Hay tareas difíciles y hay tareas titánicas. Abarcar toda la historia de la filosofía política del siglo XX en un día, aunque sea con el deseo, es en cambio una tarea simplemente absurda, que no tiene siquiera tintes heroicos que la justifiquen, pero no por eso menos suculenta.
Esta mañana me levanté y leí “A puerta cerrada” por primera vez desde que salí de la universidad. Encontré la obra más celebrada de Jean Paul Sartre tan buena y tan astringente como siempre, pero mucho más depresiva y mucho menos verdadera. Sin embargo, la idea misma de un escritor ateo que escribe sobre el infierno es inspiradora: mi única obra de teatro también construye una especie de infierno con tres personajes, que además son símbolos. Son santos, el equivalente antiguo de los superhéroes, que a su vez son el equivalente moderno de las pasiones humanas representadas en las mitologías.
Como todos los estudiantes de la literatura occidental y de la cultura francesa, soy heredero de Sartre y vivo en el riesgo permanente de ser acólito de su culto sin ser siquiera consciente de ello.
Gran parte del resto del día lo pasé leyendo al escritor australiano Clive James. En su libro “Cultural Amnesia”, James se propone reconfigurar la jerarquía de la cultura occidental por medio de ejercer su creencia fundamental en la imperfección del ser humano y su devoción por el valor de la democracia liberal.
Para hacerlo, tiene que minar los cimientos del prestigio de Sartre como intelectual y como persona. James no cuestiona la inteligencia y el talento de Sartre: por el contrario, opina que son su talento literario y su brillantez los que han debido hacer de él otra cosa que un farsante y un perverso, perteneciente a la misma familia de los intelectuales al servicio de los mayores oponentes de la civilización (los regímenes de Hitler y de Stalin). Para James, la aparente pureza de intenciones de Sartre era lo que lo hacía mucho más peligroso: “Como escribo de Flaubert, soy un enfant terrible de la burguesía, que debe recuperarme” dice Sartre curándose en salud en el extracto de la conferencia que puede verse al final de este post.
Sartre rechazó el premio Nobel y la Legión de Honor, lo que permite a James afirmar que “fue la prueba viviente de que el abogado del diablo puede ser idealista y hasta auto-sacrificado. Sin sus virtudes, sería mucho más difícil de desestimar. Con ellas, nos presenta el más preocupante recuerdo de que la inteligencia amoral no está confinada en la ciencia”.
¿Estoy de acuerdo con Clive James? ¿Me he convertido a la nueva fe que afirma que Heidegger y Sartre no son Goethe y Schiller sino Abbott y Costello? No lo sé. ¿Prefiero la claridad de obra palabra y pensamiento? Casi podría decir que sí, pero no me hago ilusiones. Como los personajes de “A puerta cerrada”, estoy encerrado en el propio infierno de mis contradicciones.
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