viernes, 18 de marzo de 2011

De la patria












Patria. ¿Cuál es mi patria? ¿Qué cosa es esa palabra medio pútrida, lastimera y maldita, gigantesca y porosa, amorfa, inexistente? Patria suena a insulto, a ideología, a conflicto permanente con la autoridad y con la historia.

Patria carnal y porosa, ambigua, nacional. Palabra fascista y sentimental, campo de redenciones imposibles, deseo. Deseo y nostalgia.

¿Es esa mujer de porte majestuoso y senos turgentes, la fantasía irrealizada de una Miss Universo indígena que ilustraba las portadas de los libros de texto gratuitos?

¿Es el discurso místico de un luchador social asesinado, que hablaba de praderas y niños de todos los colores jugando juntos, amos y esclavos, leones y corderos, en una nueva tierra prometida?

¿Es una Erinie generosa y sabia, vestida de traje típico, perfumada de tierras y plantas y comidas caseras, entre sonidos de instrumentos endémicos del planeta Tierra?

¿Es un hombre de piedra sobre una tumba, dirigiendo la vida de la ciudad con rayos en las manos?

O es la vista llena de paisajes, de libros, de fechas, de mapas: una red de palabras para pescar cifras macroeconómicas y recuerdos de infancia. O una imagen nítida, protegida por capas de recuerdos más recientes. O un simple afiche colgado en un muro, un himno, una bandera.

Ayer vi en YouTube el escudo de la Unión Soviética y junto a él el título del video: “Ródina”, patria. Esa no es mi patria, pero fue durante muchos años mi idea de lo que era la patria. El video es de la canción soviética “S chego nachinayetsa Rodina?” (“¿Con qué comienza la patria?” es una traducción aproximada). Y como siempre en las canciones rusas, la respuesta es dulcísima, entrañable, familiar.

Un poco como lo que escribió Ramón López Velarde en Suave Patria: “te amo no cual mito, sino por tu verdad de pan bendito”. O como la idea de patria de José Emilio Pacheco en Alta traición, compuesta de “diez lugares, /cierta gente, /puertos, bosques de pinos, /fortalezas, /una ciudad deshecha, /gris, monstruosa, /varias figuras de su historia, /montañas /-y tres o cuatro ríos”.

Mi patria es el olor de un jardín de rosas en Lille. Es la ribera del Hudson y el Paseo de la Reforma a la altura de la calle Havre. Es una mañana fresca en un bosque de pinos en la frontera entre Guatemala y Honduras, escribiendo lo siguiente: “Lanzas en ristre al cielo/ desbandada/ son los pinos”.

Es el paisaje del altiplano de Kenia, las callejuelas antiguas de Zanzíbar, y las horas que paso en un avión hacia un destino nuevo. También es una época en la que recorría la ciudad de México en bicicleta, bañado en sudor, adelantado al transporte público por la izquierda. Es una caminata en silencio hasta mi casa tras la última función de cine del Centro Cultural Universitario cuando tenía 20 años y otra más reciente por la colonia Del Valle de la Ciudad de México, que me hizo sentir otra vez en la colonia donde vivía de niño.

Es un monstruo híbrido hecho de recuerdos, experiencias, prejuicios: patria ríspida, indeleble, traumática, pero a veces, en algunos momentos de sensiblería fácil, necesaria.


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