jueves, 18 de marzo de 2010

Texto de Notimex sobre Quimera en Nueva York


http://www.eldemocrata.com.mx/index.php?option=com_content&view=article&id=7340:debaten-en-ny-presencia-de-literatura-homosexual-en-mexico-&catid=26:cultura&Itemid=27

Reflexión presentada en NYU el 11 de marzo de 2009

La sexualidad, el género, son una parte indisociable de la identidad. Escribo a partir de mi identidad, inevitablemente, pero también escribo desde un punto externo, desde un escritor que no soy yo: ese escritor es una entidad social, lingüística. Es un doble, o una serie de dobles: no conozco cuántas capas de profundidad tiene, sólo cómo se manifiesta. Es decir, mi identidad determina la identidad de mi doble literario, pero éste tiene una vida propia, que desconozco.
De la misma forma que la feniletilamina y otros compuestos orgánicos dilatan mis pupilas y dirigen mis movimientos en el cortejo amoroso, o que alguno de mis traumas hace que me sienta atraído por determinados tipos de personas, otras fuerzas oscuras condicionan la conducta del ensayista, del poeta lírico o elegíaco, del narrador que forma parte de una narración y que se vuelve un niño, un asesino, un turista, una madre enferma, un santo, una estudiante, un esquizofrénico.
No sé muy bien cómo hablar de ese doble y sus motivos, pues ignoro qué carga de verdad poseen los artificios que son mis textos, si es posible confiar en un personaje, en un anagrama, en un soneto.
En ese sentido, toda la creación, si está definida por un ser múltiple, dirigido a cada instante hacia propósitos distintos, sería queer por definición: extraña, oblicua, excéntrica.
Tiene y no tiene que ver con la verdadera sexualidad, de manera parecida a como el lenguaje nos remite y no nos remite directamente a la realidad. Por eso no sé si es posible juzgar el resultado literario como una parte del proceso creativo, o si hay que enajenar a la persona que escribe “escritor” cuando llena una forma migratoria, del ser que se dedica realmente a escribir, y que vive dentro del otro.
Como el dios griego Hermes, como el dios yoruba Echú Eleguá,
como todos los tricksters, los personajes mitológicos que rigen las puertas y los caminos, la voz de la creación se mueve entre lo alto y lo bajo, entre las capas superiores de la conciencia, la voluptuosidad de los sentidos y los antros de los deseos más ocultos, de las fantasías más innombrables. Tiene alas leves, piernas fuertes y un gusto perverso por la travesura y la malicia. Toma vías francas o senderos ocultos, se alimenta de lugares comunes o de algas podridas, de aguas estancadas.
A veces brota y me subyuga, me toma y me obliga a actuar en contra de la que yo creía mi naturaleza, a veces se oculta por semanas o meses, o años, a veces convive con la compra del supermercado, con la limpieza del departamento, con las vacaciones. Mi doble comparte muchos de mis gustos y mis intereses, mira la tele conmigo, lee conmigo, va al cine y come conmigo. Es más competitivo que yo, más apasionado, más irónico, más libre. A mi doble le gustan los textos tiernos pero poderosos, como los poemas de Elisabeth Bishop, de e.e. Cummings o de Ramón López Velarde, o los terribles, azotados como decimos en México, como el Réquiem de Anna Ajmátova, Los amorosos de Jaime Sabines, o Lady Lazarus, de Sylvia Plath. Mi doble tiene su propio pasado: secretamente, soñaba con ser un genio como Rimbaud,
un poeta nacional como Víctor Hugo, tener un cortejo fúnebre de seis meses que tocara todos los puertos desde Montevideo hasta Veracruz como Amado Nervo, lograr sin proponérselo que los niños aprendieran de memoria sus poemas en la escuela, como Rubén Darío:
La princesa está triste, ¿qué tendrá la princesa?
Los suspiros se escapan de su boca de fresa
Que ha perdido la risa, que perdido el color…
