miércoles, 29 de diciembre de 2010
Costumbres del ojo 24 ┇ Final de nada
Hay un canto silencioso en la casa iluminada a medias. Viene de afuera y de adentro, pero no tiene nada de fantasmal o de singular: son los ruidos cotidianos que invocan lo extraordinario, la entrada abrupta del mundo.
Estoy en mi ciudad y no estoy en mi ciudad, pues me he vuelto casi ciudadano de varios sitios a la vez. Estoy embarcado en una serie de relatos en primera persona que se construyen todos a la vez, y se acallan e interrumpen mutuamente (es una manera de decirlo, no un reflejo de un problema psiquiátrico). A veces siento que mastico más de lo que puedo tragar.
Este año fue de trabajo incesante. Terminé proyectos personales de toda índole y comencé otros tantos que no acaban y tal vez terminen sólo cuando yo ya no esté presente para continuar con ellos. Esto es así siempre, no digo nada nuevo, pero los límites temporales en los que enmarcamos nuestra vida nos hace ver las cosas con ojos fatigados.
Cierro los ojos y no sueño despierto. Hay demasiados asuntos pendientes. Y cansancio. Pero por educación, por un modelo social bien aprendido, hay que agradecer. Así que pienso en los versos de un poema justamente titulado “Agradecimiento”, de la poeta polaca Wislawa Szymborska:
Debo mucho
a quienes no amo.
El alivio con que acepto
que son más queridos por otro.
La alegría de no ser yo
el lobo de sus ovejas.
[…]
Es gracias a ellos
que yo vivo en tres dimensiones,
en un espacio no-lírico y no-retórico,
con un horizonte real por lo móvil.
Pero prometo (me prometo, les prometo) hacer mi mejor esfuerzo, ser optimista, revelar secretos inocentes y candorosos en próximas entregas, volar por horizontes mejorados. Tal vez esta columna deprimida se debe a que estoy leyendo un libro deprimente, y no a tantas razones más verosímiles, si no más verdaderas.
También podría contarles que viajé a Chicago, y de lo que allí vi (reflejos de los edificios de la gran ciudad americana, el paseo del río, el anillo de trenes entre los rascacielos, un barrio mexicano cubierto por una tormenta blanca y un barrio sueco donde no pude almorzar albóndigas con salsa de arándano), y de la gente a la que allí conocí, y de la felicidad que me ha invadido en incontables instantes. Pero si escribiera sobre eso, tendría que empezar de nuevo, y no quiero. Por hoy, quiero seguir sólo esta línea deprimente, esta línea tediosa y cotidiana, ajena a la bulla de las fiestas, una pequeña venganza contra no sé qué. Ya veremos la próxima semana.
Imagen en su contexto: http://thepagansphinx.blogspot.com/2010/11/artist-of-week-and-abc-wednesday.html
Costumbres del ojo 23 ┇ Collage de invierno
1. John Ashbery
The path to the white moon
Where the winters grew white we went outside
To look at things again, putting on more clothes
This too an attempt to define
How we were being in all the surroundings
(De “El sendero hacia la luna blanca”. Traducción de Ignacio Infante)
Donde los inviernos se tornaron blancos nosotros salimos al exterior
para mirar las cosas de nuevo, poniéndonos más ropa
en otro intento de definir
cómo estábamos siendo en todos los ambientes)
2. Elizabeth Bishop
The Imaginary Iceberg
We'd rather have the iceberg than the ship,
although it meant the end of travel.
Although it stood stock-still like cloudy rock
and all the sea were moving marble.
We'd rather have the iceberg than the ship;
we'd rather own this breathing plain of snow
though the ship's sails were laid upon the sea
as the snow lies undissolved upon the water.
O solemn, floating field,
are you aware an iceberg takes repose
with you, and when it wakes may pasture on your snows?
(De “El Iceberg imaginario”. Versión de Jorge Capriata
Es mejor tener el iceberg que el barco,
aunque ello signifique el fin del viaje.
Aunque permanezca totalmente inmóvil como una nublada roca
y todo el mar fuera móvil mármol.
Es mejor tener el iceberg que el barco;
poseeríamos más bien esta llanura de nieve
aunque las velas del barco anduvieran por el mar
como la nieve yace no disuelta sobre el agua.
Oh, solemne y flotante campo,¿Te das cuenta que un iceberg reposa
contigo y cuando despierte puede pacer en sus nieves?)
3. Derek Walcott
Omeros, capítulo XLII
Snow brightening the linen, the pepper, salt domes, the gables
of the napkin, silencing Warsaw, feathering quiet Cracow;
then the raven’s wing flew again between the white tables.
(De Omeros, capítulo XLII
Nieve aclarando los manteles, la pimienta, los saleros, los frontones de las servilletas,
acallando Varsovia, barriendo la silenciosa Cracovia;
luego el ala del cuervo voló de nuevo entre las mesas blancas.)
martes, 21 de diciembre de 2010
Costumbres del ojo 22 ┇ Anciana poeta maldita y sus compinches
Miro la fotografía de Marcelina Desbordes-Valmore, tomada por el fotógrafo Nadar en 1854, que se conserva en el museo Getty. La ficha reza que la poetisa, de sesenta y ocho años, estaba en los últimos años de una carrera exitosa. Aceptó dejarse fotografiar con reticencia, consumida por la edad y “la crueldad del sol”. Pero no sólo el clima la había consumido: había visto morir a su hermano, dos hermanos, dos hijas y la mayoría de sus amigos cercanos en años recientes.
Pero hay algo más, algo raro y llamativo, en la fotografía de esta anciana de rostro feo y cansado: el traje de mangas ajustadas que termina en puños de encaje de donde salen unas manos gráciles y elegantes enfundadas en guantes negros, el peinado, la inclinación de la cabeza, todo parece pertenecer a una cara más joven, más bella, el retrato de una hermosa joven de pelo negro en la portada de “La dama de las camelias” que tuve alguna vez. Es el retrato de la poeta maldita original.
Los poetas malditos no existen. Sin embargo, el concepto es más popular que su poesía. En 1888 Paul Verlaine publicó la versión definitiva de su libro de ensayos “Les poètes maudits” que trataba de la obra de Tristan Corbière, Arthur Rimbaud, Stéphane Mallarmé, Marceline Desbordes-Valmore, Auguste Villiers de L'Isle-Adam y el "Pauvre Lelian", anagrama de su propio nombre.
Este libro creó la leyenda de un poeta modelado en la imagen de Luzbel, ángel de luz con demasiada soberbia para conformarse a ser un siervo de Dios, que ha permanecido vigente hasta nuestros días y que mezcla en el mismo rebaño a escritores tan disímbolos como Cyrano de Bergerac, William Blake y Charles Bukowski.
La figura del ángel rebelde para representar al poeta maldito, que parece y es un lugar común, aparece ya sin embargo en el propio libro de Verlaine. Cuando habla de Rimbaud se refiere a él como a un hombre de cara “perfectamente oval de ángel en exilio”. Al referirse a Desbordes-Valmore usa nuevamente esa referencia: tras citar su poema “Los sollozos” se niega a seguir disecando a un “ángel semejante”.
Por doquier brota esa idea que hoy parece tan poco original y digna de las letras de las canciones menos inspiradas del rock, en donde la palabra ángel es repetida hasta el cansancio. Este es un fragmento del poema de Charles Baudelaire “Bendición”, que habría inspirado el libro de Verlaine:
El Niño desheredado se embriaga de sol,
Y en todo cuanto bebe y en todo cuanto come,
Encuentra la ambrosia y el néctar bermejo.
Los malditos son seres de otro mundo, que se alimentan de néctar y poesía, geniales (como Rimbaud), especiales y diferentes (como los miembros de las tribus urbanas que los idolatran), seductores (como Pita Amor). Son incomprendidos y bohemios, provocativos, no tienen respeto por los convencionalismos. Los caracteriza la arrogancia que da la certeza de la propia valía.
Como Rimbaud, como Villiers de L’Isle-Adam, como Sylvia Plath, han visitado el infierno: “Antaño, si mal no recuerdo, mi vida era un festín donde corrían todos los vinos, donde se abrían todos los corazones. Una noche, senté a la Belleza en mis rodillas. Y la encontré amarga. Y la injurié”. Desbordes también fue visitante asidua de ese infierno romántico de los sentimientos: “¡Dolor de los dolores; no poder agotar/ los sollozos que intentan por doquiera brotar!”
Los escritores deberían (ellos) tirar a la basura la idea de la gloria intrínseca de ser un poeta maldito junto con su edición de las “Cartas a un joven poeta” de Rilke y dedicarse a escribir sin preocuparse por no ser etiquetado. Esa es la despreocupación por las etiquetas. He dicho.
Para los que de todas maneras quieren gozar de fascinación por los ángeles caídos dejo aquí mi poema favorito de Marcelina Desbordes-Valmore, otro de Rimbaud, y un link a un sitio enfocado a este tipo de escritores de culto.
Marceline Desbordes-Valmore (1786-1859)
« Les roses de Saadi »
J'ai voulu ce matin te rapporter des roses ;
Mais j'en avais tant pris dans mes ceintures closes
Que les noeuds trop serrés n'ont pu les contenir.
Les noeuds ont éclaté. Les roses envolées
Dans le vent, à la mer s'en sont toutes allées.
Elles ont suivi l'eau pour ne plus revenir ;
La vague en a paru rouge et comme enflammée.
Ce soir, ma robe encore en est tout embaumée...
Respires-en sur moi l'odorant souvenir.
Arthur Rimbaud (1854-1891)
« Le dormeur du val »
C'est un trou de verdure où chante une rivière,
Accrochant follement aux herbes des haillons
D'argent ; où le soleil, de la montagne fière,
Luit : c'est un petit val qui mousse de rayons.
Un soldat jeune, bouche ouverte, tête nue,
Et la nuque baignant dans le frais cresson bleu,
Dort ; il est étendu dans l'herbe, sous la nue,
Pâle dans son lit vert où la lumière pleut.
Les pieds dans les glaïeuls, il dort. Souriant comme
Sourirait un enfant malade, il fait un somme :
Nature, berce-le chaudement : il a froid.
Les parfums ne font pas frissonner sa narine ;
Il dort dans le soleil, la main sur sa poitrine,
Tranquille. Il a deux trous rouges au côté droit.
Blog “Insólitos”: http://insolitosjp.blogspot.com/
Libro “Los poetas malditos” http://poetes.com/textes/ver_poemau.pdf
Costumbres del ojo 21 ┇ Un poema de amor en dos lenguas
Un poema de amor en dos lenguas
Cocína indígena del sur de la isla
oficios de pereza,
tórrido mundo pequeño
que se impregna al contacto.
Ya se me había olvidado todo:
el baño que gotea, las comidas copiosas,
los ruidos que trepan con las ansias de esta ciudad.
Quiero decir olvido y abandono
de lo que pasa en pro de lo que queda,
pero este era un poema de amor,
del amor de tus manos por mis ojos
y se volvió banal, rimado, rumoroso.
A la postre no sé lo que seremos,
caricias en el polvo,
muerte muerta,
así que dejaré la pluma y volveré a la cama.
Cocína indígena del sur de la isla
oficios de pereza,
tórrido mundo pequeño
que se impregna al contacto.
Ya se me había olvidado todo:
el baño que gotea, las comidas copiosas,
los ruidos que trepan con las ansias de esta ciudad.
Quiero decir olvido y abandono
de lo que pasa en pro de lo que queda,
pero este era un poema de amor,
del amor de tus manos por mis ojos
y se volvió banal, rimado, rumoroso.
A la postre no sé lo que seremos,
caricias en el polvo,
muerte muerta,
así que dejaré la pluma y volveré a la cama.
martes, 7 de diciembre de 2010
Costumbres del ojo 20 ┇ De libros, listas y consumo cultural
Hoy que en Territorio Liberado hablamos de los libros más vendidos de este año, podemos revisar rápidamente cuáles son los mejores libros de todos los tiempos de acuerdo con una lista que publicó el diario inglés The Guardian.
La lista comprende las preferencias de 100 escritores de 54 países, está en orden alfabético, y el único libro que aparece en el tope de la lista es Don Quijote.
Ya que la lista está elaborada en este año, y dado que los escritores somos (o deberíamos ser) lectores profesionales, podemos ver la relación entre lo que consume el gran público y lo que lo que los escritores consideran (consideramos) modelos literarios.
En realidad hacer listas es una de mis pasiones, casi tan fuerte como el masoquismo: no he leído ni siquiera lo que he leído, pues lo que cuenta es el País de las Letras que me tiene vetada la entrada hasta nuevo aviso. Para entonces, habrá nuevas glorias recién escritas, y nuevos clásicos debidos a la expansión del canon occidental para incluir a cada vez más autores de todo el mundo.
Yo comentaré aquí brevísimamente los pocos libros que conozco.
1. Chinua Achebe, Nigeria, (b. 1930), “Todo se desmorona”. Ni idea, pero dicen que es la respuesta africana a “El corazón de las tinieblas” y que es el primero de una serie que aborda de manera genial la colonización y la descolonización de África. Habrá que leerlo.
2. Hans Christian Andersen, Dinamarca, (1805-1875), “Cuentos”. Son mejores de lo que parecen, sobre todo “La reina de las nieves”.
3. Jane Austen, Inglaterra, (1775-1817), “Orgullo y prejuicio”. Uno de los libros más “visibles” y el antecedente directo de la cursilería contemporánea, no tiene sin embargo nada de cursi, sino todo lo contrario. Es la visión más descarnada y racional de los roles femeninos en una sociedad donde los sentimientos eran considerados moneda de cambio.
4. Honoré de Balzac, Francia, (1799-1850), “Papá Goriot”. O como decimos en México… “La Neta”. Quiero renacer en la rechoncha persona de Balzac para poder escribir este libro y “La piel de Zapa”.
