lunes, 24 de octubre de 2011

Necesito leer más




La nueva casa de vacaciones de J.K. Rowling en Tasmania es la prueba de que sí se puede vivir de escribir literatura
Necesito leer más. Me hace falta la embriaguez de la que hablaba Baudelaire: “Il faut être toujours ivre. Tout est là: c’est l’unique question. Pour ne pas sentir l’horrible fardeau du Temps qui brise vos épaules et vous penche vers la terre, il faut vous enivrer sans trêve”. [Hay que estar siempre ebrio. Todo consiste en eso: es la única cuestión. Para no sentir la carga horrible del Tiempo, que os rompe los hombros y os inclina hacia el suelo, tenéis que embriagaros sin tregua.]
Necesito la embriaguez de la literatura, la embriaguez del mundo, la despreocupación del equilibrio en los niveles de serotonina de mi cuerpo. Cuando viajo, cuando hago ejercicio, cuando trabajo en actividades placenteras, el tónico mágico del cerebro se autoregula, pero cuando regreso a la realidad de la… ejem, flexibilidad del empleo, hay que hacer ajustes extra.
Esta vez pensaba escribir sobre el ensayo, la experimentación y la libertad y en cambio acabé escribiendo sobre la serotonina. Curioso, o más bien lógico, con la lógica del sentido común. Dice un blog de consejos que algunas cosas que podemos hacer para regular nuestros niveles de serotonina son: “Hacer ejercicio con regularidad, la vida al aire libre, pasear y bailar [...] Cambiar de actividad, hacer cosas nuevas, emprender nuevos proyectos, viajar… ayuda a que la serotonina aumente.”
Siempre que veo esta clase de consejos recuerdo la frase de un personaje de Ken Loach en “Riff Raff”, que iba más o menos así: “la depresión es para la clase media, nosotros tenemos que trabajar”. Por supuesto que sé que pensar esto puede sonar hipócrita y retorcido, pues casi siempre he pertenecido a lo que en México se considera clase media, ingredientes más, ingredientes menos. A menos que apliquemos una definición marxista, no sé si apócrifa, que he oído varias veces: “educación burguesa, medios de proletariado”. Allí sí que cumplo con la definición, pero para un país rico, pues para los de éste creo que me sobran varios viajes y mucha comida.
Emprender nuevos proyectos. Viajar. Salir al campo. Comprar una casa de campo. Poner un negocio. Escribir una crónica sobre la ciudad de México que gane el Concurso Nacional de Crónica Urbana Salvador Novo (50000 pesos y la publicación del trabajo), o el ensayo que gane el Concurso Internacional de Ensayo UAS/COLSIN/Siglo XXI (20000 USD y la publicación de la obra); o por qué no, el Premio Internacional de Ensayo Isabel Polaco (100000 USD y la publicación de la obra), seguido del Premio Planeta del Novela (601000 Euros y la publicación de la obra) y del Nobel de Literatura (en 2009, casi un millón y medio de dólares). Los planes se multiplican sin tregua, pero la realidad se encarga de acotarlos. Sólo por hoy pude escribir estas palabras, le dediqué un día más a mi golosina favorita, y no sé qué vendrá después. Mientras más responsabilidades se acumulan en mi agenda, menos puedo disfrutar de la lectura y la escritura, y lo que era una realidad cotidiana poco a poco se vuelve un lugar sin lugar, una utopía.

