Parafraseabas a las hormigas en la mesa, la música del desayuno, los saludos. Había una tortuga con el caparazón roto tirada por la marea, con los ojos explotados, el proctodeum colgando. Querías tomar la foto del arco de las rocas antes de que el sol subiera y fuera demasiado tarde. ‘Un lugar agradable en la playa’ se llamaba el sitio enfrente de la sombra. Oscilando más lentamente que las olas, entre los tulipanes como heridas del hospital de Sylvia Plath, los poemas de amor por editar, heridas a punto de sanar, días de sol bajo frondas de palabras. Apenas descubriendo rutinas y manías lógicas, las cosas que hay que hacer y las que no hay que hacer para distribuir mejor el tiempo, arabas las horas con miedo del final del día, abierto a tus nuevas vidas y tus nuevas ansiedades.
Se suponía que, pero seguía una lista. Demasiado cotidiano para tener valor literario; doce horas son muchas horas y catorce horas son pocas horas; internet entrega cartas del más allá; la escatología del parentesco y la venganza; tarde o temprano algo va a cambiar con el esfuerzo necesario; el mundo no es el mismo, finalmente, veinticinco años más tarde; el significado pasa por la digestión; los temas se comen las palabras, el proyecto más importante, el determinante, el futuro, dentro de muchos años, cuando llegue la cura contra todos los males.