5. Samuel Beckett, Irlanda, (1906-1989), Trilogía: “Molloy”, “Malone muere”, “El innombrable”. La verdad, yo prefiero “Esperando a Godot”, esta trilogía se me atora.
6. Giovanni Boccaccio, Italia, (1313-1375), “El Decamerón”. El padre de todos los marcos narrativos europeos es este libro escapista, deleite de refugiados de la Muerte Negra.
7. Jorge Luis Borges, Argentina, (1899-1986), “Ficciones”. El que conozca un escritor más influyente para en la literatura contemporánea, que tire la primera piedra.
8. Emily Brönte, Inglaterra, (1818-1848), “Cumbres borrascosas”. Diría que es la madre de todos los melodramas truculentos posteriores, pero creo que parte de su encanto es que es absolutamente irrepetible.
9. Albert Camus, Francia, (1913-1960), “El extranjero”. Si alguien piensa en The Cure, lo busco y le pego un tiro. Este libro inventó la identidad del ser humano en el siglo XX.
10. Paul Celan, Rumania/Francia, (1920-1970), “Poemas”. Gulp. Gulp. Gulp. Casi no conozco la poesía de Celan, considerado el más grande poeta en alemán de la segunda mitad del siglo XX. La traducción de José Luis Reina Palazón se ganó el Premio Nacional a la mejor traducción literaria de 1999 en España.
11. Louis-Ferdinand Celine, France, (1894-1961), “Viaje al fin de la noche”. Otro vacío en mi biblioteca, que por algún prejuicio, del que no soy consciente, no me apura tanto.
12. Miguel de Cervantes Saavedra, España, (1547-1616), “El ingenioso Hidalgo Don Quijote de La
Mancha”. ¿Qué decir de la primera novela moderna europea que no hayan dicho ya todos los grandes críticos del mundo?
13. Geoffrey Chaucer, Inglaterra, (1340-1400), "Los cuentos de Canterbury". El padre del inglés moderno describió prácticamente todos los estamentos de la sociedad inglesa empleando todas las técnicas literarias habidas en su tiempo. No me canso de leerlo.
14. Anton P. Chéjov, Rusia, (1860-1904), “Cuentos”. Mi favorito es “La Mariposa”, personaje con el cual identifico a tanta gente… incluido yo.
15. Joseph Conrad, Polonia/Inglaterra, (1857-1924), “Nostromo”. Conrad es mi más grande reto, pero me esperaré para tener el nivel de inglés necesario para entenderlo (los pretextos que uno se inventa…).
16. Dante Alighieri, Italia, (1265-1321), "La Divina Comedia". El libro que inventó la literatura moderna europea contiene más humor del que nadie se imagina en nuestros días.
17. Charles Dickens, Inglaterra, (1812-1870), "Grandes esperanzas". Sólo he visto la película de mi compatriota Alfonso Cuarón, con una actuación maravillosa de Anne Bancroft. Lo que no justifica que sea un pasmarote y no haya leído la novela, of course.
18. Denis Diderot, Francia, (1713-1784), "Jacques el fatalista". Chale, y eso que estudié letras francesas. Tache.
19. Alfred Doblin, Alemania, (1878-1957), "Berlin Alexanderplatz". No llegué ni a la serie de televisión de Fassbinder…
20. Fyodor M Dostoievski, Rusia, (1821-1881), "Crimen y castigo"; "El Idiota"; "Los demonios"; "Los hermanos Karamazov". Pues sí, como les iba yo diciendo… nada más he leído “Crimen y castigo”.
21. George Eliot, Inglaterra, (1819-1880), “Middlemarch”. George Elliot… George Elliot… esto es una humillación pública, caray.
22. Ralph Ellison, Estados Unidos, (1914-1994), "El hombre invisible". No es la de novela de H.G. Wells que leí en mi adolescencia, sino la Bildungsroman de un afroamericano que se siente socialmente invisible.
23. Eurípides, Grecia, (c 480-406 BC), “Medea”. Otra obra que es necesario ver representada para sentirla. O filmada: la versión de Pasolini con María Callas es gloriosa, aun si se refiere más al mito que a la tragedia euripidiana.
24. William Faulkner, Estados Unidos, (1897-1962), “Absalom, Absalom”; “El ruido y la furia”. Si hay un autor que encarne el modernismo en Estados Unidos, es él. Todos lo veneramos, pocos lo leemos.
25. Gustave Flaubert, Francia, (1821-1880), “Madame Bovary”; “Una educación sentimental”. "Mi pobre Bovary sufre y llora en veinte aldeas de Francia" dijo Flaubert, y se quedó corto. Madame Bovary es una obra maestra de la misoginia internalizada, que por desgracia sigue vigente en programas tan “brillantes” como “The Real Housewives of Orange County”.
26. Federico Garcia Lorca, España, (1898-1936), “Baladas gitanas”. Tan poeta como dramaturgo,
a mí se me han quedado más “La casa de Bernarda Alba” y las “Bodas de Sangre”: “Me mojé las manos de sangre y me las lamí con la lengua. Porque era mía. Tú no sabes lo que es eso. En una custodia de cristal y topacios pondría yo la tierra empapada por ella”.
27. Gabriel García Márquez. Colombia, (b. 1928), “Cien años de soledad”; “El amor en los tiempos del cólera”. Por un largo tiempo estuve peleado con estos libros, tal vez porque adopté prejuicios ajenos. Ahora pienso que tienen el doble valor de representar su tiempo (de manera totalmente realista), y de desbordarse hacia confines literarios y lingüísticos muy lejanos, pero no tanto que no podamos cruzarlos a nado.
28. “Gilgamesh”, Mesopotamia (c 1800 BC). Si lo leí alguna vez, lo juro, pero si lo leyera de nuevo ahora, sería otro libro.
29. Johann Wolfgang von Goethe, Alemania, (1749-1832), “Fausto“. Para “Fausto“, el de Marlowe. Lo mejor de Goethe está para mi gusto entre “Las afinidades electivas” y “Las cuitas del joven Werther”.
30. Nikolai Gogol, Rusia, (1809-1852), “Almas muertas”. Ahh, aquí sí puedo decirles con toda confianza que lo leí, lo gocé, me reí, aprendí y más. Un gran libro, una sátira benigna y el espejo del alma rusa.
31. Gunter Grass, Alemania, (b.1927), “El tambor de hojalata”. Como Faulkner, retrata los modismos lingüísticos de la zona que describe. Me espero para espero para leerlo en alemán. Algún día.
32. Joao Guimaraes Rosa, Brasil, (1880-1967), “Gran Sertón: Veredas”. ¿Soy yo o hay menos traducciones de las que debería haber de literatura brasileña en México? Yo me quedo, seguramente por ignorante, con “Doña Flor y sus dos maridos” de Jorge Amado.
33. Knut Hamsun, Noruega, (1859-1952), “Hambre”. Bueno, no leí este, pero sí otro libro excelente sobre un vagabundo que iba de pueblo en pueblo trabajando, titulado “Bajo las estrellas de otoño”.
34. Ernest Hemingway, Estados Unidos, (1899-1961), “El Viejo y el mar”. ¿Really? No sé. Pero el inglés nunca volvió a ser el mismo. Se volvió clarísimo, casi telegráfico.
35. Homero, Grecia, (c 700 BC), “La Ilíada” y “La Odisea”. Hay gente que vuelve a ellos cada
año. Yo no. Pero son ineludibles. Si uno es de un extraño lugar donde no se lean, debería leerlos para poder entender el mundo actual y buena parte de sus derivaciones mitológico-literarias, de “Ulysses” de Joyce a “Omeros” de Walcott.
36. Henrik Ibsen, Noruega (1828-1906), “La casa de muñecas”. Ya la leí, ya la vi, ya sufrí, ya reí, y creo que se pondrá de moda de nuevo hasta el próximo siglo.
37. “El libro de Job”, Israel. (600-400 BC). Este libro y el “Cantar de los cantares” son, para mí, lo mejor del “Viejo Testamento”. ¿Quién los habrá escrito?
38. James Joyce, Irlanda, (1882-1941), “Ulysses”. Hay hasta el día “Bloomsday”, y no hay quien no sepa de qué se trata. Es sobre un tipo que se despierta convertido en cucaracha, ¿no?
39. Franz Kafka, Bohemia, (1883-1924), “Cuentos completos”; “El proceso”; “El Castillo”. En mi casa no había libros de Kafka porque decían que estaba loco, (¡puritanos ateos!) y porque además basta con vivir en México y hacer un trámite sin simplificación administrativa para vivirlo sin necesidad de leerlo.
40. Kalidasa, India, (c. 400), “Śakuntalā”. Con ese nombre, debe de ser un libro bellísimo.
41. Yasunari Kawabata, Japón, (1899-1972), “El rumor de la montaña”. Justo ese no lo he leído, pero “Lo bello y lo triste” fue para mi adolescencia lo que son hoy los libros de Stephenie Meyer para muchas (y muchos) adolescentes.
42. Nikos Kazantzakis, Greece, (1883-1957), “Zorba el griego”. Pues sé que hay un musical…
43. D.H. Lawrence, Inglaterra, (1885-1930), “Hijos y amantes”. Hace mucho había una película cuasi soft porno basada en “El amante de Lady Chatterly”, así que no sabía que pensar. Luego leí “Mujeres enamoradas”, y me desesperaba la Importancia Que Tenía Cada Palabra Y Cada Sentimiento De Cada Personaje… pero al leerlo en voz alta, me di cuenta de que cada frase era gloriosa. Así que éste definitivamente sí está en mi lista de pendientes a corto plazo.
44. Halldor K. Laxness, Islandia, (1902-1998), “Gente independiente”. Islandia es una isla muy al norte del mundo, llena de volcanes, donde una cantante chiquitita llamada Björk es el principal producto de exportación. Pero bueno, a lo mejor con la saga de moda sobre la chica del tatuaje del dragón se pone de moda encontrar joyas nórdicas ignotas.
45. Giacomo Leopardi, Italia, (1798-1837), “Poesía completa”. Uno de los grandes genios de la humanidad y gloria del Romanticismo más pesimista, que merecería ser mucho más leído.
46. Doris Lessing, Inglaterra, (b.1919), “El cuaderno dorado”. Otro hueco en mi lista y en mi
biblioteca.
47. Astrid Lindgren, Suecia, (1907-2002), “Pippi Medias largas”. Pues no, pero había una serie animada sobre esta, la niña más fuerte del mundo… ¿Y dónde quedó Selma Lagerlöf y el maravilloso viaje de Niels Holgersson montado sobre un ganso?
48. Lu Xun, China, (1881-1936), “Diario de un loco y otras historias”. La literatura china era canónica en la parte Este del mundo, y alguien muy valiente debería hacer una cruzada para darla a conocer.
49. Mahabharata, India, (c 500 BC). Otro clásico indio. El peso de tanta literatura épica es casi tan grande como el de mi ignorancia.
50. Naguib Mahfouz, Egypt, (b. 1911), “Hijos de nuestro barrio”. Pues no he leído a Nagub Mahfouz, quien por lo que veo fue un escritor prolífico y venerado. Las películas basadas en sus libros, por otra parte, no son muy invitantes (“El callejón de los milagros”, “Principio y fin”).
51. Thomas Mann, Alemania, (1875-1955), “Buddenbrook”; “La montaña mágica”. Creo que la mayoría conoce más al pobre profesor pederasta en potencia de “Muerte en Venecia”. Pero son libros ineludibles para entender el siglo XX.
52. Herman Melville, Estados Unidos, (1819-1891), “Moby Dick”. Otro clásico mucho más comentado que leído en nuestras latitudes. Y en las de arriba.
53. Michel de Montaigne, Francia, (1533-1592), “Ensayos”. Le tomó una vida escribirlos, así que tenemos toda una vida para leerlos. En francés, con el diccionario de latín al lado. Los highlights no valen la pena.
54. Elsa Morante, Italia, (1918-1985), “Historia”. ¿Elsa Morante? ¿En serio? No Carlo Emilio Gadda. Elsa Morante. ¿Quién hizo esta lista?
55. Toni Morrison, Estados Unidos, (b. 1931), “Amada”. Elegida y elogiada por todos y todas como La Voz de los Estados Unidos, quería escribir novelas como Ella Fitzgerald y Nina Simone cantaban canciones. Para muchos lo logró. Yo sigo esperando la oportunidad para comprobarlo.
56. Shikibu Murasaki, Japón, (N/A), “La novela de Genji” Ya terminé la primera parte, pero no me alcanzó para la segunda, pues las ediciones de Atalanta son carísimas, así que sólo puedo decirles que la primera mitad es una de las mejores primeras mitades de la historia de la literatura. Y la primera novela psicológica, mientras no se descubran las joyas literarias perdidas de Mesopotamia, o Laos, o algo así.
57. Robert Musil, Austria, (1880-1942), “El hombre sin atributos”. Y yo, que sí creo haberla leído, soy El hombre sin memoria.
58. Vladimir Nabokov, Rusia/Estados Unidos, (1899-1977), Lolita. Pues el nombre ya se volvió una palabra de uso corriente. Además de dos películas exitosas. Nabokov es una de las mejores importaciones estadounidenses del siglo XX.
59. Njaals Saga, Islandia (c 1300). Una saga sobre la inteligencia en la islandia medieval. Islandés sí no voy a aprender en mucho tiempo...
60. George Orwell, Inglaterra, (1903-1950), “1984”. No era ciencia ficción, era más bien una obra política visionaria, un poco como la obra de Swift. Ja, no es cierto, no tengo idea, sólo he leído un panfleto sobre el idioma inglés y como ha decaído.
61. Ovidio, Italia, (c 43 BC), “Las metamorfosis”. Otra obra que debemos leer más, no por su innegable estatura de clásico, sino por su cercanía con nosotros. Hay una versión de Ted Hughes.
62. Fernando Pessoa, Portugal, (1888-1935), “Libro del desasosiego”. Pues yo he creo que “Tabaquería” es ya una de esas obras, como “La tierra gasta”, que ha alcanzado un estatus de ícono cultural. Gran poema.
