(Ver en Territorio liberado)
1. El miedo vive en un nicho oculto junto a nosotros, casi al alcance, pero intocable, imposible de definir. El miedo se alimenta de lo latente, corresponde a una realidad pasmosa que se tiende detrás de la superficie suave de las palabras, los gestos y las acciones. Es un sentimiento independiente, sin motivo previo, una construcción fina de la razón que desplaza e imita las potencias del cuerpo.
Encuentro el miedo en lugares inesperados, lejos de todo intento específico, de toda categoría (de hecho, exactamente un paso más allá de cualquier categoría). Virginia Woolf – al novelar un día de la vida sostenida con alfileres de la señora Dalloway, que se acerca peligrosamente a la del personaje suicida–, o Henry James –al narrar la turbación de personajes ambiguos y poco confiables–, encarnan en mi opinión el miedo de manera tan eficaz como los sociópatas de Patricia Highsmith o los terrores extraterrestres de Lovecraft.
De hecho, Lovecraft sabía que el peor miedo se encuentra en un punto más allá de lo tangible: “Ni la muerte, ni la fatalidad, ni la ansiedad, pueden producir la insoportable desesperación que resulta de perder la propia identidad”. Visto de esta manera, el cuento más terrorífico jamás contado es “Casa tomada”, de Julio Cortázar, un relato en el que dos hermanos demasiado acostumbrados a sí mismos y a su vida en común deben dejar su casa sin saber apenas por qué, pero con una conciencia muy clara de la maraña que entreteje el horror: “-Han tomado esta parte- dijo Irene. El tejido le colgaba de las manos y las hebras iban hasta la cancel y se perdían debajo. Cuando vio que los ovillos habían quedado del otro lado, soltó el tejido sin mirarlo.” Ese cuento, paradigma de la literatura fantástica, se sustenta en lo inexplicable, lo incómodo. Recrea un mundo inaceptable pero indeterminado, encarnado en indicios, en palabras que son espejos: “El hombre que conoce la verdad ha comprendido que la ilusión es la realidad única y que la sustancia es la gran impostora”, escribió también Lovecraft.
Citaré por último un libro que me parece de un miedo atroz, "Tropismos", de la escritora francesa de origen ruso Nathalie Sarraute: “No podía escapar de ellos. No podía sino dirigir hacia ellos las dos caras lisas de sus mejillas, una después de la otra, para el beso”.
2. Nunca tuve tanto miedo como cuando descubrí que estoy obsesionado por el miedo. Una noche soñé que un asesino me perseguía por cuatro cuartos contiguos y comunicados entre sí. Sin prisa, con la conciencia previa de su triunfo, me perseguía sonriente, blandiendo un gran cuchillo. Desperté cuando estaba a punto de matarme. Lo peor es que desde entonces empecé una novela, escribí tres cuentos y un poema dedicados a la amenaza de la muerte violenta: “Ante la sobra del miedo que se almibara y perece, /Dame niña, tus primores, de ciervo y de huerto joven” escribí atento al asesino, y no a la víctima.
3. “El miedo es la anticipación del sufrimiento”, dice un banquero erudito citando involuntariamente al filósofo y científico francés Pierre Gassendi. Pero esta anticipación es también ilusoria, pues el sufrimiento nunca es directamente proporcional al miedo experimentado. La respuesta del cuerpo ante el miedo a la enfermedad o el despido laboral es la misma que sufre frente a un cocodrilo hambriento, o para el caso, frente a una rana o una lagartija.
Darwin equiparó el miedo a la sorpresa, que lo antecede. El hombre (o la mujer) que siente miedo incrementa su umbral de percepción, oye y ve con más intensidad, abre la boca, arquea las cejas. Se vuelve una estatua activa, que rehúye la acción y el contacto, pero se apresta a escapar. Cuando (en un capítulo de Astérix) los normandos bajaron hasta la Galia en un viaje de investigación para aprender a volar (pues el miedo da alas), encontraron al sobrino de Abraracurcix, Gudurix, lo vieron temblar y sudar frío, y llegaron a la mejor conclusión posible: el miedo es la gripe.
Obra: "Scylla the Six-headed monster" de Henry Justice Ford (1860-1941). Ilustrador británico.
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