viernes, 12 de noviembre de 2010
Costumbres del ojo 16┇El infierno y otros lugares de violencia simbólica
Ver en territorio liberado
Hay algunos lugares en los que he estado que existen en una realidad alternativa pero tan posible como la que privilegiamos todos los días. En esos lugares hay frío, calor, miedo, alegría, hambre, sed, dolor, amor, odio, tristeza, sabiduría, miseria y todo un espectro de emociones parecidas o distantes de aquéllas con las que estamos acostumbrados a convivir.
Sólo en raras ocasiones he estado allí, y sólo en muy raras ocasiones han sido lugares realmente alejados de mi mundo. Por lo general se trata de versiones un poco diferentes de mi ciudad, de mi casa y de mi vida. Pero son reales. Por eso es posible describirlos, por eso después de visitarlos el cuerpo duele, o la cabeza, o las emociones han sido alteradas, y la puerta de comunicación permanece abierta mientras dura su memoria. ¿Qué pasará con los lugares así que siempre recuerdo? ¿Se volverán algo más que ese recuerdo, cobrarán de nuevo vida? ¿O simplemente marcan mi vida actual y me hablan de ella?
Hay pocos de esos lugares a los que me gustaría volver: la mayoría son aterradores, contrarios a mi propia actitud neuróticamente preocupada por la justicia y la paz. Uno de los ellos se parecía mucho a la película “Tron”. Era un laberinto de luces de neón a través del cual yo corría en patines tratando de escapar de una bruja, y sabía que si la bruja lograba alcanzarme, me iría al infierno, pero si no lo hacía, me iría al cielo (aunque no sabía lo que había en esos dos lugares).
Otro de esos lugares es un departamento al que por fortuna nunca he vuelto. Se trataba de cuatro cuartos, cada uno comunicado por puertas con dos cuartos adyacentes, formando un cuadrado. Yo estaba en uno de los cuartos y un asesino trataba de entrar con un cuchillo enorme para matarme. Si lograba yo cerrar una de las puertas, él podía cruzar el tercer cuarto y llegar a la otra puerta, así que tenía que vigilar las dos. El asesino me acechaba con calma, con la certeza de su victoria, y se divertía mucho. Después de varios intentos logró entrar, pero yo salí de ese mundo y volví a éste, y no he vuelto nunca.
Ayer en cambio sí volví a un lugar conocido que podría describir con todo detalle. Es un edificio cuya entrada está en una zona envejecida de la ciudad de México. Ha sido remodelado de manera que parece casi lindo desde la entrada, pero en realidad es muy incómodo, lleno de escaleras peligrosas, mal moduladas, algunas añadidas recientemente y otras deplorablemente viejas. El edificio es fácil de recorrer, pero el cansancio del recorrido es desproporcionado. Tal vez sea así porque está en otro mundo, y el camino de ida y vuelta, que parece un abrir y cerrar de ojos, es en realidad de longitud desconocida.
A veces el recuerdo que me ha quedado de esos lugares es sobre todo sensorial. Uno era un mar nórdico que navegué a bordo de un clíper, por el que llegué, entre islas de pastos y abedules inundados, a una ciudad opaca y fría, toda de mármol blanco. Otro era un mundo de colores brillantes y tersos en el que no me importaría vivir.
¿Donde se encuentran estos lugares, cómo se llega a ellos, cómo se sale de ellos? Mi puerta de entrada son sueños extraordinariamente vívidos, pero la interpretación de los sueños, su inducción, su interpretación y las repercusiones culturales que tienen son un tema de estudio en esencia inabarcable.
Para los budistas, como para Sartre, esos lugares, que muchos llaman infierno, purgatorio o cielo, son proyecciones de nuestros estados mentales. Sin embargo, la interpretación científica, psicoanalítica o simbólica poco importa al momento de considerarlos reales. ¿Y quién dice que no lo son?
Los sentidos, engañosos como pueden ser, son nuestra ventana al mundo, pero también lo es la imaginación. ¿De qué otra manera puede la gente que nunca ha visto ni oído comunicarse con el resto de nosotros? La mente es poderosa y aterradora. Sólo espero que las puertas a los mundos abiertos por Lewis Carrol, por San Brandán, por Tarkovski y por todos los que se atreven a describirlos no sean vínculos permanentes a otros tantos infiernos.
Imagen en su contexto original
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