domingo, 2 de octubre de 2011

Taller de mala escritura


Hoy voy a hacer un taller literario al revés, voy a compartir con ustedes algunas perlas de plástico de mi escritura, de lo que pienso y escribo pero no publico. Espero que casi nadie piense que lo que sí publico es en realidad peor…
Los invito a liberarse conmigo y compartir con todos lo más cursi, redundante, retórico, incomprensible y aburrido de su escritura.
1. Proyecto de guión: “Los Agrosexuales”
Se oye el chirriar de una coladera al ser levantada, se ve cómo se levanta y se aparta hacia un lado. Comienza una canción (“I don’t wanna loose your love tonight”). La cámara sale, se levanta por el aire y nos muestra el Palacio de Bellas Artes, gira, se eleva más y vuela por la ciudad hasta Insurgentes y Periférico; a la altura del puente de Aurrerá se ven dos autos en veloz persecusión. Uno es un convertible rosa, el otro un Malibú 78 negro. La cámara enfoca el auto rosa, que en ese momento choca contra un pesero. Close-up a la cabeza del conductor que está deshecha contra el parabrisas y escurre sangre. En el fondo semiborroso se ve como llega el otro auto, se detiene y de él salen corriendo varias personas. El primero en llegar y ver la escena dice con voz de inmensa decepción y fastidio:
-¡Mierda, nos quedamos sin cantante!
Se oye una voz serena que responde sin mostrar a quien habla.
-Yo soy cantante.
Corte.
2. De un ensayo sobre la belleza
O entonces, cómo se supone que abordo la idea de no explotar de más el nombre, de pasar a funciones poéticas del lenguaje sin acordarme de las otras, una caja, unos zapatos, unos caminares, unas deudas, unos deudos, unos fenómenos de pureza, unos charcos, si quieres unos pintores expresionistas, si quieres unos fenómenos surrealistas, sin acordarme de la polémica entre esta caja y su gemelo industrial, de algún modo lo que sí era arte de la bienal, más pa’trás, ni siquiera vas a ver la calidad de la laca, es sólo una caja de cartón.
3. Poema de desamor
Ahora
el galeón de fantasmas surca aguas revueltas,
la carne grita, el corazón duro, reseco, estrujado, penetrado
por cientos de espinas
que reviven para presionar de cuando en cuando
no contiene una gota más de jugo que vaciar.

¡Dejen sus comentarios!

viernes, 23 de septiembre de 2011

México se escribe con J en Celebrate Mexico Now

El 21 de septiembre de 2011, en el evento inaugural del festival Celebrate México Now, en muy grata compañía.
Michael Schuessler, Earl Dax, Nayar Rivera y Alejandro Varderi.

Nayar Rivera al micrófono

Claudia Norman tras recibir un premio del gobierno de la ciudad de Nueva York

Aquí en plena inauguración del festival, al micrófono Rafael Ascencio con Claudia Norman, directora del Festival, y Laura Turégano,  directora del Centro Rey Juan Carlos I

Quiero ir a la playa



Faro de Bucerías
¿Qué habrá sido de las playas que visitaba yo de niño? ¿Cuál es el imparto ecológico que tuve entonces y tengo ahora? Entonces viajaba en autobús, llegaba con toda mi familia a una terminal de autobuses y emprendíamos una aventura que acababa frecuentemente en Puerto Vallarta, en San Blas, en La Tovara, en Rincón de Guayabitos, en Los Ayala, en Novillero, en el Faro de Bucerías (todas en Nayarit), o en otros estados: en Mazatlán (Sinaloa), en el Faro de Bucerías (Michoacán), en Puerto Escondido (Oaxaca), en Zihuatanejo (Guerrero) y del otro lado del mar de Cortés, en los Cabos o en Pichilingue (Baja California Sur), o del otro lado de México, en Cozumel o en Akumal (Quintana Roo).
Recuerdo que acampábamos mucho o nos quedábamos en hoteles baratos, pues era parte de la aventura, mi madre prefería gastar en eso el presupuesto familiar en vez de viajar menos pero con más comodidades. De hecho podría decir que en vez de lujos teníamos libros y viajes, en vez de cosas, experiencias.
Los Ayala era especial porque la bahía era muy cerrada y el oleaje tranquilo, así que nos metíamos en una lancha inflable hasta el centro y veíamos como debajo de nosotros pasaban las mantarrayas. Allí comprábamos pescado directamente de las lanchas de los pescadores y lo hacíamos ahumado en una fogata junto a la tienda de campaña. No usábamos bronceador, ni repelente contra los mosquitos, y los remedios universales eran la aspirina y el jugo de limón.
Teníamos un equipo para acampar francés, de segunda mano, que mi madre le compró a una amiga suya, y algunas otras cosas que trajimos de “importación” desde La Paz, como un equipo de aletas y esnórquel italiano que nos robaron en Puerto Escondido abriendo la tienda con un cuchillo para ver que sacaban.
No sé cómo se construyó semejante vida y de donde salía dinero suficiente para todo, la verdad. Mi madre era profesora universitaria y no ganaba tanto, pero siempre que había un par de días libres salíamos a algún lado.
Después de eso fui mucho a Zipolite, Mazunte, Huatulco y demás playas oaxaqueñas, pero todavía sueño con ir a lugares que no conozco, o no recuerdo: Campeche, la Laguna de Términos, Bacalar, Xilitla…
No me arriesgaré a decir que mi vida fue mejor que otras gracias a esos viajes de mi infancia, pero sí puedo afirmar que definieron al que soy ahora y como construyo mi relación con el mundo, y por eso, desde mi pequeña dimensión de turista de la ciudad de México, deseo que se resuelva el horror cotidiano de las carreteras: ahora resulta familiar escuchar que a alguien que fue de paseo por tierra a Ixtapa le tocó un retén de los Zetas y perdió la vida. No imagino lo que será vivir así todo el tiempo, entre masacres, toques de queda y amenazas constantes. Qué triste.
Espero que las narraciones sean exageradas, y sobre todo, no confirmar lo contrario en carne propia.

