sábado, 26 de febrero de 2011

Mi oficio natural




A quién se le ocurre ser escritor. Una profesión rara. Las dos frases parecen venir de un mundo totalmente distante de mi vida. Desde que tengo memoria he estado rodeado de gente que escribe. Siempre entendí la literatura en un sentido amplio y todavía, gracias a Erato, a Urania y a Calíope, no cambio de parecer, sino que me gusta hacer pastiches de cuanta cosa se me viene a la mente. Por lo demás, esta no es una práctica poco común. Erasmo de Rotterdam, François Rabelais, Jean De Meung, Roberto Bolaño, William Carlos Williams, Jorge Bucay, Charles Perrault, etcétera, se dedicaron a hacer los tamales de chile, de dulce y de manteca.

Mi madre, para no ir lejos, siempre ha tenido aspiraciones literarias irrealizadas. Metió las memorias de sus viajes a un concurso que no ganó. En cambio, publicó manuales escolares de formación de maestros de lenguas extranjeras y libros de ejercicios de ruso para hispanoparlantes. Es fan de Heine y de Agatha Christie, y lee un titipuchal de libros al mes (aunque cada vez lee menos en español y más en ruso); siempre hace planes absolutamente literarios, además de vivir en un mundo regido por la imaginación, que es un rasgo típico de los escritores (o eso se supone, yo carezco totalmente de imaginación).

Mi padre, cuya única herencia (la que recibió y la que legó) fueron libros, dejó un corpus desconocido de obras inéditas, que nunca me dejó leer y que probablemente fueron desechadas. Quién sabe qué habrá sido aquello, pero supongo que algún saborcillo podría haber tenido, ya que su vida era de lo más “literaria”: el che Guevara iba a casa de su padre cuando los dos eran muy jóvenes (el che y mi padre), y luego él (mi padre, no el che Guevara) estudió sicología en la URSS, de donde regresó sin título universitario, pues según decía mi madre, que fue su segunda esposa, en vez de ir a clases estudiaba en la biblioteca hasta que consideraba que sabía más que el maestro, y luego iba a presentar los exámenes, pero no contó con que cambiaron al decano y el nuevo no le respetó el plan de estudios que llevaba. Consideraba que Osho era un farsante que poseía sin embargo un gran conocimiento, odiaba a Cortázar y a los cantantes de la Nueva Trova cubana, y de viejo (ya era viejo cuando yo conviví con él) se hizo, digamos, entre místico y liberal, y consideraba que lo peor que le podía pasar a Guatemala era la división entre ladinos e indígenas y que Rigoberta Menchú era un androide en forma de tinaja (qué bueno que ya no puede leer esto). Sin embargo, nunca dejó de estar en las listas negras de Guatemala, y siempre vivió marcado por su origen y su pasado. Escritor mítico que relaciono con él: Miguel Ángel Asturias, amigo de la infancia de su padre, que nunca fue mi abuelo, pues en el fondo (y en la superficie) no era en realidad mi padre, sino lo mejor que tuve como figura paterna.

Siendo así las cosas, ¿qué tiene de raro escribir? Yo diría que los raros son mis hermanos, que se dedicaron a la ingeniería. En mi casa solíamos leer todo el tiempo, más por ausencia de televisión y superabundancia de libros que por vocación o formación. Mi primer libro fue un cuento que escribí a mano e ilustré yo mismo, escrito por encargo de un amigo de mi madre.

Después resultó que muchos de mis amigos tenían aspiraciones literarias, así que no fue nada raro que yo empezara a hacer mis pininos como poeta maldito de bolsillo, y que combinara esto con trabajillos de revisor literario, subtitulador de películas y renovador de artículos de enciclopedia mientras seguía mi periplo como escritor contemporáneo, es decir, artista del performance.

Mi primer trabajo formal (y creo que el único en el que he tenido prestaciones), fue como reportero de notas de sociales en un periódico famoso porque en su redacción se entrenaban los futuros reporteros de publicaciones más serias. Allí adquirí un estilo que luego me costó mucho perder, por más que seguía escribiendo poemas y haciendo performance y teatro. De allí me pasé a escribir una monografía histórica, y luego pasé un periodo largo sin publicar, mas no sin escribir.

De allí, para el real. Tres libros, un montón de textos cortos y un capítulo después, sino pensando que este es mi oficio natural, y que si tengo que hacer algunas otras cosas que me permiten pagar la renta y comprar comida, en realidad se trata de paréntesis entre un texto y el que sigue.

Foto en su contexto original

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