Estoy pensando en El Deshielo, mi nuevo libro. Se presentará el 5 de mayo, totalmente a tono con la batalla de Puebla y con la fiesta más paradigmáticamente mexicana de los Estados Unidos.
Los preparativos para ponerlo guapo y presentable son más difíciles que la escritura misma, si no por otra razón, por la costumbre de escribir, pues comencé a escribir hace unos quince años y sólo llevo, en cambio, cuatro libros publicados, así que tengo más experiencia en lo primero que en lo segundo.
La mayoría de las obras escritas en México sobre la relación entre México y Estados Unidos son estudios académicos que emplean herramientas lingüísticas y discursivas técnicas, o panfletos en los que Estados Unidos aparece como un enemigo al cual al hay que oponerse o como un modelo al cual hay que imitar.
El libro se desarrolla a partir de algunos conceptos básicos que se entrecruzan y completan entre sí, como el gusto común por la hipérbole y la confesión, la idea de nación en los dos países, las fuentes de la animosidad y los conflictos constantes, el arte como fuerza motriz, la convivencia diaria y la mirada del otro como mito y espejismo.
El deshielo tiene en cambio un objetivo completamente literario, se trata de una aproximación personal a las relaciones de parentesco entre los dos países como experiencia vívida.
El deshielo se acerca así a otras obras literarias sobre la relación entre México y Estados Unidos como Days of Obligation: An Argument With My Mexican Father de Richard Rodríguez y el Laberinto de la Soledad de Octavio Paz, así como a miradas personales sobre los Estados Unidos, como In the american grain de Williams Carlos Williams, La estrategia de la ilusión de Umberto Eco o América de Jean Baudrillard.
Sin embargo, se distingue de todos ellos por el intento de escribir una narrativa fragmentaria abierta, que invita al lector a armar las piezas como un enigma literario y encontrar así sus propias huellas en la historia.
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