Exilio suena a mala palabra. Está emparentado con soledad, con pobreza, con nostalgia permanente, con desarraigo. Exilio es una palabra-herida, una que no sangra, pero que tampoco cura. Es el pariente triste de la migración.
Exilio es una pena, un castigo que sustituye a la muerte. El exilio es anacrónico, incluye en sí una época que ya terminó, o tal que vez una que todavía no ha comenzado. Se refiere a los aristócratas rusos, a los homosexuales cubanos (o mexicanos), a los republicanos españoles, a los enemigos políticos, a los parias, a los disidentes, a los incómodos.
A veces son un lugar y sus circunstancias los que expulsan a ciertos elementos del sistema. A veces un individuo “no se halla” y busca escapar. Un escritor puede decidir exiliarse de su propia lengua –como Samuel Beckett se exilió del inglés–, o de su profesión –como tantos otros, probablemente la mayoría.
La tipología de los exilios incluye aquellos de la familia, del clan, de la religión, de la pandilla, del grupo artístico, de la escuela, de un pasado glorioso, de una nación…
El exilio económico, al nivel de los trabajadores agrícolas o al nivel de la “fuga de cerebros” se ve como una de las grandes y trágicas injusticias del mundo, pero también como un motor de cambio en la configuración económica y social del lugar que recibe a los exiliados y del que los expulsa, pues ninguno de los dos permanece inalterado.
Y existe el exilio más exótico de todos, el falso exilio (aunque todos los exilios tienen en ellos un dejo de falsedad junto al mohín de tristeza): el exilio de los que se buscan un origen del cual sentirse desplazados: genealogías extranjeras o incluso extraterrestres, filiaciones literarias lejanas, traiciones de clase, deseos de pertenencia y permanencia en suelos ajenos, en sueños ajenos.
Si todos los exilios son, en cierta medida, simbólicos, es en ellos en donde los símbolos prueban su poder. El exilio, después de todo, es hueco, como una palabra, pero las palabras nombran, y los nombres evocan, y las evocaciones reconstruyen una realidad tan fuerte, tan inmediata, tan poderosa como que la captan los sentidos.
Imagen en su contexto original
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