63. Edgar Allan Poe, Estados Unidos. (1809-1849), “Cuentos completos”. Uno de los pocos escritores que sí es tan leído como influyente.
64. Marcel Proust, Francia, (1871-1922), “En busca del tiempo perdido”. Y pensar que André Gide no quiso publicarlo en Gallimard porque pensó que era una especie de cronista de sociales.
65. Francois Rabelais, Francia, (1495-1553), Gargantua y Pantagruel. Desde Rabelais, la literatura francesa no ha vuelto a ser la misma. Por su verbosidad, por su humor, por su sabiduría, por su poder. Ahora la distancia los hace menos instantáneamente divertidos, pero si logramos brincar la barda, son para tirarse al piso y retorcerse.
66. Juan Rulfo, México, (1918-1986), Pedro Páramo. Aquí si no hay pretexto que valga. A leer. Sólo tiene este y “El llano en llamas".
67. Jalal ad-din Rumi, Afghanistan, (1207-1273), “Mathnawi”. (Volteo discretamente hacia otro lado).
68. Salman Rushdie, India/Inglaterra, (b. 1947), “Hijos de la medianoche”. Su bella esposa dirige un reality show de chefs, ¿sabían?
69. Sheikh Musharrif ud-din Sadi, Iran, (c 1200-1292), “El huerto”. Aquí es donde uno reconoce humildemente su eurocentrismo y casi se retira.
70. Tayeb Salih, Sudan, (b. 1929), “Season of Migration to the North”. O aquí…
71. Jose Saramago, Portugal, (b. 1922), “Ensayo sobre la ceguera”. Pues todavía no lo leo, pero es tan popular que probablemente para cuando llegue a él ya habrá sido editado en una versión buena y muy barata.
72. William Shakespeare, Inglaterra, (1564-1616), “Hamlet”; “King Lear”; “Othello”. Sí, sí y sí. (Ufff). Y hasta “Macbeth”, y “Romeo y Julieta”, y “La tempestad”. La que no, por otra parte, es “Ricardo II”, que tal vez sea la mejor desde el punto de vista poético.
73. Sófocles, Grecia, (496-406 BC), “Edipo rey”. Cuando Michel Foucault escribió su conferencia “¿Qué es un autor?” y mencionó a los generadores de discursividad, probablemente tenía en mente fenómenos como el “complejo de Edipo” de Freud.
74. Stendhal, Francia, (1783-1842), “Rojo y negro”. Por si alguien no lo sabe, Stendhal dedicó su obra a los “happy few” (que hasta yo he copiado para mi ficha biográfica en esta columna), pues sabía que sus libros eran la hostia consagrada y de una modernidad apabullante.
75. Laurence Sterne, Irlanda, (1713-1768), “Vida y opiniones de Tristram Shandy”. Un libro más que queda en mi lista de pendientes por leer muy pronto.
76. Italo Svevo, Italia, (1861-1928), “La conciencia de Zeno”. Joyce lo aclamó. Se le estudia en los cursos de literatura. Tiene denominación de origen. (No, no lo he leído, gracias).
77. Jonathan Swift, Irlanda, (1667-1745), “Los viajes de Gulliver”. Divertidos, geniales, actuales. Pero casi prefiero “Una modesta propuesta” (para acabar con el hambre en Irlanda devorando bebés).
78. Leo Tolstoy, Rusia, (1828-1910), “La Guerra y la Paz”; “Anna Karénina”; “La Muerte de Iván Ilich y otras historias”. Ok, reconozco que de estos sólo he leído “Anna Karénina”, pero a mi favor puedo decir que también leí “Resurrección” y es gloriosa. ¿A ver?
79. “Las mil y una noches”. India/Iran/Iraq/Egypt, (700-1500). Mi libro favorito. Antes de que en Europa escribieran Bocaccio y Chaucer, antes de que se pusieran de moda los cuentos populares, existía ya este gigantesco y variopinto grupo de relatos, a cual más apasionante. Es como cuando en Europa te ponían sanguijuelas para curarte la peste y en Egipto había hospitales con pabellones separados con agua corriente y tratados de anatomía.
80. Mark Twain, Estados Unidos, (1835-1910), “Las aventuras de Huckleberry Finn”. Sí, es grande, pero he oído decir que sus libros “para adultos” son incluso mejores.
81. Valmiki, India, (c 300 BC), “El Ramayana”. Y dale con las epopeyas que no he leído. Grrr.
82. Virgilio, Italia, (70-19 BC), “La Eneida”. Sólo los romanos pudieron inventarse una genealogía que venía desde los perdedores de una guerra y salirse con la suya.
83. Walt Whitman, Estados Unidos, (1819-1892), “Hojas de hierba”. Otro poeta tan bueno como leído. “En el jardín de enfrente de una vieja casa, junto a la cerca blanca,hay un arbusto grande de lilas con sus hojas en forma de corazón verde brillante,lleno de puntiagudos capullos delicados, con el perfume firme que amo, cada hoja un milagro - Y de este arbusto con sus capullos delicadamente coloreados y las hojas en forma de corazón verde brillante,corto una rama con su flor".
84. Virginia Woolf, Inglaterra, (1882-1941), “Mrs. Dalloway”; “Al faro”. Si alguien duda de que las mujeres sean tan buenas escritoras como los hombres (estilo Luis González de Alba) su condena en el purgatorio debería ser oír las obras completas de Virginia Woolf. Seguro que así se redime y llega al cielo.
85. Marguerite Yourcenar, Francia, (1903-1987), “Memorias de Adriano”. Les juro que no estaba en el programa de literatura francesa del siglo XX cuando yo estudié la carrera. Shame on me!
Costumbres del ojo 19 ┇ Relatillos y relatores
1. En un rincón de la colonia Narvarte de cuyo nombre no quiero acordarme, vivía un músico metido a actor de teatro que se creía muy gracioso. Este era uno de sus chistes favoritos:
“–Pregúntame cuál es secreto de mi éxito como comediante. –¿Cuál es el secreto de tu éxito como c...? –¡Timing!”
La verdad, me reía mucho al oírlo, tanto que lo recuerdo perfectamente. La velocidad, la instantaneidad y la frescura son valores teatrales, pero también retóricos.
Ya habló de eso Ítalo Calvino en sus "Seis propuestas para el próximo milenio" (en realidad 7 conferencias que iba a dictar), al contar la historia del Chuang Tzu, pintor chino de cangrejos que quería un palacio con sirvientes y cinco años para hacer su trabajo, y que después de una prórroga por el mismo tiempo dibujó en un solo trazo de tinta el cangrejo más perfecto jamás dibujado. Lo mismo podría decirse del primer gran humanista universal que dio Europa, Erasmo de Rotterdam:Escribió su "Elogio de la locura" (o de la estulticia, como prefieran) en un único gesto continuado por siete días, como el cangrejo de Chuang Tzu. Pero primero tuvo una vida entera para convertirse en quien era.
La rapidez, sin embargo, es sólo eficaz si se acelera con precisión. Debe ser certera y no borrosa, por eso es que funciona tan bien en un chiste.
Pero la brevedad no necesariamente tiene que ver la rapidez. Nada menos rápido que ese otro cuento ultra célebre de Augusto Monterroso sobre el que despertó, y el dinosaurio. Es en realidad una rendijilla por la que se cuela la historia, mucho más grande. Otro ejemplo de esta literatura del mundo que se deja ver por una resquicio es este haikú del escritor peruano Javier Sologuren: “La tinta en el papel./ El pensamiento/ deja su noche.
Acá ya estamos entrando en otro terreno. Calvino, como buen escritor analítico, prefería en realidad la precisión a cualquier otro valor literario. Pero en muchos casos la brevedad no tiene que ver necesariamente con la precisión, aunque esta nos guste. ¿Qué más vago que este otro haikú de Basho que dice literalmente “Pino hongo/ignorancia hoja del árbol/adherencia?” John Cage propone dos versiones: “Lo desconocido/une/ hongo y hoja” y “¿Qué hongo? ¿Qué hoja?”
Ahora Umberto Eco defiende el sentido literal, pero hubo un tiempo en que defendía a toda costa la polisemia y la apertura de los textos como características intrínsecas, es decir, la vaguedad a todo lo que da.
De hecho, hay quien dice que la vida de los géneros literarios ocurre a partir de la tensión entre la violación entre unas formas establecidas y el respeto a esa misma herencia, que permite la inteligibilidad.
Eso es lo que ocurre tal vez con la literatura escrita en twitter. Se dicen tantas cosas sobre el interés que generan los relatos, microrelatos, minirelatos, y demás historias en miniatura, que uno pensaría que hay una explosión demográfica de narradores. Pero no, lo que hay es un montón de escritores de aforismos, pensamientos, reflexiones, sentencias, máximas, refranes, frases ingeniosas, o poemas cortísimos, generalmente en prosa.
Los verdaderos relatos cortos, con una situación inicial, desarrollo y cambio de la mentada situación, son casi imposibles de encontrar. Y no tiene por qué ser de otra forma. Esperemos el advenimiento de nuevas combinatorias exclusivas, y luego, por favor, su decadencia.
2. De pronto me volví mucho más voraz: de tiempo, de emociones, de experiencias. Quiero vivir cada momento lleno, me aburre el vacío y me canso, me alejo, abandono. Será que ya viví demasiado tiempo creyendo y esperando. Ahora paso por todo con esperanza pero con menos ansiedad. Lo que doy no me vacía, me equilibra como una compuerta.
lunes, 15 de noviembre de 2010
Costumbres del ojo 18 ┇ Una carta a la muerte posible
Ver en Territorio liberado
Una carta a la muerte posible
Buscando en mis fuentes de inspiración para este día de calaveras (o sea, en lecturas y escritos previos, que confirman la vieja frase de que la inspiración es 90 por ciento trabajo), me encontré con este viejo texto, que nunca había publicado y ahora comparto con ustedes porque, aunque no es una "calavera", si se dirige a la muerte en primera persona:
Mi dedo recorre, parsimonioso, tu imagen tendida sobre la mesa. En mis ojos revolotean palomas, pero en mis orejas anidan cuervos. ¿Conoces el olor acre del miedo? ¿La garra larga de la duda? El oráculo habla del tiempo de la preponderancia de lo pequeño, de espera, de modestia.
Se ha hecho otra vez peine el viento entre los árboles del parque, engalana las calles su aliento perfumado, el aliento de Mercurio. Pasea leve sobre el brillo de las cosas ¡Qué vértigo es este, incoloro, que muerde la tristeza!
Nombres de frutas minúsculas rezuman mis encías, cárdenas huellas bajo la luz noble del recuerdo, retruécano de la madrugada, cuando el silencio no es himno todavía.
Miro sobre tu hombro el aire enrarecido que la niebla parda se ha dejado, lenta, entrar en el remolino de lo que te pasará de largo. ¿Cuánto tarda el silencio en caer, en hacerse sólido?
Si debo ser en qué la voz del aliento renegado, una gota terca puede recorrer horizontalmente tu boca, filo de la desgana.
Ahora quieres erigirte en el nombre de todos mis fantasmas; te sientes merodeador. Crees tenerme a tu merced en cada vello erizado. Fluyes por mis venas, las anudas, en ellas escribes el palimpsesto indeleble del miedo. Caridbis anida en mi garganta, sorbe toda la arena del antiguo mar en cada bocanada. Medusa brilla metálica en mis ojos (no sé qué es, pero duele).
Me reconoces bajo los reflectores y balbuceas el santo y seña. Tu cuerpo enroscado, tu lengua partida en dos y tus escamas imitan mal la noche.
¿Qué sentencia dictaste, que transfigura mi carne en carroña en tus ojos huidizos? ¿Qué me ronroneas al oído, rostro blanco?
Imagen en su contexto original
Costumbres del ojo 17 ┇ En busca de la vanguardia [inconsciente] perdida
Ver en Territorio liberado
En busca de la vanguardia [inconsciente] perdida
Como si fuera tan fácil. “Amor es nunca tener que pedir perdón” (algo que no cree ni Angélica María en su época estelar) pero Nathalie Sarraute sabe que la vida es más a la Bergman en Fanny y Alexander, « L’atmosphère épaisse dans laquelle ils vivaient toujours les entouraient ici aussi, s’élevait d’eux comme une lourde et âcre vapeur. » que la familia representa dolor, « Ils le prenaient et le trituraient, le retournaient en tous sens, se roulaient sur lui, se vautraient » que para los demás es casi tan doloroso como para nosotros existir, que vamos a quedarnos en las etapas anteriores, antes de decirlo, de decírnoslo, de analizarlo e interiorizarlo, de transformar las frases hirientes en materia creativa : «Il allait continuer, sans pitié, sans répit : « Dover, Dover, Dover ? Hein ? Hein ? Thackeray ? Hein ? Thackeray ? L’Angleterre ? Dickens ? Shakespeare ? Hein ? Hein ? Dover ? Shakespeare ? Dover ? »
Ay dolor ya me volviste a dar, pues ya llegó, llegó el instante crucial reproducido hasta el infinito, porque no gritamos, somos seres civilizados « Il ne pouvait pas leur échapper. Il ne pouvait que tourner vers eux poliment les deux faces lisses de ses joues, l’une après l’autre, pour leur baiser. », decimos al ladrón, ooom, nunca la situación, mi padre está muerto, maldito culpable, no sabes hacerte responsable de tu vida, no eres capaz de darte cuenta de que comer y pensar, pensar y cuestionar, te hacen ya el ser privilegiado que tanto querrías haber sido, decimos en cambio, no ahora, desde luego, por favor, espera, un momento antes de atacar, como todos, no antes, déjame asimilarlo, mamá estoy solo, seguiré tu herencia de abuso, seré la víctima vengadora:
« Mais il savait aussi que c’était probablement une impression fausse. Avant qu’il ait le temps de se jeter sur eux –avec cet instinct sûr, cet instinct de défense, cette vitalité facile qui faisait leur force inquiétante, ils se retourneraient sur lui et, d’un coup, il ne savait comment, l’assommeraient.»
