
Otro gran ilustrador de literatura fue Gustave Doré, pero las imágenes que creó son, para mí, las hermanas mayores de la verdadera generadora de magia (la literatura), mientras que las acuarelas de Bilibin compiten por el primer puesto con la Madre, como la Princesa Cisne del cuento del Zar Saltán, que recrea mundos mágicos aunque nunca deja satisfecho a su príncipe Guidón.
¿Son las ilustraciones las hermanas pobres de los cuadros, hermanas resentidas y celosas que nunca logran algo más allá que cumplir una función? ¿O son, por el contrario –como la arquitectura–, más nobles por el propósito mismo que les insufla vida? Lo pragmático, lo sublime, lo útil: todas ellas categorías evocadas por Fluxus en el manifesto de George Maciunas de 1966: "Exclusividad, Individualidad, Ambición... Trascendencia, Rareza, Inspiración, Habilidad, Complejidad, Profundidad, Grandeza, Valor Institucional y Mercantil". Lo que sirve para destronar al arte, sirve o no sirve para entronizar al diseño.
La charla preocupada desemboca en una pregunta: ¿es posible llevar por la calle un vestido de María Antonieta con la misma prestancia que es posible colgar un cuadro de Rembrandt en la sala de una casa? Tal vez resulta hoy más "artístico" usar el vestido de María Antonieta, reinstaurarlo como pieza dueña del Sentido, y llevar a Rembrandt a la guillotina.
Imagen de Bilibin para Valisila la hermosa
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