocerá la evidencia la
prueba de la eyaculación del monster jackboot en Blacklandy si
después de Namibia y si después de Angola y si después de Zimbawe
y si después de que todos mis parientes y mujeres resistan incluso a
la auto-inmolación de las villas y si después de eso
igual perdemos qué van a decir los muchachotes reclamarán
mi aprobación:
Me Logras Seguir: Somos el pueblo equivocado de
la piel equivocada en el continente equivocado y sobre qué
diablos están todos siendo tan razonables
y de acuerdo al Times esta semana
allá por 1966 la C.I.A. decidió que tenían este problema
y el problema era un hombre llamado Nkrumah así es que
lo mataron y antes de eso fue Patrice Lumumba
y antes de eso fue mi padre en los terrenos
de mi escuela de Ivy League y mi padre con miedo
de caminar en dirección a la cafetería porque dijo que
era una equivocación de edad equivocada de piel equivocada de identidad
de género equivocada y estaba pagando mi escolaridad y
antes de eso
era mi padre diciendo que yo estaba equivocada diciendo que
debería haber sido niño porque él quería uno/ un
niño y que debiera haber tenido la piel más clara y
que debiera haber tenido el pelo más liso y que
no debería ser tan amante de los chicos que en cambio yo debería
haber sido uno/un chico y antes de eso
era mi madre implorando por una cirugía plástica para mí
mi nariz y para mis dientes frenillos y diciéndome
que suelte los libros en otras palabras
que pierdan
estoy muy interiorizada de los problemas de la C.I.A.
y los problemas de Sudáfrica y los problemas
de la Corporación Exxon y en general de los problemas
de la América blanca y los problemas de los profesores
y los predicadores y los del F.B.I. y los trabajadores
sociales y mi madre y padre personalmente/estoy muy
interiorizada de los problemas porque los problemas resultan ser
yo
yo soy la historia de la violación
yo soy la historia del rechazo a quien soy
yo soy la historia de la terrorífica encarcelación de
mí misma
yo soy la historia de los asaltos y la agresión y de ilimitados
ejércitos en contra de todo lo que quiera hacer con mi cabeza
y mi cuerpo y mi alma y
sin importar si se trata de caminar en la noche
o si se trata del amor que siento o
si se trata de la santidad de mi vagina o
de la santidad de mis fronteras nacionales o la santidad de mis líderes o la santidad
de todos y cada uno de mis deseos
que sé yo de mi personal e idiosincrásico
e indiscutiblemente solo y singular corazón
que he sido violada
porque estoy equivocada, soy del sexo equivocado la edad
equivocada la piel equivocada la nariz equivocada el pelo equivocado la
necesidad equivocada el sueño equivocado la geografía equivocada
el sastre equivocado yo
he sido el significado de la violación
he sido el problema que todos buscan
eliminar a través de la penetración
forzada con o sin la evidencia de mugre y/
pero no confundamos este poema
no es que consienta yo no me entrego así como así
a mi madre a mi padre a mis maestros al
F.B.I. a Sudáfrica a Bedford-Stuy a Park Avenue a American Airlines a los ociosos
de pene erecto en las esquinas a los rastreros en autos
no estoy equivocada: Equivocada no es mi nombre
Mi nombre es mío mío mío
y no puedo decirte quién diablos hizo las cosas así
pero sí puedo decirte que de ahora en adelante mi resistencia
mi auto-determinación simple y cotidiana y nocturna
puede muy bien costarte la vida.

(Traducción de Verónica Zondek, 2006)


Ver en Territorio Liberado

Imagen original












De la patria












Patria. ¿Cuál es mi patria? ¿Qué cosa es esa palabra medio pútrida, lastimera y maldita, gigantesca y porosa, amorfa, inexistente? Patria suena a insulto, a ideología, a conflicto permanente con la autoridad y con la historia.

Patria carnal y porosa, ambigua, nacional. Palabra fascista y sentimental, campo de redenciones imposibles, deseo. Deseo y nostalgia.

¿Es esa mujer de porte majestuoso y senos turgentes, la fantasía irrealizada de una Miss Universo indígena que ilustraba las portadas de los libros de texto gratuitos?

¿Es el discurso místico de un luchador social asesinado, que hablaba de praderas y niños de todos los colores jugando juntos, amos y esclavos, leones y corderos, en una nueva tierra prometida?

¿Es una Erinie generosa y sabia, vestida de traje típico, perfumada de tierras y plantas y comidas caseras, entre sonidos de instrumentos endémicos del planeta Tierra?

¿Es un hombre de piedra sobre una tumba, dirigiendo la vida de la ciudad con rayos en las manos?

O es la vista llena de paisajes, de libros, de fechas, de mapas: una red de palabras para pescar cifras macroeconómicas y recuerdos de infancia. O una imagen nítida, protegida por capas de recuerdos más recientes. O un simple afiche colgado en un muro, un himno, una bandera.

Ayer vi en YouTube el escudo de la Unión Soviética y junto a él el título del video: “Ródina”, patria. Esa no es mi patria, pero fue durante muchos años mi idea de lo que era la patria. El video es de la canción soviética “S chego nachinayetsa Rodina?” (“¿Con qué comienza la patria?” es una traducción aproximada). Y como siempre en las canciones rusas, la respuesta es dulcísima, entrañable, familiar.

Un poco como lo que escribió Ramón López Velarde en Suave Patria: “te amo no cual mito, sino por tu verdad de pan bendito”. O como la idea de patria de José Emilio Pacheco en Alta traición, compuesta de “diez lugares, /cierta gente, /puertos, bosques de pinos, /fortalezas, /una ciudad deshecha, /gris, monstruosa, /varias figuras de su historia, /montañas /-y tres o cuatro ríos”.

Mi patria es el olor de un jardín de rosas en Lille. Es la ribera del Hudson y el Paseo de la Reforma a la altura de la calle Havre. Es una mañana fresca en un bosque de pinos en la frontera entre Guatemala y Honduras, escribiendo lo siguiente: “Lanzas en ristre al cielo/ desbandada/ son los pinos”.

Es el paisaje del altiplano de Kenia, las callejuelas antiguas de Zanzíbar, y las horas que paso en un avión hacia un destino nuevo. También es una época en la que recorría la ciudad de México en bicicleta, bañado en sudor, adelantado al transporte público por la izquierda. Es una caminata en silencio hasta mi casa tras la última función de cine del Centro Cultural Universitario cuando tenía 20 años y otra más reciente por la colonia Del Valle de la Ciudad de México, que me hizo sentir otra vez en la colonia donde vivía de niño.

Es un monstruo híbrido hecho de recuerdos, experiencias, prejuicios: patria ríspida, indeleble, traumática, pero a veces, en algunos momentos de sensiblería fácil, necesaria.


Ver en Territorio Liberado

Imagen original