Hay un libro junto a mi llamado The shock of the new en la biblioteca pública de Nueva York, Ottendorfer Branch, en la Segunda avenida. Mientras copio listas de vuelos, autobuses, trenes, barcos y taxis para refrescar mi memoria y escribir sobre África, una empleada se acerca al hombre sentado frente a mí y lo invita a “salir a tomar el aire”, pues está dormitando y su asiento es requerido. El hombre es tal vez un vagabundo, aunque, como casi todos aquí, no lo parece más que por su abatimiento. En esta ciudad donde casi nadie se define demasiado por su aspecto, hay que leer directamente los sentimientos en la expresión de la gente para definir su lugar en la sociedad. El hombre responde que alguien lo golpeó afuera, y que por eso entró a la biblioteca.
De hecho, hoy yo me siento también como golpeado, soy un vagabundo, forzado a salir de mi casa para poder impulsarme a trabajar, pues el ritmo no perdona, y mi falta de eficacia me está volviendo inservible.
Se supone que los viajes ilustran, y que pasar mucho tiempo en una ciudad diferente a la de siempre ampliaría mi perspectiva del mundo. Aunque siempre pensé que la experiencia de estar vivo y sentirlo intensamente era lo más cercano a encontrar el sentido de la vida, en algún momento me dejé seducir por la idea de que podía hacer cosas, realizar proyectos, alimentarme de la emoción de los productos terminados, de los resultados. Pero el poco contacto real que tengo con esta ciudad me grita que vive de los proyectos acabados, y que excluye y deprime a los que no tienen la voluntad para llevarlos a cabo.
En algún momento escribí que sentía que tenía fuerzas para enunciar los actos, pero no para hacerlos. Ahora veo que eso podía ser suficiente.
Pero no aquí, aquí hay una industria de la lástima, que hace a la gente hablar sola, pedir dinero no profesional sino cínicamente, reducirse hasta la ignominia, rendirse de la forma menos elegante, no por renuncia, sino por trauma.
Acabo de leer en algún lado que las víctimas del acoso sicológico comienzan sencillamente a nulificar su personalidad para protegerse, como si la indiferencia fuera sinónimo de la inmunidad. Como no necesito comprobar mi ineficacia y tendencia al absurdo, ahora quiero intentar la necedad absoluta de llevarle la contraria a la ciudad y vencerla. Como estoy convencido de que no es necesario triunfar, voy a jugar a no tener nada que perder. Ya que no tiene importancia, vamos a tomarlo como un juego y permitir que nos ahogue. De otra manera, me lo perderé.
De hecho, hoy yo me siento también como golpeado, soy un vagabundo, forzado a salir de mi casa para poder impulsarme a trabajar, pues el ritmo no perdona, y mi falta de eficacia me está volviendo inservible.
Se supone que los viajes ilustran, y que pasar mucho tiempo en una ciudad diferente a la de siempre ampliaría mi perspectiva del mundo. Aunque siempre pensé que la experiencia de estar vivo y sentirlo intensamente era lo más cercano a encontrar el sentido de la vida, en algún momento me dejé seducir por la idea de que podía hacer cosas, realizar proyectos, alimentarme de la emoción de los productos terminados, de los resultados. Pero el poco contacto real que tengo con esta ciudad me grita que vive de los proyectos acabados, y que excluye y deprime a los que no tienen la voluntad para llevarlos a cabo.
En algún momento escribí que sentía que tenía fuerzas para enunciar los actos, pero no para hacerlos. Ahora veo que eso podía ser suficiente.
Pero no aquí, aquí hay una industria de la lástima, que hace a la gente hablar sola, pedir dinero no profesional sino cínicamente, reducirse hasta la ignominia, rendirse de la forma menos elegante, no por renuncia, sino por trauma.
Acabo de leer en algún lado que las víctimas del acoso sicológico comienzan sencillamente a nulificar su personalidad para protegerse, como si la indiferencia fuera sinónimo de la inmunidad. Como no necesito comprobar mi ineficacia y tendencia al absurdo, ahora quiero intentar la necedad absoluta de llevarle la contraria a la ciudad y vencerla. Como estoy convencido de que no es necesario triunfar, voy a jugar a no tener nada que perder. Ya que no tiene importancia, vamos a tomarlo como un juego y permitir que nos ahogue. De otra manera, me lo perderé.