« Tropismes » (1939), de Nathalie Sarraute, es la carne viva de la ficción, se dice tanto que no es el individuo el que escribe, Anna Ajmátova recibe dictado al oído, Marguerite Duras habla de movimientos interiores desconocidos, Rilke preconiza que no se debe escribir a menos que sea indispensable para la vida. Pero en el momento de la escritura, al revelar su fuero interno, hay un salto de regreso al mundo, el escritor utiliza de éste sus paradigmas lingüísticos, narrativos y descriptivos. En cambio, en Tropismos, Sarraute se detiene a la mitad del camino y cava para hallar la fuente intermedia, lo que no está dicho:
« Il sentait qu’à tout prix il fallait la redresser, l’apaiser, mais que seul quelqu’un doué d’une force surhumaine pourrait le faire, quelqu’un qui aurait le courage de rester en face d’elle ».
La materia prima de la manifestación de la mente, lo que hay entre el juicio puro y la significación volcada de regreso al mundo, puesta a la mejor distancia entre el trompe l’oeil conceptual, el palimpsesto perpetuo del género, de lo que se dice y por qué:
« Et bien ! Comment allez-vouz donc ? » il oserait cela. « Eh bien ! Comment vous portez-vous ? il oserait le lui dire –et puis il attendrait. Qu’elle parle, qu’elle agisse, qu’elle se révèle, que cela sorte, que cela éclate enfin –il n’en aurait pas peur.»
Es el paso entre el automatismo psíquico puro, en tanto que necesidad del inconsciente expresado, y lo que deriva del cerebro reptílico. Los tropismos representan una forma de adaptación fisiológica a las condiciones variables del medio. Esta adaptación es fundamental para las plantas, organismos que no pueden desplazarse.
Es vanguardia en el sentido de creer en la posibilidad de un alejamiento del yo en tanto que heredero de formas expresivas sentimentales, es el que las novedades formales se deriven de la investigación en vez de ser su punto de partida. Si lo que va a hablar no tiene voz, ¿dónde poner el punto de vista, el narrador, como caracterizar a los personajes? ¿Dónde comienzan y terminan el discurso, el texto, la anécdota?
El único indicio que nos permite (al revés de los cuentos populares, que excluyen por definición la noción de autor) situar los Tropismos en un tiempo y un espacio exteriores a su propia existencia, es el trabajo de análisis y clasificación de Sarraute, que se apersona, define que sus textos son prosa o poesía, que corresponden a una intención o al menos a una tentativa, terminación “ismos” incluida.
Imagen en su contexto original
viernes, 12 de noviembre de 2010
Costumbres del ojo 16┇El infierno y otros lugares de violencia simbólica
Ver en territorio liberado
Hay algunos lugares en los que he estado que existen en una realidad alternativa pero tan posible como la que privilegiamos todos los días. En esos lugares hay frío, calor, miedo, alegría, hambre, sed, dolor, amor, odio, tristeza, sabiduría, miseria y todo un espectro de emociones parecidas o distantes de aquéllas con las que estamos acostumbrados a convivir.
Sólo en raras ocasiones he estado allí, y sólo en muy raras ocasiones han sido lugares realmente alejados de mi mundo. Por lo general se trata de versiones un poco diferentes de mi ciudad, de mi casa y de mi vida. Pero son reales. Por eso es posible describirlos, por eso después de visitarlos el cuerpo duele, o la cabeza, o las emociones han sido alteradas, y la puerta de comunicación permanece abierta mientras dura su memoria. ¿Qué pasará con los lugares así que siempre recuerdo? ¿Se volverán algo más que ese recuerdo, cobrarán de nuevo vida? ¿O simplemente marcan mi vida actual y me hablan de ella?
Hay pocos de esos lugares a los que me gustaría volver: la mayoría son aterradores, contrarios a mi propia actitud neuróticamente preocupada por la justicia y la paz. Uno de los ellos se parecía mucho a la película “Tron”. Era un laberinto de luces de neón a través del cual yo corría en patines tratando de escapar de una bruja, y sabía que si la bruja lograba alcanzarme, me iría al infierno, pero si no lo hacía, me iría al cielo (aunque no sabía lo que había en esos dos lugares).
Otro de esos lugares es un departamento al que por fortuna nunca he vuelto. Se trataba de cuatro cuartos, cada uno comunicado por puertas con dos cuartos adyacentes, formando un cuadrado. Yo estaba en uno de los cuartos y un asesino trataba de entrar con un cuchillo enorme para matarme. Si lograba yo cerrar una de las puertas, él podía cruzar el tercer cuarto y llegar a la otra puerta, así que tenía que vigilar las dos. El asesino me acechaba con calma, con la certeza de su victoria, y se divertía mucho. Después de varios intentos logró entrar, pero yo salí de ese mundo y volví a éste, y no he vuelto nunca.
Ayer en cambio sí volví a un lugar conocido que podría describir con todo detalle. Es un edificio cuya entrada está en una zona envejecida de la ciudad de México. Ha sido remodelado de manera que parece casi lindo desde la entrada, pero en realidad es muy incómodo, lleno de escaleras peligrosas, mal moduladas, algunas añadidas recientemente y otras deplorablemente viejas. El edificio es fácil de recorrer, pero el cansancio del recorrido es desproporcionado. Tal vez sea así porque está en otro mundo, y el camino de ida y vuelta, que parece un abrir y cerrar de ojos, es en realidad de longitud desconocida.
A veces el recuerdo que me ha quedado de esos lugares es sobre todo sensorial. Uno era un mar nórdico que navegué a bordo de un clíper, por el que llegué, entre islas de pastos y abedules inundados, a una ciudad opaca y fría, toda de mármol blanco. Otro era un mundo de colores brillantes y tersos en el que no me importaría vivir.
¿Donde se encuentran estos lugares, cómo se llega a ellos, cómo se sale de ellos? Mi puerta de entrada son sueños extraordinariamente vívidos, pero la interpretación de los sueños, su inducción, su interpretación y las repercusiones culturales que tienen son un tema de estudio en esencia inabarcable.
Para los budistas, como para Sartre, esos lugares, que muchos llaman infierno, purgatorio o cielo, son proyecciones de nuestros estados mentales. Sin embargo, la interpretación científica, psicoanalítica o simbólica poco importa al momento de considerarlos reales. ¿Y quién dice que no lo son?
Los sentidos, engañosos como pueden ser, son nuestra ventana al mundo, pero también lo es la imaginación. ¿De qué otra manera puede la gente que nunca ha visto ni oído comunicarse con el resto de nosotros? La mente es poderosa y aterradora. Sólo espero que las puertas a los mundos abiertos por Lewis Carrol, por San Brandán, por Tarkovski y por todos los que se atreven a describirlos no sean vínculos permanentes a otros tantos infiernos.
Imagen en su contexto original
jueves, 21 de octubre de 2010
Costumbres del ojo 15┇Lo que tengo que decir sobre la repetición
Ver en Territorio Liberado
Esta semana brotó por generación espontánea una columna, una torre, una cascada, un ramalazo de palabras. Rotas. Líneas rotas. Ideas pobladas de aristas, esclavas de formas desconocidas que retoñan como brugos en los encinos. Exploración de la misma idea, reflejo. Iteración, reiteración.
Palabras reiteradas, fórmulas, números reiterados, abrazo, gesto, abrazo, gesto, reiteración, amnesia, reiteración, repetición, salto hacia atrás, reiterativo, pasivo agresivo: tartamudo, aterido, robotizado, astado, encumbrado, adamantino. Azalea azulenca, cerúlea.
Allá, desde allá, desde donde la línea es una llama, horizonte de expectativas, hacia adelante, leit motiv, la rosa se hace un pétalo continuo, helicoidal, desgastado, atrapado en un movimiento perpetuo, anquilosado, tocado por la muerte mecánica de los reflejos a la fuerza, asintomático, disimulado, argentino, campaña y cetro, asta, adiós a las alas oída, trampa tan aburrida.
Fuimos a la reiteración, y venimos. Brotamos desde el rizoma, aguerridos por el número áureo, párvulo infinito en el ruido del mar que se nombra, sugerido.
Padre, padre, padre, me angustian tus influencias, tus patrones asmáticos, irrespirables. Allende el axioma me adentro, en la cueva bajo el árbol, en el manglar. A punto estará del regreso, a flor de labios, ala, lila, loa, la carpa de plástico sobrevive sin aire en el librero, estática, sofocada, una vez más.
Imagen original de www.inmanencia.net
domingo, 17 de octubre de 2010
Costumbres del ojo 14┇ La fantasía de la Europa unida y la auto regulación de las democracias liberales
Hace un par de días me enteré en una conversación de que Margaret Thatcher y François Mitterrand le pidieron a Gorbachov que no permitiera la reunificación de Alemania. Esta postura de los dos jefes de estado es exactamente la contraria a la que se hizo pública durante el fin de la Guerra Fría y arroja nueva luz sobre viabilidad de la Unión Europea. La razón era que si las dos Alemanias volvían a ser una sola, ese país sería una nueva potencia, que eventualmente sería la mayor de Europa, como de hecho sucedió. La reunificación, según la revista Der Spiegel, estuvo condicionada a la renuncia al marco y la aceptación de una moneda europea.
La conversación de la que hablo era parte de una discusión permanente más amplia sobre la idea de que el modelo democrático liberal tiende a auto regularse en pro del bien común, y sobre la eficacia de esa regulación. Los puntos álgidos de ese proceso, y por lo tanto de la discusión, ocurren cuando se descubre información clasificada como la que cité.
Otra información que se dio a conocer recientemente es que entre 1946 y 1948 el Servicio de Salud Pública estadounidense infectó y propició la infección con sífilis y gonorrea de 696 personas en Guatemala para estudiar el mecanismo de la infección y la posibilidad de usar la penicilina como profilaxis contra esas enfermedades. La investigación de Susan Reverby, de la Universidad de Wellesley, hizo que el gobierno estadounidense pidiera perdón de manera oficial al gobierno de Guatemala.
Independientemente de los hechos, el punto central es que el descubrimiento de Susan Reverby fue llevada a cabo en una universidad estadounidense, y que la secretaria de Estado de los Estados Unidos, Hillary Clinton, lejos de tratar de acallar la investigación, llamó personalmente a al presidente guatemalteco para pedirle perdón a Guatemala.
Si bien me parece excelente que en una sociedad transparente las atrocidades salgan eventualmente a la luz, es también cierto que el hecho de que salgan a la luz y se pida perdón o se castigue a los culpables no cambia el hecho de que en su momento fueran posibles y que alguien de un gobierno democrático ordenó o aprobó que se llevaran a cabo.
De la misma manera, el hecho de que pueda saberse que el presidente francés y la primera ministra británica trataron de impedir la reunificación de Alemania no hace sino destacar la contradicción entre el discurso político oficial y los hechos.
Lo primero que me pasó por la cabeza al hablar de este tema fue un cuento del escritor francés Alphonse Daudet titulado “La última lección”. El cuento narra, desde el recuerdo de un niño alsaciano, la última clase de francés antes de que Prusia impusiera el alemán como lengua oficial en Alsacia tras el Tratado de Frankfurt-am-Main de 1871, que devolvía esa provincia al dominio alemán.
El cuento invoca la nostalgia por la pérdida de un idioma natal (el francés), en una zona donde el protagonista es el pequeño Franz, y todos los otros personajes ostentan nombres alemanes. El relato se puede ver como una inteligente estrategia de manipulación nacionalista de Daudet (el cuento casi termina con la frase Vive la France!).
Un siglo y treinta y nueve años después, cuando se cuestionan acuerdos hechos en la ciudad alsaciana de Estrasburgo sobre la reunificación de Alemania, vale la pena revisar este cuento y las ideas y sentimientos que despiertan en el lector. El cuento destaca a la vez la estrecha conexión que existe entre las diferentes culturas que conforman la Unión Europea y la fragilidad esencial de esos mismos lazos a pesar de miles de años de historia común.
No sé si hay una moraleja o una lección en esta historia, por el contrario, yo tengo más preguntas. Tal vez desde la distancia las estrellas de la bandera de Europa brillan más que desde adentro. Después de todo, hace apenas unos años hubo una guerra de limpieza étnica en un país que parecía estar a una distancia segura de la OTAN y del Pacto de Varsovia.
El comentario de un historiador francés en el sitio Presseurop es que el gobierno alemán se está haciendo la víctima ahora que tras la crisis griega a Alemania le tocó salvar la economía europea.
Habrá que pensar mucho más, y leer más y discutir más. Por lo pronto los invito a leer al bloguero Pierre Sogol, que es quien me informa de todos estos temas, y conocer su polémico punto de vista en cuestiones políticas.
Ver imagen en su contexto original
La conversación de la que hablo era parte de una discusión permanente más amplia sobre la idea de que el modelo democrático liberal tiende a auto regularse en pro del bien común, y sobre la eficacia de esa regulación. Los puntos álgidos de ese proceso, y por lo tanto de la discusión, ocurren cuando se descubre información clasificada como la que cité.
Otra información que se dio a conocer recientemente es que entre 1946 y 1948 el Servicio de Salud Pública estadounidense infectó y propició la infección con sífilis y gonorrea de 696 personas en Guatemala para estudiar el mecanismo de la infección y la posibilidad de usar la penicilina como profilaxis contra esas enfermedades. La investigación de Susan Reverby, de la Universidad de Wellesley, hizo que el gobierno estadounidense pidiera perdón de manera oficial al gobierno de Guatemala.
Independientemente de los hechos, el punto central es que el descubrimiento de Susan Reverby fue llevada a cabo en una universidad estadounidense, y que la secretaria de Estado de los Estados Unidos, Hillary Clinton, lejos de tratar de acallar la investigación, llamó personalmente a al presidente guatemalteco para pedirle perdón a Guatemala.
