La calle, Turandot, juegos de manos, rabietas, ruleta rusa, dados, el juego de la oca, el juego del go, el juego de los espías, del bien y del mal y las corrientes alternativas, del adulterio y la renovación neuronal, de las adicciones ruborizadas, de las compras y las filosofías morales, de la culpa como tarjeta de crédito. Yo me llamaba, durante algún tiempo, de otra forma; luego me llamé definitivamente, y el nombre se asentó sobre mí como un manto de peso inaudito que me impide andar como andaba, hablar como hablaba, hacer lo que hacía. Solía tener el pelo largo y me encantaba caminar por la noche como un lugar, descubriendo las cosas por partes: olores, ruidos, temores irracionales o no tanto, los puntos de luz a la distancia. Ahora casi todo es diurno.
Ruidos de perro
el mar que ladra
o demasiados grillos
Solía escribir de noche. Abombado por palabras en otros idiomas (ça se fait, ça se dit rapidement), creía que era libre, dócil y avezado. Estaba todo el tiempo preocupado por la felicidad, una tinta violácea sobre la calle, las fiestas, los amigos, las películas. Por alguna razón la confundía con experiencia, y esta a su vez con escritura, luego con esencia, luego con estar, luego con ser, hasta dejar de sentir por la ilusión de la intensidad.
Me dan miedo las flores
esta noche
no sé su nombre
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