Esos anhelos acechan en el inconsciente de mi doble, y le dan un carácter grandilocuente a todo lo que escribe. Luego, otro aspecto de ese mismo doble tiene que hacer un esfuerzo enorme por domar esa voz pretensiosa, por editar y transmutar en frases exactas la materia prima de la creación. Aunque me encantaría suponer que la fuente está en otra parte, ese es el material a partir de la cual se construyen mis textos: una mezcla sucia de recuerdos, obsesiones, fantasías e ideas preconcebidas.
Me encantaría pensar en mí como un poeta de la claridad, de la precisión y de la luz, un poeta que roza la materia y la transfigura, un poeta capaz de tomar un cuadro de Claude Monet, como hizo Octavio Paz con el cuadro de los cuatro chopos que está aquí en el Museo Metropolitano, y transformarlo en una construcción poética perfecta, simétrica.
Pero no me hago ilusiones: creo estoy mucho menos involucrado en el proceso creativo, que tengo un poder de decisión muy menor, a veces incluso creo que escribo sobre lo que puedo, no sobre lo que quiero, y que si no tuviera otra faceta obsesiva y meticulosa me sería imposible terminar cualquier texto.
Poco a poco, el aspecto fastidioso de mi persona literaria ha cobrado terreno, y cada vez ocurre menos que un texto aterrice mágicamente completo, furioso, en una página de mi libreta. Por el contrario, cuando escribo a mano, puedo constatar que es sólo la computadora la que me permite perpetuar esa ilusión de perfección inmediata absolutamente falsa.
Eso de estar convencido de tener un doble que hace el trabajo sucio es muy conveniente. Es conveniente porque puedo escribir de cualquier cosa, permitirme la indisciplina total, la pereza, la desorganización, el caos. Puedo tomar una frase cualquiera, un jirón, un motivo, un vestigio y escribir a partir de allí un texto completo sin un plan preconcebido.
Por otra parte, escribir esta reflexión me ha hecho darme cuenta de que las estrategias creativas,
aun si son estrategias útiles, o anti-estrategias, tienen que cambiar, seguir su propio curso, y es necesario adaptarse a esos cambios para poder seguir creando. Siempre admiré al escritor francés Georges Perec, quien usaba una serie interminable de restricciones o reglas para escribir, desde bicuadrados latinos y poligrafías del caballo en el tablero de ajedrez, que usaba para establecer el número de capítulos y el orden de éstos en sus novelas, hasta listas de los elementos que debían aparecen forzosamente en ellos. Sin embargo, Perec creía firmemente que el verdadero genio radicaba en destruir el propio sistema desde dentro.
Creo que apenas empiezo a comprender lo que eso significa. A veces es mejor creer que el caos lo toma a uno por asalto, que hay alguien que le dicta los textos, para lograr mantener a raya los fantasmas de la organización, los textos por encargo, el peso inevitable de la responsabilidad de estar vivo, pagar cuentas, vivir la vida del que pone “escritor” en la forma migratoria.
Tal vez es sólo una forma conveniente de afrontar el hecho de que escribir todos los días, de manera disciplinada, y hacer una lista de temas y referencias antes de empezar, puede ser la mejor forma de acabar un texto en una fecha determinada; aunque si uno creció rodeado de fantasía, la fantasía parece más necesaria que cualquier restricción.
Quisiera terminar esta reflexión leyendo para ustedes un par de textos míos que tratan del proceso creativo. El primero es un poema sobre la palabra, del libro Reglas de urbanidad, que fue publicado por Quimera;
el segundo es el borrador del prólogo del libro que estoy escribiendo ahora, titulado tentativamente El deshielo, que trata de las relaciones entre Estados Unidos y México desde que México se fundó como nación hace doscientos años.