jueves, 22 de septiembre de 2011

Los cuentos de hadas, entre el desprestigio y la libertad


Los cuentos de hadas, entre el desprestigio y la libertad


Ilustración del siglo XIX para Las preciosas ridículas
En una de sus célebres cartas sobre la vida en la corte de Versalles que data de 1677, Madame de Sévigné se divirtió narrando uno de los pasatiempos típicos de las damas de su medio: contar historias plagadas de hadas y princesas encantadas, que a pesar de ser criadas por campesinos o pastores no perdían un ápice de su belleza ni de su delicadeza. Estos cuentos, bagatelas absurdas y fantásticas, carecían de prestigio literario y contrastaban profundamente con las tragedias de tema clásico de los grandes autores del siglo del Rey Sol.
Los cuentos de hadas estaban emparentados con un estilo que causaba horror en Francia: el Barroco, y su variante nacional extrema, el preciosismo. Este ensalzaba la exquisitez como valor supremo y tenía como enemigo principal al ridículo. Por eso Molière tuvo tanto éxito con Las preciosas ridículas: “El estilo precioso –dice allí un personaje– no sólo ha infestado París, sino que también se ha extendido por las provincias, y nuestras ridículas doncellas han absorbido su buena dosis”.
Pero hubo que esperar hasta la última década del siglo XVII para que los cuentos de hadas se pusieran realmente de moda, marcando así una tendencia que siguió a lo largo del siglo XVIII.
El estilo en el que fueron escritos los cuentos reflejaba fielmente los valores cortesanos: había en ellos poemas barrocos, descripciones detalladísimas de los vestidos, las joyas, los bailes, los palacios, los banquetes, los postres, los chismes, los mohines, los absurdos y las formas de comunicarse de los cortesanos. Las hadas vivían en palacios de cristal cortado y volaban en carros tirados por cisnes, dragones o serpientes. La falta de clase y estilo al vestir y comportarse era peor que la misma fealdad, y pasaba por ser un verdadero defecto moral.
Uno de los cuentos que sigue fielmente esta tendencia es “Gracieuse y Percinet”, de Mme. d’Aulnoy, la pionera del género. En el cuento, un rey se casa en segundas nupcias con una mujer coja, jorobada, tuerta, gorda y cubierta de acné, pero riquísima, por lo cual el rey no tiene inconveniente en dejar que torture a su hija, la princesa Gracieuse, de todas las maneras imaginables.
Lo destacable es que la princesa prefiere sufrir que la entierren viva antes que casarse con el hombre del que está enamorada, el príncipe mágico Percinet. Esta manera de ver el matrimonio corresponde fielmente a este diálogo entre la una de las preciosas de Molière y su padre:
MADELÓN.- ¿Y qué estima, padre mío, queréis que hagamos de la conducta irregular de esas gentes?
GORGIBUS.- ¿Qué tenéis que decir de ellas?
MADELÓN.- ¡Linda galantería la suya! ¡Cómo! ¿Empezar lo primero por el casamiento?
GORGIBUS.- ¿Y por dónde quieres entonces que empiecen? ¿Por el concubinato?
De más está decir que Percinet corteja a Gracieuse del modo más cortesano que sea posible imaginar.