Si bien me parece excelente que en una sociedad transparente las atrocidades salgan eventualmente a la luz, es también cierto que el hecho de que salgan a la luz y se pida perdón o se castigue a los culpables no cambia el hecho de que en su momento fueran posibles y que alguien de un gobierno democrático ordenó o aprobó que se llevaran a cabo.
De la misma manera, el hecho de que pueda saberse que el presidente francés y la primera ministra británica trataron de impedir la reunificación de Alemania no hace sino destacar la contradicción entre el discurso político oficial y los hechos.
Lo primero que me pasó por la cabeza al hablar de este tema fue un cuento del escritor francés Alphonse Daudet titulado “La última lección”. El cuento narra, desde el recuerdo de un niño alsaciano, la última clase de francés antes de que Prusia impusiera el alemán como lengua oficial en Alsacia tras el Tratado de Frankfurt-am-Main de 1871, que devolvía esa provincia al dominio alemán.
El cuento invoca la nostalgia por la pérdida de un idioma natal (el francés), en una zona donde el protagonista es el pequeño Franz, y todos los otros personajes ostentan nombres alemanes. El relato se puede ver como una inteligente estrategia de manipulación nacionalista de Daudet (el cuento casi termina con la frase Vive la France!).
Un siglo y treinta y nueve años después, cuando se cuestionan acuerdos hechos en la ciudad alsaciana de Estrasburgo sobre la reunificación de Alemania, vale la pena revisar este cuento y las ideas y sentimientos que despiertan en el lector. El cuento destaca a la vez la estrecha conexión que existe entre las diferentes culturas que conforman la Unión Europea y la fragilidad esencial de esos mismos lazos a pesar de miles de años de historia común.
No sé si hay una moraleja o una lección en esta historia, por el contrario, yo tengo más preguntas. Tal vez desde la distancia las estrellas de la bandera de Europa brillan más que desde adentro. Después de todo, hace apenas unos años hubo una guerra de limpieza étnica en un país que parecía estar a una distancia segura de la OTAN y del Pacto de Varsovia.
El comentario de un historiador francés en el sitio Presseurop es que el gobierno alemán se está haciendo la víctima ahora que tras la crisis griega a Alemania le tocó salvar la economía europea.
Habrá que pensar mucho más, y leer más y discutir más. Por lo pronto los invito a leer al bloguero Pierre Sogol, que es quien me informa de todos estos temas, y conocer su polémico punto de vista en cuestiones políticas.
Ver imagen en su contexto original
Costumbres del ojo 13┇ Las palabras y la distancia relativa
Ver esta entrada en Territorio liberado
Las palabras y las cosas. Las palabras y lo que nombran. Tengo dos tareas de escritura para el mismo día y las dos tratan de las palabras y las cosas. La primera es esta columna y la segunda trata del cuarto vacío, pero para mí el cuarto vacío es, antes que cualquier otra cosa, el primer capítulo de la novela “Las cosas” del escritor francés Georges Perec. Curiosa manera de hablar del vacío: por medio de las cosas.
Vacío existencial, vacío de sentimientos y emociones. ¿O no? Hay un sentimiento prevaleciente en el vacío debajo o detrás de las cosas: el deseo. Las cosas, acomodadas en un orden perfecto, pero imaginario, nombran el deseo, y el deseo es ausencia, es decir, vacío. Pero las cosas, ¿existen o no existen sin alguien que las nombre? ¿Flotan en el mundo alrededor de nosotros? ¿O son una ilusión que se vuelve material sólo a medida que alguien (yo, tú) las nombra?
Esta vez, más que otras veces, tengo más preguntas (palabras, cosas) que nada. Las cosas nos eluden y las palabras son garfios que intentan alcanzarlas. ¿Qué cosa quiero decir con este galimatías? ¿Que a fin de cuentas las palabras son cosas y las cosas eluden sentimientos, pero a la vez los contienen, que son materiales y la vez inmateriales, que en ellas ocurre la verdadera y única transubstanciación (por mí) conocida? ¿O sea que las palabras, esas palabras que nos remiten a objetos que nos remiten a sentimientos son parte de un dogma religioso? Tal vez sí, tal vez no…
Que alguien me diga por favor en que versión de la Biblia se dice que en el principio era el verbo y luego todo lo demás desde allí derivado. Lo busqué en internet, que a fin de cuentas es mi cosa de elección, y mi mayor fuente de palabras, y me mandó directamente a una página de estudio filológico de la Biblia que se lleva a cabo para sustentar el estudio teológico.
¿O sea que las palabras siempre remiten a algo más? ¿No puedo leer a Ramón López Velarde y asombrarme y arrobarme de placer sólo porque mi poema favorito habla de las que “cruzan como botellas alambradas”? ¿Tengo que extender el alcance de esas palabras, que yo considero hermosas, hasta el mujerío mexicano y desde allí a la imagen de la patria como una mujer modosa de Zacatecas? ¿Y si soy extranjero, estadounidense, chino, venezolano, ruso? ¿Qué me añade ese contexto de la patria mexicana si no vivo en México?
Las palabras son garfios. Las palabras son objetos. Las palabras remiten a objetos. O los crean. Pero hacia qué objeto me manda la palabra “favor”. ¿Las acciones también son objetos? ¿Y si lo pido “por favor”? Ya no es un sentimiento, ni una acción, ni me da ninguna información… Híjole, tengo que revisar con urgencia mis apuntes de lingüística, y de filosofía, y de antropología, y la enciclopedia…
Por lo pronto me quedo con el recuerdo de un libro que está escrito con lo no dicho, lo que subyace a las palabras: la capa inmediatamente inferior a la pública, social, del ser humano. Sí, ya se. Se llama “Tropismos” y es de Nathalie Sarraute, escritora rusa afincada en Francia.
Foto en su contexto original
Las palabras y las cosas. Las palabras y lo que nombran. Tengo dos tareas de escritura para el mismo día y las dos tratan de las palabras y las cosas. La primera es esta columna y la segunda trata del cuarto vacío, pero para mí el cuarto vacío es, antes que cualquier otra cosa, el primer capítulo de la novela “Las cosas” del escritor francés Georges Perec. Curiosa manera de hablar del vacío: por medio de las cosas.
Vacío existencial, vacío de sentimientos y emociones. ¿O no? Hay un sentimiento prevaleciente en el vacío debajo o detrás de las cosas: el deseo. Las cosas, acomodadas en un orden perfecto, pero imaginario, nombran el deseo, y el deseo es ausencia, es decir, vacío. Pero las cosas, ¿existen o no existen sin alguien que las nombre? ¿Flotan en el mundo alrededor de nosotros? ¿O son una ilusión que se vuelve material sólo a medida que alguien (yo, tú) las nombra?
Esta vez, más que otras veces, tengo más preguntas (palabras, cosas) que nada. Las cosas nos eluden y las palabras son garfios que intentan alcanzarlas. ¿Qué cosa quiero decir con este galimatías? ¿Que a fin de cuentas las palabras son cosas y las cosas eluden sentimientos, pero a la vez los contienen, que son materiales y la vez inmateriales, que en ellas ocurre la verdadera y única transubstanciación (por mí) conocida? ¿O sea que las palabras, esas palabras que nos remiten a objetos que nos remiten a sentimientos son parte de un dogma religioso? Tal vez sí, tal vez no…
Que alguien me diga por favor en que versión de la Biblia se dice que en el principio era el verbo y luego todo lo demás desde allí derivado. Lo busqué en internet, que a fin de cuentas es mi cosa de elección, y mi mayor fuente de palabras, y me mandó directamente a una página de estudio filológico de la Biblia que se lleva a cabo para sustentar el estudio teológico.
¿O sea que las palabras siempre remiten a algo más? ¿No puedo leer a Ramón López Velarde y asombrarme y arrobarme de placer sólo porque mi poema favorito habla de las que “cruzan como botellas alambradas”? ¿Tengo que extender el alcance de esas palabras, que yo considero hermosas, hasta el mujerío mexicano y desde allí a la imagen de la patria como una mujer modosa de Zacatecas? ¿Y si soy extranjero, estadounidense, chino, venezolano, ruso? ¿Qué me añade ese contexto de la patria mexicana si no vivo en México?
Las palabras son garfios. Las palabras son objetos. Las palabras remiten a objetos. O los crean. Pero hacia qué objeto me manda la palabra “favor”. ¿Las acciones también son objetos? ¿Y si lo pido “por favor”? Ya no es un sentimiento, ni una acción, ni me da ninguna información… Híjole, tengo que revisar con urgencia mis apuntes de lingüística, y de filosofía, y de antropología, y la enciclopedia…
Por lo pronto me quedo con el recuerdo de un libro que está escrito con lo no dicho, lo que subyace a las palabras: la capa inmediatamente inferior a la pública, social, del ser humano. Sí, ya se. Se llama “Tropismos” y es de Nathalie Sarraute, escritora rusa afincada en Francia.
Foto en su contexto original
Costumbres del ojo 12┇ La terrible resaca emocional de las fiestas
Ver esta entrada en Territorio liberado
La palabra en francés es “malaise”. Es la palabra que mejor suena para describir lo que me provocan las fiestas multitudinarias, la navidad, acción de gracias, las ocasiones en donde todos se reúnen para celebrar. Entiendo perfectamente que la gente se suicide, entiendo perfectamente que la gente se deprima, pues yo he estado allí, yo lo he vivido, yo soy parte de la masa sufriente y dolorosa sin amor, con la auto conmiseración acechando todo el tiempo.
Las fiestas del bicentenario me han dado la ocasión perfecta para sufrir mi soledad hasta el tope, y para volver a machacar las palabras amargadas de siempre: la nación es un peligro, la unidad nacional no existe, los actores que se ríen juntos y felices y corren por los campos y las ciudad y agitan banderas tricolores con alegría inusitadas son sólo eso: actores, gente pagada para fingir que siente algo que no siente.
Tal vez sólo es que no tengo amigos que me llamen y me inviten a compartir su vida, tal vez es que no siento que los mexicanos de verdad tengamos ganas de abrazarnos en la calle y aplaudir que seguimos siendo un “estado fallido” y toda la serie de lugares comunes de rigor que vienen a cuento (la pobreza, la mala calidad de la educación, la fractura social y racial que todavía nos carcome, la victoria tenaz de una delincuencia organizada que no deja de ser exitosa porque está en los huesos de este país).
Pero la verdad es que yo no tengo de qué quejarme, como no tienen de qué quejarse la mayoría de los lectores de esta columna (“— Hypocrite lecteur, — mon semblable, — mon frère!”) que sólo habla de libros y películas de arte, de cosas en las que sólo puede pensar la gente que no tiene hambre de verdad, esa hambre profunda y sistémica que termina nunca de saciarse.
Y a pesar de todo, los rusos, que son expertos en el arte del sufrimiento, tienen un dicho que reza que algunos sufren porque las perlas de su collar son muy chicas, y otros porque su sopa está muy agüada. Como quien dice, los ricos (y los rusos) también lloran.
Hace poco leí que las últimas investigaciones permiten suponer que Emily Dickinson no era rara, sino epiléptica, y probablemente, lesbiana. Vivió aislada la mayor parte de su vida, y en vez de amargarse, escribió versos:
Soy nadie. ¿Tú quién eres?
¿Eres tú también nadie?
Ya somos dos entonces. No lo digas:
lo contarían, sabes.
Qué tristeza ser alguien,
qué público: como una rana
decir el propio nombre junio entero
para una charca que admire.
Foto en su contexto original
La palabra en francés es “malaise”. Es la palabra que mejor suena para describir lo que me provocan las fiestas multitudinarias, la navidad, acción de gracias, las ocasiones en donde todos se reúnen para celebrar. Entiendo perfectamente que la gente se suicide, entiendo perfectamente que la gente se deprima, pues yo he estado allí, yo lo he vivido, yo soy parte de la masa sufriente y dolorosa sin amor, con la auto conmiseración acechando todo el tiempo.
Las fiestas del bicentenario me han dado la ocasión perfecta para sufrir mi soledad hasta el tope, y para volver a machacar las palabras amargadas de siempre: la nación es un peligro, la unidad nacional no existe, los actores que se ríen juntos y felices y corren por los campos y las ciudad y agitan banderas tricolores con alegría inusitadas son sólo eso: actores, gente pagada para fingir que siente algo que no siente.
Tal vez sólo es que no tengo amigos que me llamen y me inviten a compartir su vida, tal vez es que no siento que los mexicanos de verdad tengamos ganas de abrazarnos en la calle y aplaudir que seguimos siendo un “estado fallido” y toda la serie de lugares comunes de rigor que vienen a cuento (la pobreza, la mala calidad de la educación, la fractura social y racial que todavía nos carcome, la victoria tenaz de una delincuencia organizada que no deja de ser exitosa porque está en los huesos de este país).
Pero la verdad es que yo no tengo de qué quejarme, como no tienen de qué quejarse la mayoría de los lectores de esta columna (“— Hypocrite lecteur, — mon semblable, — mon frère!”) que sólo habla de libros y películas de arte, de cosas en las que sólo puede pensar la gente que no tiene hambre de verdad, esa hambre profunda y sistémica que termina nunca de saciarse.
Y a pesar de todo, los rusos, que son expertos en el arte del sufrimiento, tienen un dicho que reza que algunos sufren porque las perlas de su collar son muy chicas, y otros porque su sopa está muy agüada. Como quien dice, los ricos (y los rusos) también lloran.
Hace poco leí que las últimas investigaciones permiten suponer que Emily Dickinson no era rara, sino epiléptica, y probablemente, lesbiana. Vivió aislada la mayor parte de su vida, y en vez de amargarse, escribió versos:
Soy nadie. ¿Tú quién eres?
¿Eres tú también nadie?
Ya somos dos entonces. No lo digas:
lo contarían, sabes.
Qué tristeza ser alguien,
qué público: como una rana
decir el propio nombre junio entero
para una charca que admire.
