martes, 25 de enero de 2011
Bittersweet
Bittersweet
Empiezo a ser un mutante, casi un pocho. La calle se ha vuelto blanca y esponjosa. La palabra “blizzard” vibra en mis oídos con su contraste de fonemas sonoros. El viento arremolina zetas a mi alrededor. Es un día de sol y cámaras fotográficas que no cesan de comparar la altura de las pilas de nieve con los coches.
La nieve es el pretexto ideal para salir a la ciudad que se ha vuelto de pronto lenta y silenciosa. Afuera encuentro refugio en las risas de los transeúntes y adentro en el café (pero no dejo de mirar por la ventana). Casi no he dormido, son los últimos días que paso en esta ciudad del noreste de nuestro continente.
He tratado de aprender a resolver problemas matemáticos y cómo jugar nuevos juegos de video, he leído nuevos libros, he comido en nuevos restaurantes, cambié de ciudad por unos días. La vida de siempre con pequeñas variaciones.
En una galería de las dos galerías de Gagosian de Chelsea vi una exposición de Anselm Kiefer titulada Next Year in Jerusalem, que me hizo ver que el holocausto nazi todavía, por difícil que parezca a estas alturas, inspira grandes obras de arte. Instalaciones sobre la destrucción del templo de Salomón y pinturas inmensas de bosques de moral incendiada.
En la otra (galería de Gagosian), vi una pintura de Robert Rauschenberg sobre México, que quiero para ilustrar la portada de mi libro El deshielo, que todavía, ¡todavía!, no ha salido (pero ya me dijeron que sale en marzo de 2011. Luego vi en el Museo Metropolitano una fotografía de Paul Strand que también podría servir para la portada, y en la misma visita me di cuenta de la longitud del río Mekong y confirmé que el arte chino antiguo, o lo que queda de él, es más impresionante que el japonés.
El año todavía no termina. Fue un año marcado por el color rojo y Caperucita roja. Un año de escritura y un año que tal vez defina mi rumbo en los próximos años. Un doctorado, dos, tres, cuatro. Planes y programas de estudios, cartas, ensayos, exámenes. Terminé de estar de luto por cosas que están más allá de mi control, como todas las cosas por las que uno guarda luto.
Hace exactamente dos días el mundo se dividió en gento de Tipo A y Tipo B y a mí me ubicaron en el Tipo B. Es algo bueno –me aseguran– pues que si no fuera del Tipo B (el tipo de los que no viven la vida yendo hacia adelante, imparables y autónomos, es decir, el segundón, el de los pasivos, el de los que siguen a los Tipo A), no sería contemplativo, y si no fuera contemplativo, no podría escribir. Whatever.
Hoy me hundo hasta las rodillas en el júbilo de las fiestas, en una incredulidad alegre. De nuevo desaparecemos en la geografía del agua, que crea nuevas bahías, torrentes, acantilados, meandros, glaciares.
La tarde acentúa lentamente las sombras de los edificios y yo me apresuro a cumplir con estos ciclos de estaciones rotas. Qué desgracia, mi huella de carbón habrá crecido un poco más el primero de enero, lejos del norte pero no realmente en el sur, de vuelta en Mexico City.
Ver en Territorio liberado
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