Otra paladina de los cuentos de hadas fue Mlle. L’Héritier, cuyo cuento “Marmoisan” exhibe todas las convenciones del género, desde el marco narrativo hasta las intrigas más absurdas: un noble tiene cinco hijas y un hijo, que encarnan todos los defectos y virtudes de su tiempo. La mayor es mojigata, amargada y fea, y además le repugna la compañía de los hombres. La segunda es bonita, pero jugadora e indolente. La tercera es coqueta y frívola, rodeada por un entourage de galanes, adicta a la moda y tan despilfarradora como su hermana con problemas de adicción al juego.
Luego siguen dos guapísimos gemelos: Leonore, una morena picante, capaz de montar, tirar y cazar, noble y valiente pero obsesionada por la limpieza, y su hermano Marmoisan, igualito pero dueño de todos los defectos de las otras hermanas. La hermana menor vive encerrada en un convento desde los tres años.
Marmoisan, que se las da de seductor, trata de violar a una vecina, pero el marido de esta lo mata. Leonore se disfraza entonces de su hermano para ir a la guerra, acompañada de su hermana menor, que le sirve de paje.
El hijo del rey, a cuyas órdenes debe servir Leonor transformada en Marmoisan, es un tanto sospechoso, pues “su padre temía que cogiera el hábito de dejarse obsesionar por su favoritos”.
Por supuesto, lo primero que hace el príncipe es enamorarse del nuevo favorito. Aunque circulan los rumores de que Marmoisan es mujer, no logra probarse nada. Cuando el príncipe trata de hacer que se bañe en un río, suena en el aire una voz mágica que dice: “¡Marsoisan, mientras tú te bañas, tu padre se muere!”. Finalmente, se descubre todo el enredo y el hijo de rey se casa con su fantasía erótica, en un apoteósico final feliz, lleno de bodas entre las chicas disfrazadas de chicos y sus enamorados. Pero el cuento, a la vez feminista, queer y camp, termina con una nota moral, pues las hermanas de Marmoisan son recluidas en un convento.
El autor más famoso de la moda de los cuentos de hadas fue Charles Perrault, que mezcló en sus cuentos las voces de los grupos sociales más desprestigiados de su tiempo: los infantes y el pueblo.
En un poema contemporáneo se hacía escarnio del escritor y de su hijo Pierre, al que se le atribuían los cuentos, diciendo que, si seguía así, el joven Perrault llegaría tan lejos como el padre “en el camino del sinsentido”.
Todos conocemos los cuentos de Perrault, que van de la nota roja erótica (Barba azul y Caperucita roja) hasta las típicas fantasías cortesanas (La bella durmiente y Riquete el del copete), pasando por otros personajes crueles como el Gato con botas y Pulgarcito. Han sido y siguen siendo un surtidor inagotable de versiones, desde Mujer bonita hasta comerciales de toallas femeninas que sirven para quitarle lo rojo a la caperuza y cómics pornográficos.
Al carecer de prestigio, los cuentos de hadas le han hecho un favor a la imaginación. Expandieron los límites de la literatura al representar zonas de imaginación exuberante y subversiva y permitieron el despliegue de una libertad creativa que extiende su influencia hasta hoy.