Foto en su contexto original
Costumbres del ojo 11┇ El deseo infinito como regla para contar en la novela Las cosas de Georges Perec
Ver esta nota en Territorio liberado
Nos encontramos en un departamento vacío. Una mirada detallada, podríamos decir cinematográfica, guía el recorrido en un espacio donde no hay huellas de vida, sino únicamente objetos: “La mirada, primero, se deslizaría sobre la moqueta gris de un largo corredor, alto y estrecho”.
Los indicios de la voz que narra están disimulados, de modo que son las cosas mismas las que guían la mirada: “La segunda puerta descubriría un despacho […] de cada lado de la mesa, casi enfrente uno del otro, habría dos sillones de madera y cuero […] un sillón-club de cuero verde botella conduciría a los clasificadores metálicos”.
El espacio se construye con la perspectiva, de arriba abajo, de derecha a izquierda, con la precisión de un catálogo detalladísimo. Pero algo nos causa la sensación de imposibilidad, a pesar de que la descripción fue creada bajo los parámetros de una descripción realista, que se basa en la construcción de la ilusión de realidad.
Podemos identificar un departamento. La ilusión referencial se produce por el inventario de objetos presentes en la habitación y sus atributos de forma, color, etc. Más importante aún es el valor cultural y simbólico de las cosas, aun disimulado.
Los grabados, dibujos y fotografías mencionados disfrazan su verdadero valor bajo la forma de un comentario aparte: “—el San Jerónimo de Antonello de Messina, un detalle del Triunfo de San Jorge, una cárcel de Piranesi, un retrato de Ingres, un pequeño paisaje a pluma de Klee, una fotografía amarillenta de Renan en su gabinete de trabajo en el Colegio de Francia, un gran almacén de Steinberg, el Melanchthon de Cranach—”. El comentario nos informa del interés de los habitantes virtuales del departamento por el arte y la cultura en tanto que autoridades simbólicas, provechosas en términos de economía del poder.
Los campos lexicales propios del despacho, tales como las publicaciones, (libros, revistas, lomos de encuadernaciones) y los artículos de escritorio (lápices, clips, grapas, pinzas) se integran por su materialidad con el de la decoración para remitirnos al campo semántico de las condiciones materiales de la vida y de allí al deseo de obtenerlas.
Pero este deseo de riqueza es también un deseo de pertenencia contrariado por la soledad de la descripción. Esa soledad funciona entonces como una síntesis de los personajes y como una indicación de su destino posible: su perspectiva en el mundo es guiada por el deseo, deseo inagotable de cosas que simbolizan otros tantos valores y sentimientos, siempre fuera de su alcance, siempre distantes, siempre ajenas.
El rol del observador, entenderemos más adelante, corresponde a la imaginación de los personajes, aunque su punto de vista está expresado en la voz de un narrador invisible que describe un departamento que los personajes quisieran poseer. Los verbos se expresan de forma impersonal: “habría”, “se vendría”, “sería agradable…”
Hay también marcas de orientación temporal estrechamente unidas a ciertos objetos de la casa, y aun a seres vivos que no trascienden a la categoría de personajes, por ejemplo la presencia completamente instrumental de una mujer de la limpieza que “estaría allí cada mañana” y otros que marcan una tendencia narrativa en el interior de la descripción: “habría una cocina vasta y clara […] sería agradable venir y sentarse allí cada mañana, después de una ducha, a medio vestir todavía. […] Sería temprano: el comienzo de un largo día de mayo”.
Las marcas temporales nos remiten en la misma medida al humor de los personajes que a las relaciones con ideas del mundo más generales y lejanas que el lector puede descubrir: la mañana de mayo remite al topos medieval de la primavera, el temps clar, el tiempo de la juventud y el amor, y se vuelve evidente más adelante, cuando el narrador introduce a los personajes, una joven pareja en busca de la felicidad.
Durante todo el primer capítulo, el tiempo utilizado es el condicional, un tiempo que denota un futuro virtual que existe sólo en el deseo. Así, al final de la novela, cuando los personajes han alcanzado en alguna medida la posesión material de los objetos, esta no les produce satisfacción.
Para concluir el texto, Perec no nos da una explicación, en cambio nos ofrece una cita de Karl Marx que explica por qué el deseo no se extingue, sino que permanece: “No solo el resultado sino también el camino son parte de la verdad. La investigación de la verdad debe ser verdadera ella misma; la verdadera investigación es la verdad desplegada, cuyos miembros dislocados se unen en el resultado”.
Imagen en su contexto original
Nos encontramos en un departamento vacío. Una mirada detallada, podríamos decir cinematográfica, guía el recorrido en un espacio donde no hay huellas de vida, sino únicamente objetos: “La mirada, primero, se deslizaría sobre la moqueta gris de un largo corredor, alto y estrecho”.
Los indicios de la voz que narra están disimulados, de modo que son las cosas mismas las que guían la mirada: “La segunda puerta descubriría un despacho […] de cada lado de la mesa, casi enfrente uno del otro, habría dos sillones de madera y cuero […] un sillón-club de cuero verde botella conduciría a los clasificadores metálicos”.
El espacio se construye con la perspectiva, de arriba abajo, de derecha a izquierda, con la precisión de un catálogo detalladísimo. Pero algo nos causa la sensación de imposibilidad, a pesar de que la descripción fue creada bajo los parámetros de una descripción realista, que se basa en la construcción de la ilusión de realidad.
Podemos identificar un departamento. La ilusión referencial se produce por el inventario de objetos presentes en la habitación y sus atributos de forma, color, etc. Más importante aún es el valor cultural y simbólico de las cosas, aun disimulado.
Los grabados, dibujos y fotografías mencionados disfrazan su verdadero valor bajo la forma de un comentario aparte: “—el San Jerónimo de Antonello de Messina, un detalle del Triunfo de San Jorge, una cárcel de Piranesi, un retrato de Ingres, un pequeño paisaje a pluma de Klee, una fotografía amarillenta de Renan en su gabinete de trabajo en el Colegio de Francia, un gran almacén de Steinberg, el Melanchthon de Cranach—”. El comentario nos informa del interés de los habitantes virtuales del departamento por el arte y la cultura en tanto que autoridades simbólicas, provechosas en términos de economía del poder.
Los campos lexicales propios del despacho, tales como las publicaciones, (libros, revistas, lomos de encuadernaciones) y los artículos de escritorio (lápices, clips, grapas, pinzas) se integran por su materialidad con el de la decoración para remitirnos al campo semántico de las condiciones materiales de la vida y de allí al deseo de obtenerlas.
Pero este deseo de riqueza es también un deseo de pertenencia contrariado por la soledad de la descripción. Esa soledad funciona entonces como una síntesis de los personajes y como una indicación de su destino posible: su perspectiva en el mundo es guiada por el deseo, deseo inagotable de cosas que simbolizan otros tantos valores y sentimientos, siempre fuera de su alcance, siempre distantes, siempre ajenas.
El rol del observador, entenderemos más adelante, corresponde a la imaginación de los personajes, aunque su punto de vista está expresado en la voz de un narrador invisible que describe un departamento que los personajes quisieran poseer. Los verbos se expresan de forma impersonal: “habría”, “se vendría”, “sería agradable…”
Hay también marcas de orientación temporal estrechamente unidas a ciertos objetos de la casa, y aun a seres vivos que no trascienden a la categoría de personajes, por ejemplo la presencia completamente instrumental de una mujer de la limpieza que “estaría allí cada mañana” y otros que marcan una tendencia narrativa en el interior de la descripción: “habría una cocina vasta y clara […] sería agradable venir y sentarse allí cada mañana, después de una ducha, a medio vestir todavía. […] Sería temprano: el comienzo de un largo día de mayo”.
Las marcas temporales nos remiten en la misma medida al humor de los personajes que a las relaciones con ideas del mundo más generales y lejanas que el lector puede descubrir: la mañana de mayo remite al topos medieval de la primavera, el temps clar, el tiempo de la juventud y el amor, y se vuelve evidente más adelante, cuando el narrador introduce a los personajes, una joven pareja en busca de la felicidad.
Durante todo el primer capítulo, el tiempo utilizado es el condicional, un tiempo que denota un futuro virtual que existe sólo en el deseo. Así, al final de la novela, cuando los personajes han alcanzado en alguna medida la posesión material de los objetos, esta no les produce satisfacción.
Para concluir el texto, Perec no nos da una explicación, en cambio nos ofrece una cita de Karl Marx que explica por qué el deseo no se extingue, sino que permanece: “No solo el resultado sino también el camino son parte de la verdad. La investigación de la verdad debe ser verdadera ella misma; la verdadera investigación es la verdad desplegada, cuyos miembros dislocados se unen en el resultado”.
Imagen en su contexto original
Costumbres del ojo 10 ┇ Nayar Rivera
Ver esta entrada en Territorio liberado
De frases hechas, inspiración y libertad
Una manera general pero precisa de entender la literatura es como una tensión entre lo que se ha dicho y lo que todavía está por decir. Esta concepción del arte poética está ligada con la teoría de la gramática generativa, que preconiza que el ser humano puede generar un número infinito de frases nuevas a partir de un número limitado de reglas y unidades fijados en su entendimiento.
Al relacionar de esta manera literatura y lenguaje afirmamos la herencia cultural como un elemento constitutivo básico de un modo de ser del lenguaje, a la vez que nos alejamos de la tentación de encontrar el valor de verdad o la esencia del arte en la literatura. A partir de ese punto, la cuestión es la manera en que se organiza cada palabra en la literatura, es decir, vamos de lo más sencillo a lo más complejo.
La palabra “danza”, por ejemplo, contiene en sí la idea de movimiento organizado, pero es a su vez una decisión tomada respecto a “baile”, una palabra menos “artística” (o pretenciosa). Al haber organización, se insinúa también la idea de voluntad, lo que nos guía a la vez en la dirección de la mente, que a su vez puede ser humana o supra humana, colectiva o divina. A partir de la elección de una simple palabra invocamos el mundo.
A “danza” podemos sumarle “la” y tenemos “la danza”, no “una danza”, “cualquier danza” o “mi danza”, sino la manera más general o universal de enunciar la danza. Después podemos ir más lejos y relacionar “la danza” con una palabra que proviene que otro entorno: “espadas”. Al sumarles “las” tenemos “las espadas” (otra categoría general). Finalmente tenemos “la danza de las espadas”, que abarca la idea de movimiento organizado, artístico y dirigido por la voluntad, ligado a una serie de instrumentos de guerra y muerte que a su vez deben ser deben ser empuñados y dirigidos en movimiento organizado.
“La danza de las espadas” se refiere a la batalla, pero a un tipo de batalla que podemos justificadamente asumir como una forma de arte; esta manera de referirse a una batalla proviene de Beowulf, un poema épico anglosajón que narra las proezas guerreras de un héroe. Pero “la danza de las espadas” no era un invento único de un autor poseído por la inspiración, sino una frase hecha, un tipo de metáfora, metonimia o epíteto conocido como “kenning”, típico de la poesía épica anglosajona.
Tenemos así “la casa de los pájaros” (el aire”), “la llama del fragor de los dardos” (la espada), “los destructores del hambre de las águilas” (el que permite a las águilas alimentarse, o sea, el guerrero) o “el camino del cisne” (el mar).
Estas frases servían al poeta que las recitaba de memoria tanto para recordarlo como para embellecerlo. Frases similares eran empleadas en un pasado anterior, por ejemplo, en la épica homérica (“la aurora de rosáceos dedos” es un buen ejemplo), así como en un pasado más reciente (los “espejos de alma”, es decir, los ojos, son una frase hecha del barroco francés).
En el extremo opuesto de esta manera de escribir estuvieron los “cadáveres exquisitos” de los surrealistas, textos de creación colectiva en los que cualquiera escribía lo primero que le pasaba por la cabeza. Sin embargo, en el mismo siglo XX que valoró tanto la renovación formal y la libertad encontramos voces radicalmente opuestas a la idea misma de la inspiración pura.
Raymond Queneau (el poeta francés que creó un libro de sonetos subdivididos que permite crear, por medio de su combinación, la friolera de cien mil millones de nuevos sonetos), abogó por una literatura controlada por leyes claras, pues para él, el poeta clásico francés que escribía sus tragedias bajo reglas claras que conocía era mucho más libre que el surrealista que escribía esclavizado por otras reglas que ignoraba.
Habrá que preguntarse entonces si debemos entonces la “la falda bajada hasta el huesito” a Ramón López Velarde o a la tradición católica criolla de su natal Zacatecas, y así sucesivamente con los nuevos poetas y sus creaciones.
Ver imagen en su contexto original
De frases hechas, inspiración y libertad
Una manera general pero precisa de entender la literatura es como una tensión entre lo que se ha dicho y lo que todavía está por decir. Esta concepción del arte poética está ligada con la teoría de la gramática generativa, que preconiza que el ser humano puede generar un número infinito de frases nuevas a partir de un número limitado de reglas y unidades fijados en su entendimiento.
Al relacionar de esta manera literatura y lenguaje afirmamos la herencia cultural como un elemento constitutivo básico de un modo de ser del lenguaje, a la vez que nos alejamos de la tentación de encontrar el valor de verdad o la esencia del arte en la literatura. A partir de ese punto, la cuestión es la manera en que se organiza cada palabra en la literatura, es decir, vamos de lo más sencillo a lo más complejo.
La palabra “danza”, por ejemplo, contiene en sí la idea de movimiento organizado, pero es a su vez una decisión tomada respecto a “baile”, una palabra menos “artística” (o pretenciosa). Al haber organización, se insinúa también la idea de voluntad, lo que nos guía a la vez en la dirección de la mente, que a su vez puede ser humana o supra humana, colectiva o divina. A partir de la elección de una simple palabra invocamos el mundo.
