domingo, 17 de octubre de 2010

Costumbres del ojo 11┇ El deseo infinito como regla para contar en la novela Las cosas de Georges Perec


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Nos encontramos en un departamento vacío. Una mirada detallada, podríamos decir cinematográfica, guía el recorrido en un espacio donde no hay huellas de vida, sino únicamente objetos: “La mirada, primero, se deslizaría sobre la moqueta gris de un largo corredor, alto y estrecho”.

Los indicios de la voz que narra están disimulados, de modo que son las cosas mismas las que guían la mirada: “La segunda puerta descubriría un despacho […] de cada lado de la mesa, casi enfrente uno del otro, habría dos sillones de madera y cuero […] un sillón-club de cuero verde botella conduciría a los clasificadores metálicos”.

El espacio se construye con la perspectiva, de arriba abajo, de derecha a izquierda, con la precisión de un catálogo detalladísimo. Pero algo nos causa la sensación de imposibilidad, a pesar de que la descripción fue creada bajo los parámetros de una descripción realista, que se basa en la construcción de la ilusión de realidad.

Podemos identificar un departamento. La ilusión referencial se produce por el inventario de objetos presentes en la habitación y sus atributos de forma, color, etc. Más importante aún es el valor cultural y simbólico de las cosas, aun disimulado.

Los grabados, dibujos y fotografías mencionados disfrazan su verdadero valor bajo la forma de un comentario aparte: “—el San Jerónimo de Antonello de Messina, un detalle del Triunfo de San Jorge, una cárcel de Piranesi, un retrato de Ingres, un pequeño paisaje a pluma de Klee, una fotografía amarillenta de Renan en su gabinete de trabajo en el Colegio de Francia, un gran almacén de Steinberg, el Melanchthon de Cranach—”. El comentario nos informa del interés de los habitantes virtuales del departamento por el arte y la cultura en tanto que autoridades simbólicas, provechosas en términos de economía del poder.

Los campos lexicales propios del despacho, tales como las publicaciones, (libros, revistas, lomos de encuadernaciones) y los artículos de escritorio (lápices, clips, grapas, pinzas) se integran por su materialidad con el de la decoración para remitirnos al campo semántico de las condiciones materiales de la vida y de allí al deseo de obtenerlas.

Pero este deseo de riqueza es también un deseo de pertenencia contrariado por la soledad de la descripción. Esa soledad funciona entonces como una síntesis de los personajes y como una indicación de su destino posible: su perspectiva en el mundo es guiada por el deseo, deseo inagotable de cosas que simbolizan otros tantos valores y sentimientos, siempre fuera de su alcance, siempre distantes, siempre ajenas.

El rol del observador, entenderemos más adelante, corresponde a la imaginación de los personajes, aunque su punto de vista está expresado en la voz de un narrador invisible que describe un departamento que los personajes quisieran poseer. Los verbos se expresan de forma impersonal: “habría”, “se vendría”, “sería agradable…”

Hay también marcas de orientación temporal estrechamente unidas a ciertos objetos de la casa, y aun a seres vivos que no trascienden a la categoría de personajes, por ejemplo la presencia completamente instrumental de una mujer de la limpieza que “estaría allí cada mañana” y otros que marcan una tendencia narrativa en el interior de la descripción: “habría una cocina vasta y clara […] sería agradable venir y sentarse allí cada mañana, después de una ducha, a medio vestir todavía. […] Sería temprano: el comienzo de un largo día de mayo”.

Las marcas temporales nos remiten en la misma medida al humor de los personajes que a las relaciones con ideas del mundo más generales y lejanas que el lector puede descubrir: la mañana de mayo remite al topos medieval de la primavera, el temps clar, el tiempo de la juventud y el amor, y se vuelve evidente más adelante, cuando el narrador introduce a los personajes, una joven pareja en busca de la felicidad.

Durante todo el primer capítulo, el tiempo utilizado es el condicional, un tiempo que denota un futuro virtual que existe sólo en el deseo. Así, al final de la novela, cuando los personajes han alcanzado en alguna medida la posesión material de los objetos, esta no les produce satisfacción.

Para concluir el texto, Perec no nos da una explicación, en cambio nos ofrece una cita de Karl Marx que explica por qué el deseo no se extingue, sino que permanece: “No solo el resultado sino también el camino son parte de la verdad. La investigación de la verdad debe ser verdadera ella misma; la verdadera investigación es la verdad desplegada, cuyos miembros dislocados se unen en el resultado”.

Imagen en su contexto original

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