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lunes, 24 de octubre de 2011

Necesito leer más




La nueva casa de vacaciones de J.K. Rowling en Tasmania es la prueba de que sí se puede vivir de escribir literatura
Necesito leer más. Me hace falta la embriaguez de la que hablaba Baudelaire: “Il faut être toujours ivre. Tout est là: c’est l’unique question. Pour ne pas sentir l’horrible fardeau du Temps qui brise vos épaules et vous penche vers la terre, il faut vous enivrer sans trêve”. [Hay que estar siempre ebrio. Todo consiste en eso: es la única cuestión. Para no sentir la carga horrible del Tiempo, que os rompe los hombros y os inclina hacia el suelo, tenéis que embriagaros sin tregua.]
Necesito la embriaguez de la literatura, la embriaguez del mundo, la despreocupación del equilibrio en los niveles de serotonina de mi cuerpo. Cuando viajo, cuando hago ejercicio, cuando trabajo en actividades placenteras, el tónico mágico del cerebro se autoregula, pero cuando regreso a la realidad de la… ejem, flexibilidad del empleo, hay que hacer ajustes extra.
Esta vez pensaba escribir sobre el ensayo, la experimentación y la libertad y en cambio acabé escribiendo sobre la serotonina. Curioso, o más bien lógico, con la lógica del sentido común. Dice un blog de consejos que algunas cosas que podemos hacer para regular nuestros niveles de serotonina son: “Hacer ejercicio con regularidad, la vida al aire libre, pasear y bailar [...] Cambiar de actividad, hacer cosas nuevas, emprender nuevos proyectos, viajar… ayuda a que la serotonina aumente.”
Siempre que veo esta clase de consejos recuerdo la frase de un personaje de Ken Loach en “Riff Raff”, que iba más o menos así: “la depresión es para la clase media, nosotros tenemos que trabajar”. Por supuesto que sé que pensar esto puede sonar hipócrita y retorcido, pues casi siempre he pertenecido a lo que en México se considera clase media, ingredientes más, ingredientes menos. A menos que apliquemos una definición marxista, no sé si apócrifa, que he oído varias veces: “educación burguesa, medios de proletariado”. Allí sí que cumplo con la definición, pero para un país rico, pues para los de éste creo que me sobran varios viajes y mucha comida.
Emprender nuevos proyectos. Viajar. Salir al campo. Comprar una casa de campo. Poner un negocio. Escribir una crónica sobre la ciudad de México que gane el Concurso Nacional de Crónica Urbana Salvador Novo (50000 pesos y la publicación del trabajo), o el ensayo que gane el Concurso Internacional de Ensayo UAS/COLSIN/Siglo XXI (20000 USD y la publicación de la obra); o por qué no, el Premio Internacional de Ensayo Isabel Polaco (100000 USD y la publicación de la obra), seguido del Premio Planeta del Novela (601000 Euros y la publicación de la obra) y del Nobel de Literatura (en 2009, casi un millón y medio de dólares). Los planes se multiplican sin tregua, pero la realidad se encarga de acotarlos. Sólo por hoy pude escribir estas palabras, le dediqué un día más a mi golosina favorita, y no sé qué vendrá después. Mientras más responsabilidades se acumulan en mi agenda, menos puedo disfrutar de la lectura y la escritura, y lo que era una realidad cotidiana poco a poco se vuelve un lugar sin lugar, una utopía.

sábado, 26 de febrero de 2011

Mi oficio natural




A quién se le ocurre ser escritor. Una profesión rara. Las dos frases parecen venir de un mundo totalmente distante de mi vida. Desde que tengo memoria he estado rodeado de gente que escribe. Siempre entendí la literatura en un sentido amplio y todavía, gracias a Erato, a Urania y a Calíope, no cambio de parecer, sino que me gusta hacer pastiches de cuanta cosa se me viene a la mente. Por lo demás, esta no es una práctica poco común. Erasmo de Rotterdam, François Rabelais, Jean De Meung, Roberto Bolaño, William Carlos Williams, Jorge Bucay, Charles Perrault, etcétera, se dedicaron a hacer los tamales de chile, de dulce y de manteca.