A “danza” podemos sumarle “la” y tenemos “la danza”, no “una danza”, “cualquier danza” o “mi danza”, sino la manera más general o universal de enunciar la danza. Después podemos ir más lejos y relacionar “la danza” con una palabra que proviene que otro entorno: “espadas”. Al sumarles “las” tenemos “las espadas” (otra categoría general). Finalmente tenemos “la danza de las espadas”, que abarca la idea de movimiento organizado, artístico y dirigido por la voluntad, ligado a una serie de instrumentos de guerra y muerte que a su vez deben ser deben ser empuñados y dirigidos en movimiento organizado.
“La danza de las espadas” se refiere a la batalla, pero a un tipo de batalla que podemos justificadamente asumir como una forma de arte; esta manera de referirse a una batalla proviene de Beowulf, un poema épico anglosajón que narra las proezas guerreras de un héroe. Pero “la danza de las espadas” no era un invento único de un autor poseído por la inspiración, sino una frase hecha, un tipo de metáfora, metonimia o epíteto conocido como “kenning”, típico de la poesía épica anglosajona.
Tenemos así “la casa de los pájaros” (el aire”), “la llama del fragor de los dardos” (la espada), “los destructores del hambre de las águilas” (el que permite a las águilas alimentarse, o sea, el guerrero) o “el camino del cisne” (el mar).
Estas frases servían al poeta que las recitaba de memoria tanto para recordarlo como para embellecerlo. Frases similares eran empleadas en un pasado anterior, por ejemplo, en la épica homérica (“la aurora de rosáceos dedos” es un buen ejemplo), así como en un pasado más reciente (los “espejos de alma”, es decir, los ojos, son una frase hecha del barroco francés).
En el extremo opuesto de esta manera de escribir estuvieron los “cadáveres exquisitos” de los surrealistas, textos de creación colectiva en los que cualquiera escribía lo primero que le pasaba por la cabeza. Sin embargo, en el mismo siglo XX que valoró tanto la renovación formal y la libertad encontramos voces radicalmente opuestas a la idea misma de la inspiración pura.
Raymond Queneau (el poeta francés que creó un libro de sonetos subdivididos que permite crear, por medio de su combinación, la friolera de cien mil millones de nuevos sonetos), abogó por una literatura controlada por leyes claras, pues para él, el poeta clásico francés que escribía sus tragedias bajo reglas claras que conocía era mucho más libre que el surrealista que escribía esclavizado por otras reglas que ignoraba.
Habrá que preguntarse entonces si debemos entonces la “la falda bajada hasta el huesito” a Ramón López Velarde o a la tradición católica criolla de su natal Zacatecas, y así sucesivamente con los nuevos poetas y sus creaciones.
Ver imagen en su contexto original
jueves, 14 de octubre de 2010
¿Ya terminó la Bella Época?
¿Ya terminó la Bella Época?
Una visita casual a la Librería Rosario Castellanos me hizo descubrir que, con sólo 4 años de vida, ya vivió tiempos mejores
La librería Rosario Castellanos del Fondo de Cultura Económica es un lugar soleado, amplio, acogedor. Para mí, bellísimo y arquitectónicamente bien logrado. Mi segundo hogar. Siempre he planeado hacer allí la presentación de mi siguiente libro.
Allí se hizo la Primera Feria del Libro Independiente, a la que tuve el honor de ser invitado. Allí he pasado tardes enteras leyendo, estudiando, trabajando en mis textos. Esa experiencia no es sólo mía, muchos amigos y conocidos sienten lo mismo por ese lugar maravilloso que fue el resultado del rescate del viejo cine Bella Época.
Por todas esas razones me pareció increíble el estado actual de la administración del lugar cuando lo visité hace unos días. Tras pasar por los sensores antirrobo, el policía que cuida la puerta me exigió que dejara mis bolsas en los casilleros. Yo entiendo que el problema del robo hormiga puede afectar seriamente a la librería, sin embargo me pareció un poco extremo obligarme a optar entre dejar la bolsa contra mi voluntad o largarme.
Por si eso fuera poco, junto a los casilleros hay un letrero que señala que no se recomienda dejar allí computadoras y otros objetos valiosos pues la administración no se hace responsable por ellos. Al hacérselo notar al policía me dijo que sólo tenía que dejar la bolsa, que podía en cambio introducir mi computadora. Como si las bolsas no fueran para evitar la incomodidad de cargar en la mano la computadora, el cuaderno, la pluma, y los libros que traje para estar “cómodamente” instalado en el café.
Mientras dejaba mis cosas, un señor que salía fue detenido por otro policía que le pidió que se sacara los libros que llevaba guardados en el pantalón, junto a la espalda. El señor accedió a sacar lo que llevaba, un periódico usado, que difícilmente se puede confundir con un libro (que además habría detonado la alarma, supongo).
La política de vigilancia me pareció indignante, por lo que pregunté por el encargado para aclarar las cosas y me dijeron que se había retirado una hora antes, es decir a las 8 de la noche, aunque la librería cierra a las 11 y los policías hacen ronda hasta esa hora.
Con mis cosas a cuestas fui a revisar la sección de historia, para ver si tenían algún libro de historia de Inglaterra que necesitaba. Como no lo encontré por mi cuenta, me acerqué al módulo computarizado más cercano y me dirigí al empleado. Este buscó muy amablemente libros de historia de Inglaterra, de las islas británicas, de historia medieval y por ultimo de historia de Europa, sin éxito. Eso significa que el libro “El mediterráneo y el mundo mediterráneo en la época de Felipe II” de Fernand Braudel (editado por el Fondo de Cultura Económica), que acababa de ver en la estantería, no está clasificado en ninguna de las categorías mencionadas.
Dado que no podía adquirir ni revisar ningún libro del tema que me interesaba, decidí tomar un café y buscar en internet la información. En ese momento descubrí que para poder conectarme a internet no podía simplemente sentarme y pedir un café y la contraseña. Tenía que pagar el café antes de consumirlo (aunque la cafetería no es un mostrador en el cual uno recoge su café, sino una cafetería con un mesero que atiende las mesas), y luego ir a un módulo, con la computadora a cuestas, para pedir una clave individual que sólo sirve por dos horas. En los pasillos superiores de la librería, dos policías uniformados montaban guardia permanente.
¿Qué significa todo esto? Que hay una contradicción fundamental entre la razón de ser del centro cultural como punto de reunión, catalizador del conocimiento y la creatividad, y la política de administración y vigilancia que lo gobierna.
Cuando se anunció la apertura del centro, el gerente general del Fondo de Cultura Económica, Ricardo Nudelman, afirmó: "Es un espacio que no tiene separaciones, no hay muros, todo es abierto, con lugares de lectura donde la gente se podrá sentar a leer y nadie le va a cuestionar nada, o irá a comprar un libro o a encontrarse con los amigos y tomar un café, ver una película, escuchar música. Todos los muebles de la librería tienen ruedas y se podrán desplazar y cambiar la estructura de una sección, por si se quisiera abrir una espacio para que una persona lea su poesía o para un conjunto de cámara" (Clara Grande Paz, El Universal, Jueves 20 de abril de 2006).
En otra entrevista al mismo funcionario, concedida al Boletín de la Red Latinoamericana de Librerías, este aseguró que aun si no era posible, por obvias razones, tener siempre a la mano el libro solicitado, sí se debería en cambio “tener un librero capacitado, y un sistema eficiente que nos permita ubicar y conseguir el libro que nos piden y que no tenemos en el momento.”
Estas son las políticas que nos gustaría tener efectivamente en la librería más grande del Fondo, en este lugar que se sentía, hace tan poco tiempo, como un segundo hogar.
En un primer momento, la indignación puede hacernos pensar en boicotear la librería. Cuando subí por primera vez mis comentarios a Facebook y a Twitter, alguien sugirió dejar de ir a las librerías y denunciar “a esos ojetes”.
Sin embargo, yo no quiero dejar de ir a la librería, ni a la cafetería, ni dejar de reunirme allí con mis amigos. Los 33 millones de pesos que costó la compra y los 60 millones asignados para la remodelación del lugar salieron de nuestros impuestos, no de un inversionista privado. Este lugar, que no voy a dejar de visitar y de querer, es de todos, y lo que querría que cambiara es la política actual que lo gobierna.
Imagen en su contexto original
jueves, 16 de septiembre de 2010
Costumbres del ojo 9 ┇ El milagro de llegar y mantenerse
Ver esta entrada en Territorio liberado
El 27 de agosto cené en un restaurante blanco con sillas transparentes de Philippe Starck y un candil recamado de cristales sin luz. Era la primera vez que visitaba Falai, un restaurante italiano del Lower East Side y temí haber pedido demasiada comida: polenta con hígado de pollo, agnolotti de espinacas rellenas de ricotta, costillas y muslos de conejo con zanahorias y salsa de frambuesa y un raviolo de plátano acompañado con caviar de coco y lichi y “aire” de piña, llamado concretamente “Elementi”. Los platillos eran tan etéreos como la decoración, suculentos pero diminutos.
Era la penúltima parada de un largo festejo de cumpleaños, el penúltimo día de mi primer viaje de vacaciones a la ciudad de Nueva York, la primera vez que me convertí en uno más de los 47,5 millones de turistas que visitamos este año la ciudad más importante de los Estados Unidos.
Al salir caminamos por la calle Delancey hasta la calle Allen, y bajamos por ella hasta el East River, en la zona fronteriza entre un barrio chino que no deja de extenderse y una de las pocas zonas populares del sur de Manhattan, en donde todavía hay algunos “tenements” (edificios poblados por inmigrantes en donde el hacinamiento y la pobreza son la norma) y edificios de renta controlada de corte lecorbuseriano que se construyeron en los años de la posguerra, entre 1945 y 1965. La mayoría de las zonas de Manhattan son inalcanzablemente caras: en el East Village, la parte norte del Lower East Side que cambió de nombre para quitarle justamente el estigma de la pobreza de los inmigrantes, el precio promedio de un departamento era en 2008 de 828,144 USD.
Pero el objetivo de la caminata no era el mero paseo: íbamos a ver una pieza de danza-instalación de la coreógrafa canadiense afincada en Brooklyn Noemi Lafrance, titulada “Melt”, en el depósito de sal debajo del puente de Manhattan. Colgadas del muro, ocho sillas sostenían en el aire a sendas bailarinas vestidas con trajes de cera y lanolina a medio derretir. Un efecto excelso. La música y la iluminación hacían sinergia con el ruido del metro y los autos pasando sobre el puente y junto al río, “progressing in euphoria and exhaustion as if approaching the sun, melting until their souls escape their ephemeral bodies and disintegrate into light”.
La crítica del New York Times fue sin embargo despiadada: si bien la obra puede guiarnos a referencias tan evocativas como los mitos de Ícaro o Prometeo, el impacto de la belleza y el ingenio de la pieza se agotan en minutos y no queda sino preguntarse qué le tomó a la coreógrafa siete años de preparación para volverla una pieza más grande y larga.
Esta es la pregunta latente en las calles en transformación constante de Manhattan: ¿cuánto durará el verano del éxito, la vigencia de las oportunidades? Otro artículo reciente de la revista The Economist citaba al economista Robert Lucas diciendo que la aglomeración de talento es el motor de la economía. Eso explicaría las altísimas rentas de Manhattan, una ciudad que reúne a la crema del mundo. Esta aglomeración se explica por el número de oportunidades que se ofrecen: no es difícil llegar a Nueva York, presentarse en un foro, obtener apoyos para montar una obra. Lo difícil es tener el éxito constante y suficiente para poder mantener el ritmo de trabajo y un nivel de vida decoroso. Existe el "mes de Aullido", en el que cualquiera puede llegar y ponerse a recitar un fragmento del poema de Ginsberg. Sin embargo, Allen Ginsberg vivió en en el East Village en un departamentito minúsculo ubicado en un piso alto sin elevador. Annie Leibovitz, que llegó a ser considerada la fotógrafa mejor pagada del mundo, estuvo al borde de la quiebra y de perder los derechos de su obra producida y por producir.
Tal vez es por eso que la gente viene y va constantemente, o se pierde en el intento. la contraparte del éxito, es, obviamente, la deserción, la renuncia. El número de oportunidades abiertas parece casi directamente proporcional al número de fracasos finales. “Vita brevis” parece un buen lema para los habitantes creativos de Nueva York. Pero la esperanza es prima de la indolencia y sus versos favoritos son estos de John Donne:
“Ten más modestia, Muerte, aunque se te haya
erróneamente dicho poderosa
y temible; pues esos que has borrado
no mueren, pobre Muerte, incapaz hasta
de aniquilarme a mí”.
Por lo pronto, yo ya hice un libro en y sobre Nueva York: “El deshielo”; una apuesta todavía en el aire que tal vez me lleve de regreso a la corona de rascacielos, al código postal mágico donde los ingresos promedio superan los 100 mil dólares y los habitantes tiene en promedio la edad de Cristo al morir en la cruz, o me destierre inexorablemente del éxito.
Foto original de Nayar Rivera
Costumbres del ojo 8 ┇ Reencuentro con NYC
Ver esta entrada en Territorio liberado
"Se paró de puntitas frente al vagón del metro, escuchando atento la letanía dulce de anuncios que se sucedían con las estaciones. Del sur al norte viajaban los que iban a la ciudad asequible, a vivir la parte de su vida sin salario. En medio del mundo estaba un relicario nuevo de ladrillo y tablaroca, al sur los cañones de oficinas, los lechos secos de ríos de gente y coches, la tristeza de rocas cristalinas abandonadas por sus moradores diurnos."
Estoy curándome de Nueva York, de Atlanta, de San Francisco, de los Estados Unidos. Pocas cosas fueron tan difíciles como vivir en el desarraigo y tratar de escribirlo hurgando en la herida con la lente de aumento. Al negar que vivía en el exilio (pues era un exilio autoimpuesto), pasé por las ciudades desde lejos, detrás de una barrera dura y palpable.
Escribí un libro titulado "El deshielo", una serie de apuntes sobre los encuentros y vaivenes de la relación entre los Estados Unidos y México, que acabó siendo, sin yo saberlo, un libro sobre el desarraigo, sobre el exilio, sobre la invención del sentido.