Era texto y palabra,
Confundida la lengua con la repetición
varias rondas de medias verdades
con el sentido cavando bajo los pies:
Ninguna puede ser mi lengua
mejor que la momentánea poderosa,
gana el derecho a la sinceridad
al vivir en mis manos como si estuviera en mi boca
Cuál sea la precisa y cuál la evocadora
la extranjera por origen o definición
la pregunta se adhiere al propietario
no para saber la respuesta,
que se ofrece a cada palabra, veleidosa
Pero hay un tiempo de palabra sorda
que se cuela desde afuera con el clima
o la misma abundante en el saludo y en los sueños
afilada para los ensayos, sencilla, pobre,
palabra de carisma relativo
La de la magia simpatética
de pan que llama a pan
la realidad turbia y ambigua
la misma realidad tangible de las cosas
hasta que alguien resiente la distancia
****

El libro de todas las respuestas. El libro de todos los dilemas, de todas las contradicciones resueltas.
La Gran Novela Americana, el nuevo libro de la almohada lleno de listas perfectas de objetos que nos agregan al mundo, de objetos que nos perpetúan, de objetos que nos agradecen su presencia. El libro de las normas del buen gusto, del buen decir, el libro de la Historia y de las historias.
El libro del tránsito, del trance y del intercambio. El libro de la vanidad y el libro de los pecados. El libro del trabajo y el libro de la migración. Libro conmemorativo, palimpsesto de países, de territorios y rencores robados, de coincidencias imposibles y de puntos de encuentro forzados. Líneas de fuga, líneas de tiempo, personajes que hablan en voces prestadas, voces aludidas, semánticas y lógicas fallidas. Este puede ser el libro de los fracasos y el libro de las locuras, el libro de los lugares comunes y el libro de las banalidades. Canta oh Paz la cólera del complejo de inferioridad, canta en proemios y exordios infinitos la dilación de ser, los juicios de la historia y de la prensa, las voces de los tiempos y de los pueblos, de las comentaristas y de los vendedores. Canta Langston Hughes la América del sueño del hermano escondido en la cocina –el sueño realizado tantos años después– cante Toqueville con el coro de todos los jurados de los Estados Unidos de América la canción de la redención perenne de la democracia, cante Walt Whitman la gloria de las lilas que florecen en primavera en honor a los héroes, la gloria de la invasión militar, pero también la canción de las barcazas, los puentes y los muelles, de los transeúntes.
Cantan los homenajes, las traiciones, las estructuras, las teorías, las voces propias, las prestadas, las robadas. Canta la guerra y la paz, la historia como el cántaro de barro y el espacio hueco como el sentido de la vida.

***

Leo y releo con la intención de organizar, de supeditar, de transferir, de crear en el filo minúsculo que se tiende entre el caos y el sistema. Mientras más me arremolino en la cama leyendo y pensando en las valiosísimas horas de cosas infinitamente importantes que debería estar diciendo, que debería haber dicho ya, más me justifico diciendo que al menos yo soy consecuente, yo edito en mi mente lo que digo,
le doy una forma acabada antes de vomitarlo de mala manera, justamente como hago ahora, en un ataque de culpa. Hay tantas cosas sobre las cuales tendría que estar escribiendo. ¿O no? Tengo una lista mental de temas que ni siquiera he puesto por escrito porque no me parecen relevantes, un rompecabezas que ya debería estar transformado en una estructura coherente, que correspondiera con el índice que escribí el primer día de la escritura de este libro que ahora mismo parece absolutamente imposible.
–“Estoy escribiendo sobre los paralelismos entre México y los Estados Unidos” –recuerdo que le dije a una escritora.
– “¿Cuáles?” –fue la respuesta inmediata.
¿Cuáles? Repito frenéticamente, inusitadamente, transitoriamente. ¿Cuáles? Me dice la sala de la que apenas salgo, el escritorio de aluminio. ¿Cuáles? Me grita el libro de ensayos de Monsiváis que está en la cama al lado de una pila de libros que incluye una nueva historia mínima de México, El laberinto de la soledad, el diario de la filmación de una road movie mexicana en Estados Unidos, Leaves of Grass, una compilación de John Ashbery, El gran acuerdo (del estado mexicano salinista para ceder el control de las empresas paraestatales a unas cuantas empresas privadas), un libro de cuentos de Perrault.
¿Cuáles?, me dice mi herencia multicultural pero tan marcadamente mexicana, cuáles, me dice la barrera inexistente pero visible que se erige entre yo y la calle, cuáles, me grita el silencio del editor y los mil compromisos impostergables de la vida en español que he trasplantado a Nueva York desde la Ciudad de México.
He salido a buscar las respuestas, he intentado escribir las respuestas, superponer las respuestas en las caras de los transeúntes, en la limpieza cotidiana del departamento, en las largas partidas de backgammon, los paseos por el Met, las galerías de Chelsea, el barrio chino, las playas de Long Island.
Busco y encuentro, transcribo en el tiempo, por más que sea un mero movimiento solar y terrestre,
una percepción internalizada y anodina.
Nunca había tenido una percepción tan clara, tan material, del tiempo. Un mito por otros.