sábado, 6 de agosto de 2011

Algunas cosas que hacer en Nueva York




Jamaica Bay vista desde Rockaway
No voy a hablar acá de lo de siempre, de las vistas desde el Empire State o el Rockefeller Center, las tiendas de Madison y Soho, el West Village, Tribeca y la “milla de los museos”. Esa información es fácil de obtener en todas partes. Más bien les hablaré de mi experiencia en algunos lugares tal vez menos conocidos, y que para algunos pueden ser decepcionantes. Sobre aviso no hay engaño.
1. Jamaica Bay. En lugar de tomar el metro desde el aeropuerto en Howard Beach hacia Manhattan, abórdalo en la dirección opuesta y visita Jamaica Bay. Es el único santuario de la vida silvestre de la ciudad, una bahía poco profunda de aguas apacibles en donde pasean las garzas y las gaviotas y se aparean las limulas. La brisa es fuerte y la gente aprovecha para hacer kiteboarding. La única playa real de la bahía, Plum Beach, tiene la fama terrible de que hay sexo en las dunas, drogas e incluso crímenes, y de que está llena de gente de lo más rara. Como quien dice, una Nueva York que dejó hace mucho el East Village, en donde hace treinta años había prostíbulos ambulantes y adictos al crack en cada esquina, hasta que llegaron los yuppies y se volvió una zona de lujo. Pero a Plum Beach no he ido, así que no prometo nada. Desde el metro se ven en cambio a la distancia las casas sobre pilotes, las islas de hierba a la mitad de la bahía y el aeropuerto JFK a la distancia, lo cual no está nada mal. El metro parece volar encima del agua y del otro lado está la península de Rockaway, que tiene una playa de muchísimos kilómetros para tomar el sol y jugar en las olas. La parte más tranquila para nadar está en el extremo este, donde termina la línea A.
2. City Island. Esta pequeña isla tiene como principal encanto que está en el extremo del Bronx, una zona que nadie considera especialmente atractiva en Nueva York. Sin embargo, es un pequeño oasis al que se puede llegar muy fácilmente. Al final de la línea 6, la verde, se toma un autobús y en diez minutos está uno en la isla. Al final de la ruta, donde termina la calle principal, hay un restaurante de mariscos verdaderamente horroroso y siempre lleno que tiene vista al mar y vende toda clase de platillos rápidos preparados con productos locales, desde ostras y ostiones frescos hasta langosta y aros de calamar, clam chowder y helados de maquinita, que uno puede disfrutar por poco dinero apreciando al mismo tiempo la diversidad cultural de Nueva York en toda su gloria. Para los que quieran algo menos popular, lo único que tienen que hacer es dirigirse a cualquiera de los muchos otros locales de la misma calle.
La isla se puede recorrer a pie, aunque la mayoría de las calles son callejones ciegos que terminan en el mar, y uno tiene la sensación de estar violando la intimidad de los habitantes, pues las casas, de un estilo entre pueblerino y suburbano, están totalmente a la vista. Recomiendo visitar el cementerio, pues me gustan las piedras y los parques con vista a un mar lleno de yates de todos los estilos. Por allí mismo hay varias casas victorianas, que si bien no son excepcionales, le dan su sabor único a esta comunidad.
Casi al lado de la isla, en tierra firme, está Orchard Beach, una playa artificial creada por Robert Moses (un tipo sobre el que vale la pena leer), que no conozco, pero que parece tranquilísima e ideal para nadar y que tiene todos los servicios necesarios.
3. La ribera del Hudson. Si te gusta caminar y ya te sabes de memoria el Met, el MoMA, el Whitney, el New Museum y la colección Frick recorre a pie Manhattan por el río desde el puente Washington hasta Battery Park. La parte norte es un parque cubierto de cerezos, así que vale la pena verlo en primavera, cuando los árboles están en flor y las mañanas parecen sonrojadas. En verano la gente pesca, toma el sol, camina o se mueve en patines o en bicicleta, con muy poca ropa y buen actitud, así que se presta para disfrutar del dolce far niente. Cuando uno va por la mitad, en lo que ahora se ha dado en llamar MiMa para darle un toque de glamur, la cosa se vuelve más fea, pero eso también es la ciudad, así que vale la pena: hay autopista, helipuerto, el centro de convenciones y restos de muelles. Si perseveras, llegarás al museo “intrépido” o sea un enorme portaviones que se puede visitar (las cuotas son caras, como en todos) y el muelle se vuelve mucho más bonito, con baldosas de granito y barandales de acero. Abajito está la zona de las galerías de Chelsea y el Highline, y más abajo el Meatpacking District y el West Village, y más abajo aún se distingue ya el sitio donde se construyen las nuevas torres del WTC. Si sigues el paseo hasta donde da la vuelta, pronto llegarás, molido pero contento, a la hermosa biblioteca de la Casa del Poeta, que tiene todos los libros de poesía que se publican al año en los Estados Unidos (o al menos eso afirman ellos). El lugar es precioso e ideal para trabajar, aunque por la tarde tiene demasiado sol, pues está orientado hacia el oeste, con vista al río. Si te parece que recorrer todo esto a pie es demasiado maratónico (son como once millas y tres horas y media de camino), hazlo en bicicleta, merece la pena.
Imagen: © Nayar Rivera.