Ahora que vine a NYC estrictamente de vacaciones (no a escribir, no a reordenar la realidad) la ciudad me es indiferente, anónima y amistosa. Gozo con pequeños detalles que solían estresarme y no me preocupa el lugar que ocupa mi efigie virtual en el orden de este mundo gigantesco, caótico, ajeno, que finalmente, con una sonrisa, ignora mi presencia.
Foto del metro
"Se paró de puntitas frente al vagón del metro, escuchando atento la letanía dulce de anuncios que se sucedían con las estaciones. Del sur al norte viajaban los que iban a la ciudad asequible, a vivir la parte de su vida sin salario. En medio del mundo estaba un relicario nuevo de ladrillo y tablaroca, al sur los cañones de oficinas, los lechos secos de ríos de gente y coches, la tristeza de rocas cristalinas abandonadas por sus moradores diurnos."
Estoy curándome de Nueva York, de Atlanta, de San Francisco, de los Estados Unidos. Pocas cosas fueron tan difíciles como vivir en el desarraigo y tratar de escribirlo hurgando en la herida con la lente de aumento. Al negar que vivía en el exilio (pues era un exilio autoimpuesto), pasé por las ciudades desde lejos, detrás de una barrera dura y palpable.
Escribí un libro titulado "El deshielo", una serie de apuntes sobre los encuentros y vaivenes de la relación entre los Estados Unidos y México, que acabó siendo, sin yo saberlo, un libro sobre el desarraigo, sobre el exilio, sobre la invención del sentido.
Ahora que vine a NYC estrictamente de vacaciones (no a escribir, no a reordenar la realidad) la ciudad me es indiferente, anónima y amistosa. Gozo con pequeños detalles que solían estresarme y no me preocupa el lugar que ocupa mi efigie virtual en el orden de este mundo gigantesco, caótico, ajeno, que finalmente, con una sonrisa, ignora mi presencia.
Foto del metro
Costumbres del ojo 7 ┇ De la ilustración al cuento
Ver esta entrada en Territorio liberado
Mi cuento favorito es recurrente: "si reina un día fuera/ dijo la hermana primera/daría al mundo un festín/ que nunca tuviera fin". Es la hermana mayor de tres, la que acabará de cocinera en palacio. A la mediana le corresponde el taller real de hilados, mientras a la más joven le toca el papel irreprochable de ser la Madre, la creadora directa e indirecta de reyes y reinos mágicos, la esposa del Zar Saltán. Los versos que recuerdo desde la infancia están indisolublemente ligados a las ilustraciones. Las mejores son las de Víctor Vasnetsov e Iván Bilibin, dos maestros que tomaron elementos de la pintura realista rusa del siglo XIX para recrear el mundo terrible y maravilloso del folclor ruso.
Otro gran ilustrador de literatura fue Gustave Doré, pero las imágenes que creó son, para mí, las hermanas mayores de la verdadera generadora de magia (la literatura), mientras que las acuarelas de Bilibin compiten por el primer puesto con la Madre, como la Princesa Cisne del cuento del Zar Saltán, que recrea mundos mágicos aunque nunca deja satisfecho a su príncipe Guidón.
¿Son las ilustraciones las hermanas pobres de los cuadros, hermanas resentidas y celosas que nunca logran algo más allá que cumplir una función? ¿O son, por el contrario –como la arquitectura–, más nobles por el propósito mismo que les insufla vida? Lo pragmático, lo sublime, lo útil: todas ellas categorías evocadas por Fluxus en el manifesto de George Maciunas de 1966: "Exclusividad, Individualidad, Ambición... Trascendencia, Rareza, Inspiración, Habilidad, Complejidad, Profundidad, Grandeza, Valor Institucional y Mercantil". Lo que sirve para destronar al arte, sirve o no sirve para entronizar al diseño.
La charla preocupada desemboca en una pregunta: ¿es posible llevar por la calle un vestido de María Antonieta con la misma prestancia que es posible colgar un cuadro de Rembrandt en la sala de una casa? Tal vez resulta hoy más "artístico" usar el vestido de María Antonieta, reinstaurarlo como pieza dueña del Sentido, y llevar a Rembrandt a la guillotina.
Imagen de Bilibin para Valisila la hermosa
Mi cuento favorito es recurrente: "si reina un día fuera/ dijo la hermana primera/daría al mundo un festín/ que nunca tuviera fin". Es la hermana mayor de tres, la que acabará de cocinera en palacio. A la mediana le corresponde el taller real de hilados, mientras a la más joven le toca el papel irreprochable de ser la Madre, la creadora directa e indirecta de reyes y reinos mágicos, la esposa del Zar Saltán. Los versos que recuerdo desde la infancia están indisolublemente ligados a las ilustraciones. Las mejores son las de Víctor Vasnetsov e Iván Bilibin, dos maestros que tomaron elementos de la pintura realista rusa del siglo XIX para recrear el mundo terrible y maravilloso del folclor ruso.
Otro gran ilustrador de literatura fue Gustave Doré, pero las imágenes que creó son, para mí, las hermanas mayores de la verdadera generadora de magia (la literatura), mientras que las acuarelas de Bilibin compiten por el primer puesto con la Madre, como la Princesa Cisne del cuento del Zar Saltán, que recrea mundos mágicos aunque nunca deja satisfecho a su príncipe Guidón.
¿Son las ilustraciones las hermanas pobres de los cuadros, hermanas resentidas y celosas que nunca logran algo más allá que cumplir una función? ¿O son, por el contrario –como la arquitectura–, más nobles por el propósito mismo que les insufla vida? Lo pragmático, lo sublime, lo útil: todas ellas categorías evocadas por Fluxus en el manifesto de George Maciunas de 1966: "Exclusividad, Individualidad, Ambición... Trascendencia, Rareza, Inspiración, Habilidad, Complejidad, Profundidad, Grandeza, Valor Institucional y Mercantil". Lo que sirve para destronar al arte, sirve o no sirve para entronizar al diseño.
La charla preocupada desemboca en una pregunta: ¿es posible llevar por la calle un vestido de María Antonieta con la misma prestancia que es posible colgar un cuadro de Rembrandt en la sala de una casa? Tal vez resulta hoy más "artístico" usar el vestido de María Antonieta, reinstaurarlo como pieza dueña del Sentido, y llevar a Rembrandt a la guillotina.
Imagen de Bilibin para Valisila la hermosa
domingo, 12 de septiembre de 2010
Costumbres del ojo 6┇ De la belleza al amor y de la música a la poesía
Ver esta entrada en Territorio liberado
Música y poesía, Erato y Euterpe, son al poeta tan importantes como el cinturón de Afrodita que la hace irresistible, y con cuya ayuda logra transformar la belleza en el objeto del amor: "Gracia es la belleza de la forma bajo la influencia de la libertad, la belleza de los fenómenos determinados por la persona", afirmó Schiller. El amor llama a engaño por su propia naturaleza: el amante otorga al amado más de lo que recibe, y oculta así la pobreza del último.
Si la gracia es un favor que lo moral concede a lo sensible, entonces para cantar el amor debemos domeñar la pasión por medio de la dignidad y alcanzar así el punto en que la verdadera belleza (Truman Capote la describió como “fealdad conquistada”), la belleza ensalzada por la gracia, encuentre su lugar en el mundo sensible.
La poesía es hermana de la música, y sus recursos a veces se acercan. Pero si quisiera nombrar mis textos de acuerdo con mi manera de escribir, terminarían siendo “Polisíndeton alrededor de la idea de la belleza” o “Falacia retórica reducida al absurdo”, por eso, para hacer gala de ligereza, tantos artistas toman prestados términos artísticos vecinos.
Vivimos en el tiempo, y por él somos determinados: vivimos relatos, situaciones que comienzan, se desarrollan y terminan. De todos los relatos del mundo, el amor es uno de los más resistentes: tal vez porque más que cualquier otra historia humana, se rige por ciclos de duración aparente, y sólo por un esfuerzo consciente podemos hacer propia la historia primera. Roland Barthes coincidió en esto: el amor es una historia que se cumple, un programa que debe ser recorrido.
Las historias de amor acontecen en la música, creando la banda sonora de nuestras vidas: cuando nos devoramos completos [Delibes], cuando no nos importa que nos muerda un perro [Satie], cuando no importa que nos importe [Verdi], cuando nos rebasa la cursilería [Sakamoto].
Guns n’roses transformado por la reproducción digital en música aleatoria, en jirones. Zas, zambomba, zampoña, glissando, crescendo, meseta, clímax próximo [ ] lento de nuevo. Dijo Sabines: “los amorosos andan como locos/porque están solos, solos, solos”. Dijo ee. cummings: “(cccome? said he/ummm said she)/you’re divine! said he/ (you are Mine said she)”. Dijo el autor del cantar de los cantares: “Tus ojos entre tus guedejas como de paloma; /Tus cabellos como manada de cabras”. Dijo Sylvia Plath: “Of your breath, the drenched grass/Smell of your sleeps, lilies, lilies”. Una novel poeta mexicana, Gloria Rodríguez Sayún, escribió: “en el mundo de afuera todo cambia/le da viruela al vidrio y los niños se empañan”.
El amor es un destierro fragmentado: convertidos en hijos de la tortura, chillamos, pateamos, cometemos alternativas. Acá nos entregamos, allá suplimos, acullá nos arrojamos en las fauces de los mitos. Ausentes de nuestras decisiones, algunos acotamos, otros nombramos, otros escuchan, otros cantan, encuentran nuevas claves para darle sentido a las pausas del cerebro.
Oficios de tinieblas pavorosos callan las noches y los días aciagos, arrancan de nosotros salidas en falso y falacias lógicas. Falacia del tipo post ergo propter hoc: porque ahora todo terminó, sé que no te amé nunca todo ese tiempo, yo, porque tú, luego entonces [ ] te conocí y reconocí, y nos gritamos, y usamos estas cajas de resonancia de piel dura para propósitos insalubres. Falacia por generalización precipitada: porque tú lo eres todo, todo nos maldijo [mentiras, todo eran mentiras, palabras al viento: fortissimo]. El arte de la catástrofe, susurra Barthes, me apacigua.
Imagen: Venus y Amor, Lucas Cranach el Jóven
Música y poesía, Erato y Euterpe, son al poeta tan importantes como el cinturón de Afrodita que la hace irresistible, y con cuya ayuda logra transformar la belleza en el objeto del amor: "Gracia es la belleza de la forma bajo la influencia de la libertad, la belleza de los fenómenos determinados por la persona", afirmó Schiller. El amor llama a engaño por su propia naturaleza: el amante otorga al amado más de lo que recibe, y oculta así la pobreza del último.
Si la gracia es un favor que lo moral concede a lo sensible, entonces para cantar el amor debemos domeñar la pasión por medio de la dignidad y alcanzar así el punto en que la verdadera belleza (Truman Capote la describió como “fealdad conquistada”), la belleza ensalzada por la gracia, encuentre su lugar en el mundo sensible.
La poesía es hermana de la música, y sus recursos a veces se acercan. Pero si quisiera nombrar mis textos de acuerdo con mi manera de escribir, terminarían siendo “Polisíndeton alrededor de la idea de la belleza” o “Falacia retórica reducida al absurdo”, por eso, para hacer gala de ligereza, tantos artistas toman prestados términos artísticos vecinos.
Vivimos en el tiempo, y por él somos determinados: vivimos relatos, situaciones que comienzan, se desarrollan y terminan. De todos los relatos del mundo, el amor es uno de los más resistentes: tal vez porque más que cualquier otra historia humana, se rige por ciclos de duración aparente, y sólo por un esfuerzo consciente podemos hacer propia la historia primera. Roland Barthes coincidió en esto: el amor es una historia que se cumple, un programa que debe ser recorrido.
Las historias de amor acontecen en la música, creando la banda sonora de nuestras vidas: cuando nos devoramos completos [Delibes], cuando no nos importa que nos muerda un perro [Satie], cuando no importa que nos importe [Verdi], cuando nos rebasa la cursilería [Sakamoto].
Guns n’roses transformado por la reproducción digital en música aleatoria, en jirones. Zas, zambomba, zampoña, glissando, crescendo, meseta, clímax próximo [ ] lento de nuevo. Dijo Sabines: “los amorosos andan como locos/porque están solos, solos, solos”. Dijo ee. cummings: “(cccome? said he/ummm said she)/you’re divine! said he/ (you are Mine said she)”. Dijo el autor del cantar de los cantares: “Tus ojos entre tus guedejas como de paloma; /Tus cabellos como manada de cabras”. Dijo Sylvia Plath: “Of your breath, the drenched grass/Smell of your sleeps, lilies, lilies”. Una novel poeta mexicana, Gloria Rodríguez Sayún, escribió: “en el mundo de afuera todo cambia/le da viruela al vidrio y los niños se empañan”.
El amor es un destierro fragmentado: convertidos en hijos de la tortura, chillamos, pateamos, cometemos alternativas. Acá nos entregamos, allá suplimos, acullá nos arrojamos en las fauces de los mitos. Ausentes de nuestras decisiones, algunos acotamos, otros nombramos, otros escuchan, otros cantan, encuentran nuevas claves para darle sentido a las pausas del cerebro.
Oficios de tinieblas pavorosos callan las noches y los días aciagos, arrancan de nosotros salidas en falso y falacias lógicas. Falacia del tipo post ergo propter hoc: porque ahora todo terminó, sé que no te amé nunca todo ese tiempo, yo, porque tú, luego entonces [ ] te conocí y reconocí, y nos gritamos, y usamos estas cajas de resonancia de piel dura para propósitos insalubres. Falacia por generalización precipitada: porque tú lo eres todo, todo nos maldijo [mentiras, todo eran mentiras, palabras al viento: fortissimo]. El arte de la catástrofe, susurra Barthes, me apacigua.
Imagen: Venus y Amor, Lucas Cranach el Jóven
Suscribirse a:
Entradas (Atom)