viernes, 5 de marzo de 2010

Quimera llega a Nueva York



"Literaturas queer(s) en México, práctica y cuestionamiento: autores de Quimera Ediciones"



El próximo 11 de marzo, a las 7 pm. varios importantes escritores mexicanos y una reconocida escritora cubana se presentarán en el King Juan Carlos Center de NYU, situado en el 53 Washington Square South. Odette Alonso, Nayar Rivera, Sergio Tellez-Pon, Juan Carlos Bautista y José Dimayuga todos publicados por Quimera Ediciones, discutirán su trabajo y su proceso creativo con los asistentes, en un evento gratuito abierto al público en general. El 12 de marzo los mismos autores leerán sus obras en la librería McNally Jackson, en 52 Prince Street.
Quimera es una casa editora independiente y se autodenomina como la primera editorial queer en México. Su línea editorial es publicar textos de destacada calidad literaria, no sólo de temática sexogenéricas, sino también de las vertientes lingüísticas y literarias queer de la literatura en lengua española actual.

Quimera publica a varios de los más destacados exponentes de la literatura en México, como Luis Zapata, legendario autor de El Vampiro de la colonia Roma (tal vez la novela gay más célebre de México); José Joaquín Blanco, narrador y cronista incansable, autor de más de 45 libros; Luis González de Alba, narrador y peridista, Juan Carlos Bautista, poeta; los poetas y críticos Nayar Rivera y Sergio Tellez-Pon; José Dimayuga, dramaturgo y Odette Alonso, narradora, poeta y ensayista cubana afincada en México, entre otros.


Odette Alonso
Nació en Santiago de Cuba y reside en México desde 1992. Es poeta, narradora y ensayista. Ha publicado ocho poemarios, un libro de relatos y Quimera publicó su novela Espejo de tres cuerpos. Ha sido incluida en antologías de poesía y narrativa. Textos suyos aparecen en revistas literarias y páginas de Internet. También es compiladora de la antología Las cuatro puntas del pañuelo. Poetas cubanos del exilio y la diáspora, Premio del Cuban Artists Fund de Nueva York en 2003. También ganó el Premio Internacional de Poesía “Nicolás Guillén”.

Juan Carlos Bautista
Es autor de tres poemarios: y su obra aparece en diferentes antologías de poesía mexicana contemporánea. Ha sido en dos ocasiones becario del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes. Quimera publicó su libro Lenguas en erección y prepara la publicación de su primer libro de aforismos.

José Dimayuga
José Dimayuga es dramaturgo y novelista. Sus piezas teatrales han ganado premios mexicanos como el Premio Nacional de Dramaturgia por Afectuosamente, su comadre. Su primera novela se publicó en 2007. Es miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte y Coordinador del Festival de cine lésbico gay mexicano, Nuevas miradas Nuevos ámbitos. En Quimera Publicó las piezas teatrales en el volumen Triple función.

Nayar Rivera
Nayar Rivera ha publicado poesía, cuento, ensayo, crítica literaria y periodismo en diversos medios impresos de México y se ha presentado como creador escénico en diversos e importantes foros de México con performances y la pieza de Cabaret Somos No obvios sobre la escena post-gay en México. Quimera publicó su poemario Reglas de urbanidad. En la actualidad prepara en Nueva York un libro de ensayo-ficción sobre paralelismos culturales entre México y los Estados Unidos y su segundo poemario.



Sergio Téllez-Pon
Sergio Téllez-Pon es poeta, ensayista, crítico literario, narrador, editor y guionista. Funge como director literario de Quimera. Parte de su obra ha sido traducida al francés y portugués y compilada en distintas antologías. Actualmente escribe su primera novela y el guión de su segundo cortometraje. En Quimera publicó No recuerdo el amor sino el deseo.