Un desmayo


Trevor subió las escaleras de emergencia detrás del elevador hasta el último piso. Llevaba tres semanas tomando un nuevo medicamento contra la depresión que causaba confusión y aturdimiento. Llegó al techo del edificio, trepó por el parapeos un momento para olvidlástico verde, a que pensar en cómo resolver la situación y se sintió de pronto relajado y feliz. Eran las siete de la noche en la esquina de Bpaso en falso, tropezó y cayó. Pasó en cámara lenta frente a la fachada del edificio de ladrillo y sintió todo su cuerpo que crujía de dolor en el balcón de sus vecinos dos pisos más abajo. Arriba había nubes en lugar de estrellas, las luces estaban apagadas, y no podía volver a entrar a entrar al edificio. Estaba atrapado afuera, molido. Cerró los ojos un momento para olvidarse de que tenía que p-width: 0px; border-color: initial; border-left-width: 0px; border-right-width: 0px; border-style: initial; border-top-widthowery con Bond y alrededor había una fiesta. Eran los clientes del CBGB que se pinchaban los brazos en la calle. Patty Smith pasó flotando en una foto con Robert Mapplethorpe, bidimensional y plástica. The Ramones y The Clash rompían guitarras en una nube de diamantina suspendida en el aire y un coro de polacos ucranianos bailaba una mazurka con las bocas llenas de pizza.
Era el círculo exterior del infierno, donde se mezclaban el recuerdo y el olvido, una ciudad multicolor con tiendas de diseño en cada esquina y cafés gratuitos para todos en tazas de porcelana pintadas como vasos desechables.
Cuando se levantó llevaba un saco holgado de lana ligera de color gris claro, una camisa de cuello Mao y un pantalón de tiro bajo. Todavía medio aturdido cruzó la calle, saludó al portero de librea roja y subió a su nuevo departamento en el centro de Noho (North of Houston), un condominio único de 2100 pies cuadrados (195.1 metros cuadrados) con una terraza privada casi del mismo tamaño. Allí tenía todo lo que quería, desde la cocina Poggenpohl de acero inoxidable con el lavavajillas Bosch y estufa Viking hasta una alcoba con vestidor y baño de tina y regadera separadas y mucho espacio para guardar todas sus cremas y tratamientos innecesarios, pues la vejez no llegar tiempo lo alcanzó, a Houston.

sábado, 23 de julio de 2011

My first poem in English

Photo by Don Riepe


Life was always ahead
Across the fish pond, in the silent garden,
Down the stream
Mildly waving against the logs,
Gleaming around the bay,
Bursting into laughs in the other car of the train,
At the forbidden beach —a bashful glare of joy.
You thought it hid, but it didn’t
It was there when you turned around, when you walked away,  
Smiling and nodding,
But you saw the wall, the cracks, the betrayal
As something appeared on the other side.

viernes, 22 de julio de 2011

92 grados Fahrenheit, parcialmente nublado

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Fotografía de Tyrone Turner/National Geographic - infrared showing heat loss from NYC buildings

El clima de hoy es bochornoso y no me siento inspirado para escribir. Tal vez tengo uno de esos famosos “bloqueos de escritor”, aunque nunca he creído en ellos. Tal vez simplemente no tengo nada que decir, pero lo dudo, porque mi vida no es, en este día preciso, más aburrida o más interesante que otros días. La explicación que prefiero es que soy lento. Siempre he sido lento, no es algo que me preocupe, es sólo que en esta ocasión mi lentitud ha causado una pequeña crisis en cámara lenta. La verdad es que me gusta como escribo. No lo digo por vanidad, pues tengo pocos lectores, no he ganado ningún premio literario y la venta de mis libros no ha generado nunca ingresos. Me gusta porque disfruto leer algo que escribí y que ya había olvidado. Por supuesto que no me gusta todo ni me gusta siempre, pero hay algunos textos que tienen vida propia y cortejan al lector mucho mejor que yo.

