Ver esta entrada en Territorio liberado
Las palabras y las cosas. Las palabras y lo que nombran. Tengo dos tareas de escritura para el mismo día y las dos tratan de las palabras y las cosas. La primera es esta columna y la segunda trata del cuarto vacío, pero para mí el cuarto vacío es, antes que cualquier otra cosa, el primer capítulo de la novela “Las cosas” del escritor francés Georges Perec. Curiosa manera de hablar del vacío: por medio de las cosas.
Vacío existencial, vacío de sentimientos y emociones. ¿O no? Hay un sentimiento prevaleciente en el vacío debajo o detrás de las cosas: el deseo. Las cosas, acomodadas en un orden perfecto, pero imaginario, nombran el deseo, y el deseo es ausencia, es decir, vacío. Pero las cosas, ¿existen o no existen sin alguien que las nombre? ¿Flotan en el mundo alrededor de nosotros? ¿O son una ilusión que se vuelve material sólo a medida que alguien (yo, tú) las nombra?
Esta vez, más que otras veces, tengo más preguntas (palabras, cosas) que nada. Las cosas nos eluden y las palabras son garfios que intentan alcanzarlas. ¿Qué cosa quiero decir con este galimatías? ¿Que a fin de cuentas las palabras son cosas y las cosas eluden sentimientos, pero a la vez los contienen, que son materiales y la vez inmateriales, que en ellas ocurre la verdadera y única transubstanciación (por mí) conocida? ¿O sea que las palabras, esas palabras que nos remiten a objetos que nos remiten a sentimientos son parte de un dogma religioso? Tal vez sí, tal vez no…
Que alguien me diga por favor en que versión de la Biblia se dice que en el principio era el verbo y luego todo lo demás desde allí derivado. Lo busqué en internet, que a fin de cuentas es mi cosa de elección, y mi mayor fuente de palabras, y me mandó directamente a una página de estudio filológico de la Biblia que se lleva a cabo para sustentar el estudio teológico.
¿O sea que las palabras siempre remiten a algo más? ¿No puedo leer a Ramón López Velarde y asombrarme y arrobarme de placer sólo porque mi poema favorito habla de las que “cruzan como botellas alambradas”? ¿Tengo que extender el alcance de esas palabras, que yo considero hermosas, hasta el mujerío mexicano y desde allí a la imagen de la patria como una mujer modosa de Zacatecas? ¿Y si soy extranjero, estadounidense, chino, venezolano, ruso? ¿Qué me añade ese contexto de la patria mexicana si no vivo en México?
Las palabras son garfios. Las palabras son objetos. Las palabras remiten a objetos. O los crean. Pero hacia qué objeto me manda la palabra “favor”. ¿Las acciones también son objetos? ¿Y si lo pido “por favor”? Ya no es un sentimiento, ni una acción, ni me da ninguna información… Híjole, tengo que revisar con urgencia mis apuntes de lingüística, y de filosofía, y de antropología, y la enciclopedia…
Por lo pronto me quedo con el recuerdo de un libro que está escrito con lo no dicho, lo que subyace a las palabras: la capa inmediatamente inferior a la pública, social, del ser humano. Sí, ya se. Se llama “Tropismos” y es de Nathalie Sarraute, escritora rusa afincada en Francia.
Foto en su contexto original
No hay comentarios:
Publicar un comentario