Mi madre, para no ir lejos, siempre ha tenido aspiraciones literarias irrealizadas. Metió las memorias de sus viajes a un concurso que no ganó. En cambio, publicó manuales escolares de formación de maestros de lenguas extranjeras y libros de ejercicios de ruso para hispanoparlantes. Es fan de Heine y de Agatha Christie, y lee un titipuchal de libros al mes (aunque cada vez lee menos en español y más en ruso); siempre hace planes absolutamente literarios, además de vivir en un mundo regido por la imaginación, que es un rasgo típico de los escritores (o eso se supone, yo carezco totalmente de imaginación).

Mi padre, cuya única herencia (la que recibió y la que legó) fueron libros, dejó un corpus desconocido de obras inéditas, que nunca me dejó leer y que probablemente fueron desechadas. Quién sabe qué habrá sido aquello, pero supongo que algún saborcillo podría haber tenido, ya que su vida era de lo más “literaria”: el che Guevara iba a casa de su padre cuando los dos eran muy jóvenes (el che y mi padre), y luego él (mi padre, no el che Guevara) estudió sicología en la URSS, de donde regresó sin título universitario, pues según decía mi madre, que fue su segunda esposa, en vez de ir a clases estudiaba en la biblioteca hasta que consideraba que sabía más que el maestro, y luego iba a presentar los exámenes, pero no contó con que cambiaron al decano y el nuevo no le respetó el plan de estudios que llevaba. Consideraba que Osho era un farsante que poseía sin embargo un gran conocimiento, odiaba a Cortázar y a los cantantes de la Nueva Trova cubana, y de viejo (ya era viejo cuando yo conviví con él) se hizo, digamos, entre místico y liberal, y consideraba que lo peor que le podía pasar a Guatemala era la división entre ladinos e indígenas y que Rigoberta Menchú era un androide en forma de tinaja (qué bueno que ya no puede leer esto). Sin embargo, nunca dejó de estar en las listas negras de Guatemala, y siempre vivió marcado por su origen y su pasado. Escritor mítico que relaciono con él: Miguel Ángel Asturias, amigo de la infancia de su padre, que nunca fue mi abuelo, pues en el fondo (y en la superficie) no era en realidad mi padre, sino lo mejor que tuve como figura paterna.

Siendo así las cosas, ¿qué tiene de raro escribir? Yo diría que los raros son mis hermanos, que se dedicaron a la ingeniería. En mi casa solíamos leer todo el tiempo, más por ausencia de televisión y superabundancia de libros que por vocación o formación. Mi primer libro fue un cuento que escribí a mano e ilustré yo mismo, escrito por encargo de un amigo de mi madre.

Después resultó que muchos de mis amigos tenían aspiraciones literarias, así que no fue nada raro que yo empezara a hacer mis pininos como poeta maldito de bolsillo, y que combinara esto con trabajillos de revisor literario, subtitulador de películas y renovador de artículos de enciclopedia mientras seguía mi periplo como escritor contemporáneo, es decir, artista del performance.

Mi primer trabajo formal (y creo que el único en el que he tenido prestaciones), fue como reportero de notas de sociales en un periódico famoso porque en su redacción se entrenaban los futuros reporteros de publicaciones más serias. Allí adquirí un estilo que luego me costó mucho perder, por más que seguía escribiendo poemas y haciendo performance y teatro. De allí me pasé a escribir una monografía histórica, y luego pasé un periodo largo sin publicar, mas no sin escribir.

De allí, para el real. Tres libros, un montón de textos cortos y un capítulo después, sino pensando que este es mi oficio natural, y que si tengo que hacer algunas otras cosas que me permiten pagar la renta y comprar comida, en realidad se trata de paréntesis entre un texto y el que sigue.

Foto en su contexto original