El problema es la familiaridad, que tarde o temprano se transforma en una fórmula. Y ahora, después de ciertas lecturas, le temo a la repetición. Una de ellas es la obra de un escritor que tiene momentos brillantes, pero que no fue capaz de salir de su propia hipnosis auto inducida. La otra es el libro “Cultural Amnesia” de Clive James, que aboga por la claridad casi tanto como aboga por su idea del humanismo liberal, pero que termina repitiendo incesantemente los mismos argumentos. Desgraciadamente, la claridad de mi problema no me sugiere ninguna respuesta, así que, como siempre, haré lo posible por vencer la parálisis y seguiré, como siempre, escuchando el canto del bardo. Esta vez seré consciente de mis propias tretas, y esperaré desarrollar la madurez necesaria para no perder lo que tengo sin ganar otra cosa.



Ver en Territorio liberado

Fanfarrias para un cuatro de julio

Salimos a la calle y la calle estaba cerrada para un desfile que lucía las carrozas de los bancos y las compañías de renta de autos y las clínicas comunitarias para atender a gente pobre con VIH y el albergue para ancianos homosexuales sin hogar y al congresista que promovió que se permitiera en el estado de Nueva York el matrimonio de personas del mismo sexo y al gobernador que firmó la ley y todos eran por un instante tan felices. Y luego regresamos a casa, y cuando volvimos a salir el West Village era la Dimensión Desconocida, y de pronto las tiendas de la Calle 8 tenían sentido, y alguna gente en algunos muelles. Luego vi Paris is burning y entendí lo que pasaba: Willi Ninja  reinaba sobre la House of Ninja años antes de la película, antes de Madonna y Gaga, antes de que yo creyera que “xtravaganza” y “fierce” eran palabras típicas de RuPaul. Y en ciertas tardes tórridas, todo vuelve a ser lo que era, aunque los muelles ahora están pavimentados con granito, llenos de prados nuevecitos para los pequeños  hijos de los yuppies y campos  de golf en miniatura, y el desfogue sexual es una orgía de narcisismo para  los hombres que trotan sin camisa. Y de nuevo nos atrevimos a recorrer sin éxito las mismas calles en busca de la entrada a los muelles para ver los fuegos artificiales del 4 de julio, seguimos la marea por la 10.ª Avenida hasta la 23 y regresamos casi corriendo, perdiendo todo lo que habíamos ganado, cortando la cuadrícula urbana por hipotenusas que nos llevaran hasta el universo seguro de la tele y el aire acondicionado, y la noche fue de Asombrosa Gracia, de América la Bella, de soldados de todos los colores y la libertad para perseguir la felicidad en un crucero noruego y Macy’s nos hizo sus mejores clientes, nos convidó rosas de fuego y banderas de fuego, y bombas simbólicas y encuentros cercanos con las estrellas, y con el río, y con la Libertad alumbrando al mundo, de seguro dentro de treinta años habrá quema de Judas, castillos y toritos, por mientras no. Las calles cerradas, las multitudes, hay alguien a quien tal vez le debo este estilo telegráfico, pero no quiero ceder décadas de trabajo en aras de la justicia. “Esta fiesta es sobre lo que los americanos hacemos mejor, comer y tratar de superar a los demás”. Las amas de casa de los Estados Unidos son de dos tipos (sólo dos), implica Roseanne Barr: como Roseanne Barr o como la “Condesa” de Manhattan, personajes creados para los demás, el universo perfecto del superyo.
Foto: Edward, Administrador del foro Wired New York.

miércoles, 13 de julio de 2011

Saliendo del metro en la 42


Saliendo del metro en la 42 a video by jnayar on Flickr.

Nada especial, sólo lo que se ve saliendo del metro rumbo a la biblioteca de la 42

Un cuento de fantasmas


Fuerza y valor son los emblemas este día, arrogancia que se yergue contra la inspiración. Tengo mucha pluma, me han dicho, y no sé qué significa eso, pero lo tomo literalmente, como una pluma metafórica que acaricia la pantalla de la computadora.
Saco las palabras una por una de mi sombrero imaginario y las voy sumando a la frase, que luego es un párrafo, una promesa, el preludio de algo más grande. Palabras y más palabras, reservorios de amor, de inteligencia, de odio, de culpa, reflejos o recuerdos de significados anteriores o hechos absolutos sin nada a su alrededor que las justifique.
Pasan las palabras a la línea del frente, deciden por mí quién soy: una mujer pobre que se aburre después de un día pesado, un adolescente que visita una exposición y toma demasiado vino, un santo enfermo de deseo, un millonario venido a menos viendo una película que lo inspira a tomar una decisión difícil.
Hay días, como hoy, en que la realidad no ofrece otra alternativa que la ficción. Hay días, como hoy, en que esto y todo lo demás es una mentira. Pero si todo lo que digo es mentira, entonces esta frase es verdad. Las palabras son trampas, trampas mortales. Esta lectura podría ser mortal, podría esperar a que duermas y atacarte por la noche, podría persuadirte de que la habitación está poblada de fantasmas, pues la única y verdadera prueba de su existencia es que los nombramos, a pesar de que parecen referirse a entes imaginarios. Negarlos es negar la existencia de la imaginación, así que ya lo sabes, el cuarto está maldito, poblado de fantasmas que te acechan desde este texto demoníaco, que los invoca en cuanto tus ojos se posan sobre ellos, y no se van nunca, se quedan a vivir debajo de tus córneas, dentro del nervio óptico, en tu sangre.

jueves, 30 de junio de 2011

La Resistencia de Sartre y otros cuentos occidentales


Jean Paul Sartre
Hay tareas difíciles y hay tareas titánicas. Abarcar toda la historia de la filosofía política del siglo XX en un día, aunque sea con el deseo, es en cambio una tarea simplemente absurda, que no tiene siquiera tintes heroicos que la justifiquen, pero no por eso menos suculenta.
Esta mañana me levanté y leí “A puerta cerrada” por primera vez desde que salí de la universidad. Encontré la obra más celebrada de Jean Paul Sartre tan buena y tan astringente como siempre, pero mucho más depresiva y mucho menos verdadera. Sin embargo, la idea misma de un escritor ateo que escribe sobre el infierno es inspiradora: mi única obra de teatro también construye una especie de infierno con tres personajes, que además son símbolos. Son santos, el equivalente antiguo de los superhéroes, que a su vez son el equivalente moderno de las pasiones humanas representadas en las mitologías.
Como todos los estudiantes de la literatura occidental y de la cultura francesa, soy heredero de Sartre y vivo en el riesgo permanente de ser acólito de su culto sin ser siquiera consciente de ello.
Gran parte del resto del día lo pasé leyendo al escritor australiano Clive James. En su libro “Cultural Amnesia”, James se propone reconfigurar la jerarquía de la cultura occidental por medio de ejercer su creencia fundamental en la imperfección del ser humano y su devoción por el valor de la democracia liberal.
Para hacerlo, tiene que minar los cimientos del prestigio de Sartre como intelectual y como persona. James no cuestiona la inteligencia y el talento de Sartre: por el contrario, opina que son su talento literario y su brillantez los que han debido hacer de él otra cosa que un farsante y un perverso, perteneciente a la misma familia de los intelectuales al servicio de los mayores oponentes de la civilización (los regímenes de Hitler y de Stalin). Para James, la aparente pureza de intenciones de Sartre era lo que lo hacía mucho más peligroso: “Como escribo de Flaubert, soy un enfant terrible de la burguesía, que debe recuperarme” dice Sartre curándose en salud en el extracto de la conferencia que puede verse al final de este post.
Sartre rechazó el premio Nobel y la Legión de Honor, lo que permite a James afirmar que “fue la prueba viviente de que el abogado del diablo puede ser idealista y hasta auto-sacrificado. Sin sus virtudes, sería mucho más difícil de desestimar. Con ellas, nos presenta el más preocupante recuerdo de que la inteligencia amoral no está confinada en la ciencia”.
¿Estoy de acuerdo con Clive James? ¿Me he convertido a la nueva fe que afirma que Heidegger y Sartre no son Goethe y Schiller sino Abbott y Costello? No lo sé. ¿Prefiero la claridad de obra palabra y pensamiento? Casi podría decir que sí, pero no me hago ilusiones. Como los personajes de “A puerta cerrada”, estoy encerrado en el propio infierno de mis contradicciones.
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